La corrupción es tan natural en nuestro país que NO llama la atención. Es parte del fallido ADN social del Perú. Hemos navegado desde antes de la Colonia, pasando por la República, hasta los días presentes, en la ciénaga hedionda de políticos sucios, hombres y mujeres venales, leyes con nombre y apellido, gobiernos claudicantes, racismo a granel y desde muy arriba hacia abajo, en proditora suma: la colección más infame y oprobiosa que pueda graficar la miseria moral de un país.
Los dineros de Odebrecht, por cuantía enorme y notoria, eran imposibles de obviarse o sentirse porque gestionaban espacios en los medios, carteles de propaganda, presentaciones múltiples. ¿Puede descartarse la existencia de pagos o bonificaciones a quienes participaron de sus goces? Da la impresión que eso no es posible. Ciertamente quienes actuaron de buena fe y con sinceridad o emoción, debieron haberse cuestionado el zafarrancho de recursos porque callar o hacerse los bobos, también los mancha y ensucia.
Cuando hay corrupción es menester castigar o flagelar a los delincuentes. Se sabe que ellos también arman construcciones legales y trapisondas en tribunales y juzgados. ¿No varió Alan García su postura frente a la inscripción con sus siglas para decir con desfachatez cínica que eso “no significaba nada”?
Y el resto por el estilo.
La semana que pasó fue pródiga en revelaciones. Esta vez ha sido la señora Susana Villarán la supuestamente vinculada a dineros otorgados por Odebrecht y la versión viene de capitostes que probablemente posean cómo ratificar cuanto dijeron. La situación de la ex alcaldesa es, por decir lo menos, brumosa.
Gracias a la intercesión manipuladora e inescrupulosa del Apra por Alan García Pérez, a los que integran esa colectividad, se les achaca vocación para el robo, monra y estafa. Aunque sea injusto es una realidad que ni los más recalcitrantes dogos alanistas pueden negar: para el resto del Perú los del partido de la estrella, son simples rateros. Cincuenta o sesenta años de haber sido, de un modo u otro, columna y trinchera en la lucha por un Perú libre, justo y culto, terminaron con el señor que apenas si llegó al -6% en las elecciones del 2016.
¿Qué ocurrirá con los que estaban en otro lado del espectro, específicamente al lado de la señora Villarán? Hay oleadas anímicas, dinámicas de opinión y tsunamis políticos que son imposibles de rebatir en el corto tiempo. Fabrican máculas, echan sombras de sospechas y el asunto empeora si los ruidosos ahora carecen de explicaciones convincentes.
Habida cuenta del tiempo transcurrido y las circunstancias de entonces, me es posible ratificar lo que escribí hace casi tres lustros:
“Tengo un gran respeto por mis múltiples amigos marxistas genuinos y que aún dan fe a las bondades de este credo. Pero, tengo también, un profundo desprecio por todos los embusteros que le dijeron al país desde hace más de 30 años que ellos eran la solución que venía en libracos, folletitos de quiosco y discursos inflamados. Estos viven a cuerpo de rey y son sus propios amigos de la izquierda proletaria quienes les increpan su modus vivendi y falsedad monstruosa.”
Advirtió don Manuel González Prada:
«El Perú es un organismo enfermo, donde se aplica el dedo, brota el pus.»
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