El monumental «castigo» asestado por los bolivianos el domingo 30 de junio a los partidos neoliberales, no sólo ha instalado a Evo Morales como la nueva vedette del espectro político, o ha obligado a los defensores del sistema a fundirse en un abrazo incómodo y espinoso, sino que implica, por primera vez en 20 años, la ruptura de todo un país con el reino de la estabilidad sin respuestas, el hambre, el desempleo y la corrupción al mismo tiempo que abre el que podría ser el capítulo político más violento de las últimas décadas.
Más allá de sus promesas de generar empleo y bienestar, la ortopédica «megacoalición» que tan trabajosamente empieza a construir Gonzalo Sánchez de Lozada, nace, anticipadamente, con un mandato inevitable: desarticular, así sea por la fuerza, un país rebelde que no está dispuesto a aceptar más de lo mismo.
En la vereda de enfrente, sorprendida por los resultados de las elecciones, la gente de Evo Morales no alcanza todavía -y quizás no acierte a hacerlo nunca- a comprender la magnitud de los hechos, y prefiere entretenerse en curiosas volteretas para eludir la Presidencia al mismo tiempo que simula buscarla.
A pesar de esto, el inesperado 20 por ciento alcanzado por Evo Morales refleja a su manera el nuevo pulso político que se apodera del país y es un toque de campana para los defensores del sistema: es la primera vez, desde los tiempos de la UDP, que una porción tan importante del electorado se inclina por una propuesta de izquierda.
Y no es que el electorado hubiera decidido de pronto tener un Presidente cocalero. En realidad, la insólita votación del MAS fue, más que un apoyo a Morales, un furibundo rechazo a los demás, y la convicción de una buena parte de la población, de que de este modo ponía un obstáculo al libertinaje del neoliberalismo.
Así se explica el hecho de que muchos electores del MAS, incluidos sus propios dirigentes, reaccionaron con temor cuando se supo finalmente que Morales había llegado al segundo lugar y que tenía, efectivamente, una probabilidad, aunque remota, de alcanzar la Presidencia.
Las mil cabezas de la oposición
Pero el rechazo del electorado al modelo no se agota en la votación obtenida por Morales, sino que puede rastrearse en otros fenómenos que hasta ahora no han merecido un análisis detenido.
Por ejemplo, la votación de Manfred Reyes Villa es, también, por lo menos en términos relativos, una votación de rechazo al modelo. A pesar de que el ambiguo discurso de NFR no fue, decididamente, un discurso anticapitalista o siquiera izquierdista, Manfred se esforzó desde un principio por aparecer como el candidato que representaba el «cambio» que todos los bolivianos necesitaban. Esto, unido a sus promesas de «revisar la capitalización», acabar con los «corruptos» o devolver el gas a los bolivianos, hizo que pocos electores creyeran ver en esta opción una manera más de salir del neoliberalismo.
Está claro que el voto de NFR no fue un voto izquierdista, en la medida en que muchos electores ucesistas, condepistas y adenistas estuvieron presentes dentro de él, pero también se puede decir que, al prometer un «cambio», Reyes Villa logró dar forma y unidad a este electorado, y ensancharlo con los votos antineoliberales de la gente que veía en él la posibilidad de un viraje hacia la izquierda.
Pequeña pero significativa, la votación obtenida por el MIP, el partido del estrafalario «Mallku», se incorpora también al torrente electoral antimodelo y antisistema.
Más de 150.000 campesinos del Altiplano paceño vieron en el discurso de Felipe Quispe una forma, contundente e inmediata, de asestar un latigazo, un escarmiento, a los viejos políticos corruptos de siempre, al mismo tiempo que afirmaban, por primera vez, su voluntad de proyectar una identidad propia en el escenario electoral.
La abstención, el gran golpe
Sin embargo, existe todavía otra vertiente de descontento y rechazo al estado de cosas sobre la que ningún analista alquilado por el sistema ha querido discurrir seriamente hasta ahora: la abstención.
En realidad, las elecciones del domingo 30 de junio no las ganó ni Goni ni Evo, sino la abstención: el 28 por ciento del electorado, es decir, casi un millón de electores, se inscribieron para votar, pero, llegado el momento de hacerlo, le dieron las espaldas a todos los partidos y se quedaron en casa.
Haciendo números, si se tiene en cuenta esa inmensa masa de electores que se abstuvieron de votar, el 21 por ciento de Goni no fue, realmente un 21 por ciento, sino apenas un 15 por ciento. Y el 20 por ciento obtenido por Evo Morales y Manfred Reyes no llega a sobrepasar un 13 por ciento.
Lo mismo puede decirse del seis por ciento que le correspondió al MIP, o el cinco por ciento de la UCS, que quedan reducidos a un más modesto cuatro por ciento, mientras que la votación de ADN alcanza apenas al 2 por ciento y así sucesivamente.
Si se parte de esta nueva lectura de las elecciones, resulta claro que más de dos tercios de los electores votaron contra el modelo, y que el tercio restante votó, en un 50 por ciento, por Goni y el MNR, y en un 50 por ciento por el MIR, ADN, un poco por NFR y algo más por UCS.
De más a menos
Esta lectura es, probablemente, la que no atinó a realizar el MAS en ningún momento. Así se explica, por ejemplo, que algunas tendencias y «asesores» dentro del grupo más próximo a Evo Morales hayan intentado, casi desde el mismo día de las elecciones, promover un acercamiento del MAS con el MNR o con NFR, bajo el confuso argumento de que quedarse en la oposición equivalía a quedar solos y con escasas posibilidades de supervivencia política. Estos personajes, recién llegados al MAS en su mayoría, no supieron valorar las dimensiones del escenario político y las amplias oportunidades que ofrecía al movimiento de Evo Morales de convertirse en el caudillo de la oposición a un modelo que, como se ha visto, cuenta con el rechazo de más de dos tercios de la población.
Embriagados por la posibilidad de «entrar» a un gobierno de coalición, o de recobrar «influencia» sobre los partidos quebrados que representan el sistema, los «asesores» de Morales intentaron, por el contrario, moderar los incendiarios discursos de su jefe, acercándolo por ejemplo a la tolerancia de la Iglesia Católica o de la embajada americana, o haciéndolo «potable» para los empresarios.
Queda claro que a estos viejos políticos no se les pasó nunca por la cabeza la posibilidad de profundizar -y mucho menos de dirigir- un proceso al lado de la población que rechaza un modelo, y prefieren más bien «portarse bien» y no dar motivos de preocupación a los dueños de ese modelo. La camiseta, sin duda, les ha quedado grande.
Suma cero
Con este mapa político sobre la mesa, no hay duda de que el próximo gobierno, logre incorporar al MIR dentro de su esquema de «gobernabilidad», alcanzará un tope de representatividad del 30 por ciento del electorado y empezará a gobernar, desde el primer día, no con una administración "sólida, confiable y estable", como ha prometido repetidas veces el MNR, sino contra la inmensa mayoría de los electores.
Al mismo tiempo, sea o no consciente de ello, al MAS le tocará, por lo menos en parte, la tarea de reflejar esta contradicción en el Parlamento y en los sindicatos, si es que antes la maquinaria política del oficialismo no consigue ponerlo de rodillas para después engullirlo.
Sea como fuera, una cosa es inevitable: ni el MNR podrá gobernar como hasta ahora, ni los bolivianos aceptarán ser gobernados de esa manera.
El voto camba, último refugio del MNR
Gonzalo Sánchez de Lozada, ganador de las elecciones, no puede sentirse excesivamente orgulloso del pobre porcentaje que obtuvo el domingo 30 de junio. Un 15% sobre el total de los votantes inscritos -incluidos los que no votaron por nadie- no le da motivos para ello.
Pero si hay alguien a quien agradecer esta pírrica victoria es, sin duda, al electorado del Oriente, sobre todo al de Beni y Santa Cruz. Tradicionalmente conservador en materias que van desde la política hasta la religión, el «pueblo camba» ha expresado su rechazo al estado de cosas sepultando a la ADN, pero sin llegar al extremo de preferir a un MAS o a una NFR, demasiado «collas», ha optado finalmente por el MNR para expresar su desencanto.
La evolución del proceso político no ocurre de la misma forma y con la misma intensidad en todos los rincones del país, y quizás esto explique por qué Goni y el MNR han quedado ahora refugiados entre las cobijas de un electorado que, casi siempre, suele estar dormido cuando el resto del país madruga en busca de cambio.
Manfred, prisionero de las presiones
Nada le hubiera gustado más al colérico capitán Manfred Reyes Villa que cobrar venganza de la despiadada «Guerra Sucia» a la que fue sometido en la campaña electoral por el MNR, dejando en el vacío a Goni y sus planes de tomar la Presidencia.
Nada le hubiera gustado más, pero en política -como decía el experimentado Wálter Guevara- hay que saber «tragar sapos» para poder sobrevivir y mantenerse en carrera. La previsible alianza MNR-NFR no puede, entonces, atribuirse a la enorme simpatía que pudiera haber llegado a sentir Manfred por Goni, o a un repentino ataque de «madurez democrática» en las filas de la derrotada NFR. En el fondo, luego de su agónica derrota en las urnas, Manfred ha quedado atrapado en medio de dos tipos de presiones poderosas y convergentes: por un lado, las poco sutiles «sugerencias» del embajador de Estados Unidos, y por el otro, los no menos evidentes empujones del sector empresarial de su propio partido, que, luego de invertir millones en la campaña, no se resigna a esperar cinco años en la oposición para recuperar y multiplicar su inversión.
En síntesis, por mucho que la NFR intente maquillar su entrada en el gobierno, lo único claro es que entra por prebendas y pegas, siguiendo los ejemplos tradicionales de la UCS y el MIR. Así que de «Cambio Positivo», nada.
Las piruetas de un Jaime Paz acabado
Seguramente las elecciones no han arrojado una figura más triste y patética que la de Jaime Paz a la puerta de la Embajada de Estados Unidos, gritándole a un periodista toda su frustración por los resultados. Seguro de encontrarse entre los candidatos con mayores posibilidades hace apenas tres meses, Paz mordió el polvo del castigo popular no sólo por la emergencia de nuevos e inesperados actores en la arena electoral, sino también por la política sinuosa con que condujo al MIR desde que el país regresó a la democracia.
Jefe de uno de los partidos de izquierda con mayor peso y prestigio político hace dos décadas, Paz Zamora vendió baratas sus convicciones cuando, cruzando los «ríos de sangre» que él mismo había prometido no trasponer nunca, armó su primer gobierno con el ex dictador Hugo Banzer.
De ahí en adelante, la trayectoria del MIR y su jefe político no ha sido sino un continuo afán por vivir eternamente dentro del poder, aun a costa de dudosos respaldos que en su momento le costaron la visa a EEUU.
La decisión mirista de quedar ahora en la oposición, «cumpliendo el mandato del pueblo», podría, de mantenerse, mover a risa, si no fuera un espectáculo por demás deprimente. ¿Cómo podría ser oposición el MIR, si en lo sustancial ha venido siendo siervo fiel del modelo neoliberal? ¿Bajo qué principios políticos o programáticos -que no sean la demagogia de siempre- puede representar los intereses de Bolivia? Para ser oposición, Jaime Paz y sus herederos deben mostrar, en las formas y en lo sustancial, que de verdad entienden el sentir de los sectores populares y las necesidades del país, pero eso es como pedirle peras al olmo.
Evo y la tragedia del éxito
Valiente a la hora de enfrentar la dura represión de la FELCN, la DEA y los militares en el Chapare, sensitivo y honesto cuando se trata de representar los intereses de los cocaleros, Evo Morales carece de la claridad ideológica y la audacia imprescindibles para asumir el rol de potencial conductor del pueblo boliviano en su larga lucha contra el modelo.
Con mediocres «asesores» a su alrededor -se sabe que en el ampliado del MAS en Vinto aparecieron los mariscales de la derrota de la vieja izquierda, los mismos que sucumbieron con la UDP y los otros, los tibios que hoy se acercaron porque ya huelen una segunda Condepa-, cercado por los temores y por la inútil necesidad de hacer volteretas, Morales ha empezado a quedar visiblemente solo, a hablar más bajito, intentando granjearse la confianza ya no del pueblo y los cocaleros que votaron por él, sino de los enemigos de ese pueblo, para hacer una oposición «racional» y que nadie vaya a reclamarle después que fue él quien arruinó el país.
Sus recientes contactos con el cardenal Terrazas y con los líderes del empresariado cruceño -que nunca disimularon su mentalidad racista, arribista y violenta-, su compromiso rotundo de respetar los latifundios y su oferta de entregar ministerios a la Iglesia Católica -esa misma Iglesia que sojuzgó y aplastó a los indígenas desde siempre y que más recientemente participó en el cuoteo de las Cortes Departamentales, donde probablemente se hayan orquestado fraudes, como han denunciado algunos partidos- revelan que, más que desarrollar una guerra encarnizada contra el neoliberalismo, Evo busca un acuerdo amistoso -que por si él no lo sabe es una forma de negociación de espaldas a sus electores- con los representantes del sistema, acaso un poco de piedad y comprensión para los oprimidos.
El jefe del MAS no ha comprendido las dimensiones del momento político y mucho menos las posibilidades de su próximo desarrollo, lo cual le lleva a renunciar anticipadamente a la gigantesca oportunidad que le otorgan sus votos y terminar, más bien, como una suerte de «maquillador» del sistema.
Sin duda, el grupo de «asesores» y «consejeros» que le rodea con opiniones y sugerencias de todo tipo no le ayuda mucho para superar esta limitación; por el contrario, termina por embrollarlo y conducirlo a posiciones cada vez más confusas y extraviadas.
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