El 13 de abril de 2021, un millar de ex militares franceses, entre los que se contaban una veintena de generales, publicaba una «Carta abierta a nuestros gobernantes» en la cual alertaban sobre la desintegración de Francia y el riesgo de guerra civil que eso implica.
El gobierno y el jefe del estado mayor respondieron con el anuncio de medidas disciplinarias contra los firmantes. Pero la cantidad de ex militares que se unió a los primeros firmantes siguió creciendo.
Ahora, 100 000 militares en servicio activo –y por consiguiente sujetos tanto al deber de reserva en cuanto a sus opiniones políticas como al deber de defender la Nación– han firmado un segundo texto en las redes sociales. Para tener una idea de la importancia de ese gesto hay que tener en cuenta que las fuerzas armadas de Francia cuentan menos de 210 000 militares en servicio activo.
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Señor Presidente de la República,
señoras y señores ministros, parlamentarios, oficiales generales,
Ya no se canta la séptima estrofa de La Marsellesa, la llamada «estrofa de los hijos». Sin embargo, está llena de enseñanzas. Permítannos recordarla:
«Entraremos en la cantera
cuando nuestros mayores ya no estén,
encontraremos sus cenizas
y la huella de sus virtudes.
Menos deseosos de sobrevivirles
que de compartir su tumba,
tendremos el sublime orgullo
de vengarlos o de seguirlos.»
Nuestros mayores son combatientes que se han ganado nuestro respeto. Son, por ejemplo, los viejos soldados cuyo honor ustedes han pisoteado estas últimas semanas. Son esos miles de servidores de Francia, firmantes de una tribuna de un estricto buen sentido, soldados que dieron los mejores años de sus vidas por defender nuestra libertad, obedeciendo las órdenes de ustedes, librando las guerras de ustedes o aplicando las restricciones presupuestarias de ustedes, soldados que ustedes han mancillado a pesar de que el pueblo de Francia los apoyaba.
A esas personas, que han luchado contra todos los enemigos de Francia, ustedes las han llamado conspiradores, cuando su único error ha sido amar el país y llorar ante su visible decadencia.
En esas condiciones, nos toca a nosotros, que recién comenzamos esta carrera, salir al ruedo para tener simplemente el honor de decir allí la verdad.
Pertenecemos a lo que los periódicos han llamado «la generación del fuego». Hombres y mujeres, militares en servicio activo, de todas las armas y de todos los grados, de todas las sensibilidades, amamos nuestro país. Sólo de eso nos vanagloriamos. Y aunque no podemos, debido al reglamento, expresarnos a rostro descubierto, también nos resulta imposible callar.
En Afganistán, en Mali, en República Centroafricana o en otros lugares, cierto número de nosotros hemos enfrentado el fuego enemigo. Algunos han perdido camaradas allí. Dieron sus vidas tratando de acabar con el islamismo, al que ustedes hacen concesiones en nuestra tierra.
Casi todos hemos participado en la Operación Centinela. Hemos visto con nuestros propios ojos los barrios periféricos abandonados, los acomodamientos con la delincuencia. Hemos sufrido los intentos de instrumentalización de varias comunidades religiosas, para las cuales Francia no significa nada –sólo un objeto de sarcasmo, de desprecio o incluso de odio.
Hemos desfilado el 14 de julio. Pero durante meses nos han orientado desconfiar de aquella multitud calurosa y diversa, que nos aclamaba porque venimos de ella; nos han prohibido circular en uniforme, convirtiéndonos en víctimas potenciales, en un territorio que sin embargo estamos llamados a defender.
Sí, tienen razón nuestros mayores sobre el fondo de su texto, en su totalidad. Nosotros vemos la violencia en nuestros pueblos y ciudades. Vemos el comunitarismo instalarse en el espacio público, en el debate público. Vemos el odio a Francia y a su historia convertirse en norma.
No corresponde a militares decir eso, argumentarán ustedes. Es todo lo contrario. Precisamente porque somos apolíticos en nuestras apreciaciones situacionales, lo que emitimos es una observación profesional. Porque esta decadencia ya la hemos visto en muchos países en crisis y es lo que viene antes del derrumbe, es el anuncio del caos y la violencia, y, al contrario de lo que ustedes repiten por ahí, ese caos y esa violencia no vendrán de un «pronunciamiento» militar sino de una insurrección civil.
Hay que ser muy cobarde para dedicarse a charlatanear sobre la forma de la tribuna de nuestros mayores. Hay que ser muy insidioso para invocar un deber de reserva mal interpretado con el objetivo de hacer callar a ciudadanos franceses. Para empujar a los cuadros dirigentes del ejército a tomar posición y a exponerse, para después sancionarlos con saña en cuanto escriben algo diferente a relatos de batallas, hay que ser muy perverso.
Cobardía, insidia, perversión. No es esa nuestra visión de la jerarquía. El ejército es lo contrario. Es, por excelencia, el medio donde se dice la verdad porque uno está jugándose la vida. Es a esa confianza en la institución militar que hacemos un llamado.
Sí, si estalla una guerra civil, el ejército mantendrá el orden en su propio suelo, porque eso es lo que van a pedirle. Esa es la definición misma de la guerra civil. Nadie puede desear una situación tan terrible, ni nuestros mayores ni nosotros mismos. Pero sí, hay que repetirlo, es cierto que la guerra civil está latente en Francia y ustedes lo saben perfectamente.
El grito de alerta de nuestros Mayores en definitiva remite a lejanos ecos. Nuestros mayores son aquellos que lucharon como miembros de la Resistencia en 1940, los mismos a quienes a menudo gente como ustedes calificaban de sediciosos pero que continuaron la lucha mientras que los legalistas, paralizados de miedo, apostaban por hacer concesiones al mal para limitar los daños. Son los soldados de 1914, que morían por unos pocos metros de tierra, mientras que ustedes abandonan pasivamente barrios enteros de nuestro país a la ley del más fuerte. Son todos los muertos, célebres o anónimos, caídos en el frente o después de toda una vida de servicio.
Todos nuestros mayores, aquellos que hicieron de nuestros país lo que es, los que definieron sus contornos, los que defendieron su cultura, los que impartieron o recibieron órdenes en su lengua, ¿combatieron acaso para que ustedes permitieran que Francia se convierta en un Estado fallido?, ¿en un Estado que convierte su impotencia regaliana cada vez más patente en una tiranía brutal contra aquellos de sus servidores que todavía se atreven a alertarlo?
Actúen ustedes, señoras y señores. Esta vez no se trata de emociones manipuladas, ni de frases hechas o de mediatización. No se trata de prolongar los mandatos que ustedes ejercen ni de conseguir otros. Se trata de la supervivencia de nuestro país, del país donde también nacieron ustedes.
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