Dentro del terrorismo orquestado por las delincuencias en todo el país, comandadas por los narcotraficantes y su ejército de sicarios que ya probaron que van a desafiar directamente a los gobiernos, como acaba de suceder en el asalto de los cárteles a los cuarteles-hoteles donde se hospedan policías, militares y marinos en el puerto de Acapulco a plena luz del día, allá en el Guerrero en la total ingobernabilidad y escenario de la mayor inseguridad que priva a lo largo y ancho del territorio, acaba de tener lugar el enésimo homicidio, de los cientos que se han cometido durante el peñismo con los cometidos durante el calderonismo, el foxismo, el zedillismo y el salinismo a partir del asesinato de Manuel Buendía (Miguel Ángel Granados Chapa, Buendía el primer asesinato de la narcopolítica en México, editorial Grijalbo), cuando el sexenio de Miguel de la Madrid.
A la memoria de Miguel Ángel Granados Chapa
Ha sido privado de la vida, como todo crimen despiadado, el reportero Francisco Pacheco Beltrán, atacado en Taxco, Guerrero, de manera vil cuando dejaba a sus hijos en la escuela. No es un hecho aislado de la violencia sangrienta que el peñismo hace como que combate; pero sí obedece al contexto de lo que funcionarios y delincuentes parecen haber acordado: eliminar a periodistas que informan veraz y puntualmente sobre lo que pasa en sus áreas, respecto a cuanto hecho sigue rompiendo la paz pública, en cuyo panorama el narcotráfico es un actor que representa el inmenso poder económico, político y de arsenales que cuentan con armas hasta para derribar aviones y helicópteros.
El asesinato del reportero Pacheco Beltrán es otro Ayotzinapa en la cuenta de los Ayotzinapas que, como problemas, no quiere resolver el peñismo, porque le conviene al mal gobierno tener a raya del miedo, el pánico y el terror a los mexicanos. Y amenazando a los comunicadores, particularmente a los reporteros que diariamente arriesgan su vida para cumplir con su deber profesional y su convicción de ética democrática, para darnos a conocer lo que investigan, se enteran y encuentran en su cotidiano buscar de hechos y actos que interesa saber a la opinión pública individual y colectiva. Pacheco Beltrán es uno más de los 12 periodistas asesinados en Guerrero, donde matan a mexicanos y los entierran en fosas clandestinas, los tiran al mar como se ha hecho desde la década de 1990 –cuando la pandilla de los Figueroa se apoderó de Guerrero, con la complicidad-apoyo de Salinas y Zedillo–, hasta la fecha con el implicado en Ayotzinapa: Heladio Aguire (consultar el libro de Adriana Amezcua y Juan E Pardillas, Todos los gobernadores del presidente; editorial Grijalbo).
Los mexicanos hemos llegado al límite de la asfixia política, la criminalidad y el desastre económico que cobra vidas de inocentes, como es el caso del reportero Pacheco Beltrán. Con él, van cientos de periodistas ejecutados al estilo de las mafias-cárteles del narcotráfico, para tratar de silenciar a la prensa escrita y a los informadores que se atreven, ya sea por la radio o la televisión, a exponer su trabajo de reporteros, analistas y críticos, ejerciendo las libertades constitucionales ya sin garantías por los malos gobiernos del presidencialismo desde 1946 a este 2016; donde los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN) han detentado, abusado y corrompido el poder presidencial con sus émulos en los gobiernos de los 32 estados.
No basta con aclarar el crimen de Pacheco Beltrán. Se trata de que ya no puede la nación seguir bajo el poder salvaje de las balas, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios y los Ayotzinapas, que nos han llevado, por un gobierno fallido, a lo que es ya una situación de guerra de la narcopolítica para devastar a la nación asesinando impunemente, mientras las élites tienen a su disposición miles de guardaespaldas, viajan en carros blindados con militares, marinos y policías a su servicio. Todo esto mientas el pueblo está desamparado totalmente y uno de sus integrantes, el reportero Francisco Pacheco Béltrán, acaba de ser ultimado, en el municipio de Taxco, Guerrero, por la canalla delincuencial y la indiferencia o el visto bueno de los funcionarios estatales y federales.
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