Hace pocos días, el Presidente francés Emmanuel Macron se dirigió a los ciudadanos europeos con un llamamiento. Es urgente que actuemos. Con ello tiene razón, porque se nos plantean cuestiones importantes: ¿Queremos que en el futuro nos condicionen las decisiones estratégicas de China o de EE.UU.? o ¿queremos ser nosotros mismos los que contribuimos activamente al establecimiento de las reglas para la futura convivencia global? ¿Queremos dar una respuesta común a un gobierno ruso que, aparentemente, quiere extraer su fuerza de la desestabilización y el debilitamiento de sus vecinos? ¿Queremos, finalmente, someternos a las ideas sociales y políticas de otros? o ¿queremos defender ofensivamente el „Estilo de Vida Europeo“ para nosotros mismos y para todo el mundo, consistente en la democracia representativa de los partidos, el parlamentarismo, el estado de derecho y la Economía Social de Mercado? A todas estas cuestiones sólo puede haber una respuesta: Nuestra Europa tiene que hacerse más fuerte.

Hasta ahora, Europa es una historia de éxitos sin precedentes. Pertenezco a la generación feliz que no ha tenido que vivir ninguna guerra. Debemos esta circunstancia a una comunidad europea que aprendió sus lecciones del pasado y que dirige su mirada decididamente hacia el futuro. Nosotros, los europeos, vivimos en una de las regiones más ricas y seguras del mundo, porque resolvemos nuestros conflictos entre nosotros en la mesa de negociaciones y gracias a la estrecha alianza transatlántica con la que hemos construido un baluarte seguro contra las amenazas exteriores.

Pero, aún así, son muchos los que ven Europa con inquietud. Pero no deberíamos malentender a los ciudadanos y las ciudadanas de Europa. Actualmente, el apoyo a la idea europea es más fuerte que nunca. Sin embargo, lo que desde la perspectiva de los ciudadanos se echa de menos en la UE son la claridad, la orientación y la capacidad de actuar respecto a las cuestiones esenciales de nuestros tiempos. Echan en falta la claridad, cuando, por ejemplo, la UE parece tardar una eternidad para llegar a una posición común sobre los sucesos en Venezuela. Echan en falta la orientación, cuando tienen que afrontar el futuro de la economía digitalizada y del mercado laboral digitalizado. Echan en falta la capacidad de actuar, cuando se trata de resolver los problemas de la migración, del cambio climático, del terrorismo o de los conflictos internacionales.

Por todo ello, en las próximas elecciones al Parlamento Europeo no puede ser el objetivo tratar de defender el status quo inconcluso de la actual UE contra las acusaciones de los populistas. Para la mayoría de los ciudadanos no se plantea en absoluto la duda de si están “a favor” o “en contra” de Europa. En su lugar, tenemos que recurrir a diferentes planteamientos sobre la cuestión de cómo en el futuro la UE podrá desarrollar también esa capacidad de actuar para que pueda continuar su historia de éxitos sin precedentes en un marco global con nuevos condicionantes.

Aquí se trata, en primer lugar, de asegurar los fundamentos de nuestro bienestar. También en el Mercado Común Europeo la productividad precede a la redistribución. Tanto en la Unión Económica y Monetaria como con la estabilización de la Eurozona hemos ido por el camino correcto. Si queremos conseguir que en el futuro nuestras empresas en Europa sean financiadas por bancos europeos, tenemos que crear un mercado interior común para los bancos. Pero, al mismo tiempo, tenemos que apostar consecuentemente por un sistema de subsidiariedad, de responsabilidad propia y de responsabilidad vinculada a ella. Un centralismo europeo, un estado único europeo, una ‘comunitarización’ de las deudas, una europeización de los sistemas sociales y del salario mínimo interprofesional serían el camino equivocado. Pero tenemos que marcarnos como objetivo la convergencia en el sentido de la creación de condiciones de vida equivalentes dentro de los estados miembros y entre los estados miembros. Por esta razón, necesitamos una estrategia para fomentar la convergencia, que una entre sí de forma inteligente los puntos de partida nacionales y europeos.

Necesitamos ahora un modo de proceder europeo para abordar las cuestiones acerca de cómo y con qué tecnologías queremos proteger el clima, a la vez de querer seguir gestionar bien nuestra economía, con qué sistemas inteligentes vamos a alimentar a miles de millones de personas, salvaguardando a la vez la génesis, cuáles de nuestros resultados de investigación pueden producir nuevos medicamentos y tratamientos para vencer a las enfermedades, cuál ha de ser nuestra respuesta a una movilidad compatible con el clima, pero que a la vez permita su individualización. Investigación, desarrollo y tecnologías comunes deberían financiarse con cargo a los presupuestos de la UE destinados a la innovación y llevar la marca de “Futuro hecho en Europa“. Con todo ello, una nueva capacidad europea para desarrollar estrategias para las tecnologías del futuro no debería suponer la derogación de las reglas para la competencia leal. Pero tiene que capacitar a Europa para poder seguir siendo competitiva globalmente, cuando al mismo tiempo otros países desvirtúen la competencia con medidas proteccionistas o con monopolios estatales.

Europa tiene una responsabilidad destacada para la protección mundial del clima. Igual que en la estabilidad financiera, se trata de las condiciones de vida de las generaciones futuras. No obstante, aún no se ha conseguido nada con la mera definición ambicionada de los objetivos europeos y de los límites para las emisiones. Este camino sólo contará con una aprobación amplia por parte de la población si conseguimos tener también en cuenta los aspectos económicos y sociales de forma que se conserven el empleo y la capacidad económica y se crean nuevas oportunidades de desarrollo. Por ello, para su consecución futura necesitamos un Pacto Europeo para la Protección del Clima que se negocie conjuntamente entre los agentes económicos, los trabajadores y la sociedad con inclusión de los interlocutores europeos y nacionales democráticamente legitimados.

También, por fin, tenemos que poner en práctica nuestros esfuerzos comunes para acabar con la desvirtuación de la competencia en Europa a causa de la evitación fiscal. Para ello, tenemos que acabar con los puntos de escape fiscales en Europa e introducir una tributación digital orientada por el modelo de la OCDE. Sólo así los grandes consorcios internacionales contribuirán de forma justa a nuestra Economía Social de Mercado en Europa, en la misma proporción que nuestras pequeñas y medianas empresas.

Coincido expresamente con lo dicho por Emmanuel Macron: Sólo podremos tener la sensación de comunidad y de una Europa segura si tenenos fronteras exteriores seguras. Tenemos que perfeccionar Schengen. Para ello, necesitamos en la UE un convenio sobre una protección de fronteras sin lagunas. Allí, donde nuestras fronteras exteriores no puedan ni deben ser protegidas empleando solamente medios nacionales, tiene que emplear y estructurarse de forma rápida Frontex como cuerpo de policía operativa de protección de fronteras. En las mismas fronteras del espacio Schengen se tiene que verificar si existe un derecho a asilo, un estatus de refugiado u otra razón para entrar en el país. Para ello, necesitamos un registro electrónico de entradas y salidas, así como la ampliación del sistema informático de Schengen, para que las autoridades puedan usar un sistema de datos común tanto en el ámbito nacional como el europeo.

Europa defiende su aspiración humanitaria de conceder protección a los perseguidos por razones políticas y a los refugiados de guerra. Hasta ahora no ha sido posible poner en práctica las soluciones europeas pretendidas para la acogida de refugiados y el rechazo de migrantes por razones económicas. En última instancia, los intentos de encontrar soluciones nacionales no podrán tener éxito sin poner en duda los principios de Schengen. Es decir, en el futuro tendremos que reorganizar la política común de migraciones de la UE siguiendo el principio de los vasos comunicantes. Cada uno de los estados miembros tendrá que hacer su aportación a la lucha contra las causas, la protección de fronteras y la acogida. Pero cuanto más fuertes sean los esfuerzos de cada uno en este ámbito, tanto menor tendrá que ser su contribución en otros ámbitos.

La Unión Europea necesita mejorar urgentemente su capacidad de actuación en materia de política exterior y de seguridad. Tenemos que mantenernos en la alianza transatlántica, pero a la vez tenemos que volvernos más europeos. En el futuro, la UE deberá estar presente en el Consejo de Seguridad de la ONU con un puesto permanente común. Al mismo tiempo, deberíamos decidir posiciones comunes de política exterior en un Consejo de Seguridad Europeo, con inclusión del Reino Unido, y organizar la actuación común en materia de política de seguridad. Dicho sea de paso, también en Alemania valdría mucho la pena pensar en la conveniencia de un Consejo de Seguridad Nacional para el desarrollo de líneas directrices estratégicas y la coordinación de la política exterior, de seguridad, de defensa, de desarrollo y de economía exterior.

En los tiempos actuales, Alemania y Francia ya cooperan conjuntamente en un proyecto para el avión de combate europeo del futuro, un proyecto al que se ha invitado a otras naciones a participar. En un paso siguiente podríamos comenzar con el proyecto simbólico de la construcción de un portaviones europeo como expresión del papel global de la Unión Europea como potencia se seguridad y de paz.

Igualmente, tenemos que crear una nueva perspectiva adicional con y para África. En el interés de la población de allí, pero también en nuestro propio interés, necesitamos una alianza estratégica a la misma altura. Pero ésta también podrá significar, concretamente, que ello implique que ya no sean considerados tabúes la apertura de nuestro mercado para los productos agrícolas africanos o la reducción de nuestras extensas regulaciones y subvenciones.

Un estado único europeo no sería la respuesta adecuada para alcanzar el objetivo de una Europa con capacidad de actuar. La labor de las instituciones europeas no podrá reclamar para sí una superioridad moral frente a la cooperación entre los gobiernos nacionales. Una refundación de Europa no será posible sin los estados nacionales: ellos aportan la legitimación y la identificación democráticas. Son los estados miembros los que formulan y ponen en consonancia sus propios intereses en el ámbito europeo. Y es a partir de allí que surge el peso internacional de los europeos. Europa tiene que apostar por la subsidiariedad y la responsabilidad propia de los estados nacionales, pero al mismo tiempo tiene que mantener su capacidad para obrar en el interés común. Por esta razón, nuestra Europa debería apoyarse en dos columnas con los mismos derechos: el método intergubernamental y el método comunitario. Al mismo tiempo, también deberíamos tomar decisiones hasta ahora pospuestas y eliminar anacronismos. Parte de ello serían la concentración del Parlamento Europeo en la sede de Bruselas y la tributación de las rentas de los funcionarios de la UE.

Muchos estados miembros se ven ante el reto de mantener unida una sociedad que debido a la inmigración se ha hecho más heterogénea. Ello es de especial importancia con vistas a las diferentes corrientes del Islam que son incompatibles con nuestra idea de una sociedad abierta. Por ello, una de las grandes cuestiones del futuro será si desde dentro de Europa se puedan dar impulsos para una configuración del Islam que sea compatible con nuestros valores. Para ello, sería conveniente la creación de „Cátedras de Nathan el Sabio“ europeas, a semejanza de la tradición de la ilustración y la tolerancia, en las que sean formados imanes y profesores propios siguiendo este espíritu.

Tras la caída del muro hace casi treinta años, muchos millones de ciudadanos de Europa Central [y del Este] se convirtieron en nuevos miembros de esta comunidad, y otros más querrán formar parte de ella en el futuro. Con vistas a los estados miembros de Europa Central y Oriental, es menester mostrar respeto por sus modos de acercamiento y su contribución específica a nuestra historia y cultura europeas comunes. Pero, a pesar de ello, no habrá lugar a dudas acerca del núcleo innegociable de los valores y principios. Si tenemos el valor de hablar ahora en concreto sobre las modificaciones de los Tratados Europeos, ni la “élite de Bruselas” ni la “élite occidental” ni tampoco la “élite pro europea” podrán seguir aisladas entre ellas. Sólo podremos mantener la legitimación democrática para la nueva Europa si integramos a todos.

No debemos tener miedo a mantener estos debates. Las avalanchas globales de turistas a las metrópolis europeas son muestra del atractivo de nuestro “Estilo de Vida Europeo” en todo el mundo, al igual que las gestiones de adhesión y acercamiento de nuestros vecinos, los estudiantes internacionales y los emprendedores que quieren crear empresas en Europa. Europa es el lugar anhelado de muchas personas en todo el mundo. También en la Rusia de Putin la gente quiere vivir siguiendo “el modelo europeo“.

El mundo se encentra en un flujo constante, y Europa se ve ante la necesidad de elegir. Mi elección está clara: Es ahora cuando tenemos que acertar en la construcción de Europa. Necesitamos una fuerza estratégica para nuestra industria, nuestra tecnología y las innovaciones, así como dar a nuestros ciudadanos europeos la sensación de seguridad, y tenemos que mejorar la capacidad en materia de una política exterior y de seguridad común que responda adecuadamente a nuestros intereses.

Deberíamos ponernos ahora a trabajar con autoconfianza y no dejarnos amedrentar por la pregunta constante y miedosa por “los populistas”.

Fuente
Die Welt (Alemania)