Los países siempre se han endeudado, pero hoy la deuda pública es un medio de dominio de la minoría que controla economía y finanzas. Ya en la década de 1990 se utilizó la deuda para obligar a América Latina a aplicar políticas neoliberales, hoy la utilización torticera de la deuda amenaza a países de Europa y deteriora el Estado de bienestar. La minoría utiliza deuda y control del déficit como cepos con la complicidad de gobiernos, Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional.
Los países piden prestado a los bancos porque la recaudación estatal es insuficiente. Es así porque desde la década de 1980 grandes fortunas, grandes empresas y corporaciones cada vez pagan menos impuestos, mientras bancos y fondos de inversión especulan con bonos de deuda pública e imponen una destructora austeridad.
Para oponerse a este nuevo autoritarismo, una veintena de asociaciones y movimientos laicos y católicos progresistas italianos crearon en Roma hace unos días el Comité para la Anulación de la Deuda Ilegítima de Italia (CADTM). Comité que se suma a los 36 CADTM que hay en el mundo. Recordemos: en derecho internacional, deuda ilegítima es la que un gobierno ha contraído y utilizado al margen de la ciudadanía o contra ella. Y no se ha de pagar.
Anular una deuda o reestructurarla se hace desde Hammurabi, rey de Babilonia, hace más de 3 mil 800 años. Más cerca, el Acuerdo de Deuda de Londres en 1954 reestructuró la deuda de Alemania con 26 países y anuló el 62 por ciento. Entre los que perdonaron deuda estaban España y Grecia. Pero la Alemania actual les impone austeridad sin concesiones. Sin embargo, la historia muestra que reestructurar deudas o anularlas es una actuación necesaria y útil económicamente. La deuda ha devenido problema con la crisis, porque quienes dirigen la economía juegan sucio, manipulando la prima de riesgo de los bonos de deuda pública, por ejemplo.
En febrero de 2009, ante la gravedad del desastre económico, el G-20 acordó en Londres dedicar 1 billón de dólares para ayudar a países con dificultades, acabar con la crisis, luchar contra los paraísos fiscales y controlar los bancos. Ningún propósito se ha cumplido.
La enorme cantidad de dinero que el G-20 prometió no fue para ayudar a países con dificultades sino para salvar a los bancos que habían provocado el desastre financiero. Entre tanto, los paraísos fiscales, cómplices de la evasión de impuestos que debilita a los Estados, campan impunes mientras bancos y mercados de capitales entran a saco en los países con la deuda como ariete y hacen tambalear sus economías.
Oponerse a la deuda o vivir sojuzgados por ella. Ésa es la cuestión. En España, el pago de intereses supera los 30 mil millones de euros anuales. ¿Qué harán? ¿Más recortes de servicios? ¿Menos derechos? Una falacia neoliberal recurrente en Europa es que las deudas de los Estados aumentaron por exceso de gastos sociales. Pero las deudas de los Estados crecieron por culpa del tratado de Maastricht, que prohíbe al Banco Central Europeo (BCE) prestar a los países de la Unión. Si el BCE hubiera prestado dinero a España al 1 por ciento de interés (como lo presta a la banca privada), la deuda pública española sería inferior al 20 por ciento del PIB, no el ciento por ciento actual. Esta Unión Europea fuerza a los Estados a financiarse con la banca privada, cuyos préstamos son más caros que los del BCE. El tratado de Maastricht garantiza el negocio de la banca.
Peor aún es que los enormes beneficios y ahorros de las clases ricas por intereses de préstamos bancarios a Estados, rebaja salarial incesante y evasión de impuestos, son para especular, no para financiar economía productiva. Por cada dólar para economía productiva, la minoría dedica 60 a especular con productos financieros.
Ecuador tenía la mayor partida presupuestaria para deuda pública de Suramérica. Un 40 por ciento de gasto estatal para pagar intereses, mientras gasto de sanidad y educación se reducía al 15 por ciento. El presidente Rafael Correa impulsó una rigurosa auditoría de la deuda y, averiguadas las deudas ilegítimas, decidió no pagarlas. Así pudo dedicar más dinero a gasto social (que es respetar derechos) y productivo. Las auditorías ciudadanas de la deuda son un buen camino para que la deuda pública deje de ser un problema.
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