La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha lanzado una especie de licitación dirigida a todas las ONGs, universidades y tanques pensantes públicos o privados de los Estados miembros de la alianza atlántica.
Oficialmente se trata de crear herramientas capaces de desarrollar la “resiliencia” de las poblaciones ante la desinformación «enemiga» (léase «rusa»). Pero el problema es que para luchar contra la propaganda habría que luchar contra toda propaganda, incluyendo la de la OTAN.
Así que, en la práctica, se tratará sólo de herramientas capaces de desacreditar las respuestas a la propaganda de la propia OTAN sobre temas como el derribo del vuelo MH17 en Ucrania o el envenenamiento de Serguei Skripal y el de Alexei Navalni.
Desde la Antigüedad se sabe que la propaganda es más convincente cuando no tiene que enfrentar argumentos contrarios y desde hace un siglo los especialistas se han preguntado cómo crear una situación donde exista un canal único de información.
Algunos han planteado que para ahogar la contradicción hay que repetir sin descanso el mensaje que se quiere transmitir. Otros estiman que hay que seleccionar los participantes en los debates.
Por su parte, en estos tiempos de redes sociales, la OTAN experimenta con una tercera variante: crear un consenso que vehicule el mensaje y poner en duda las capacidades mentales de quienes se opongan.
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