Hay en Quiroga una vivencia atolondrada del poder que marca cierta impostura y erratismo en sus decisiones. Por eso seguramente sueña con volver, con partido propio, el 2007.
Hubo un tiempo en que el poder fue entendido como la lógica cuartelaria aplicada a la convivencia social; hoy, en cambio, hay quienes consideran que es la lógica empresarial la que debe guiar la racionalidad gubernamental. En el primer caso, el general Banzer fue el modelo de personificación de la moral soldadesca convertida en razón de Estado. Hoy, Jorge Quiroga es la encarnación de la estrechez burocrático mercantil transformada en forma de gobierno.
Cuartel y empresa como modelos organizativos tienen muchas diferencias, pero también enormes similitudes. Ambas son estructuras rígidas de gestión autoritaria de las actitudes, de los deseos y las capacidades humanas, de ahí que no haya sido casual que detrás del general, el recambio viniera por parte de un administrador de empresas. Al fin y al cabo el cuartel, décadas atrás, y la empresa, hoy, son las obsesiones organizativas con las cuales las élites dominantes del país crearon su mito de progreso, de modernidad y control social.
Esto ciertamente ha empequeñecido la dignidad de la acción política. Si en vez de las estrategias de alianzas tenemos el regateo del mercader y en sustitución de capacidad de seducción aparece la estrecha rutina caculadora del funcionario a sueldo tan propias de la actual gestión presidencial del señor Quiroga, está claro que la política ya no es ni el arte de la gestión del bien común ni el escenario de la lucha cultural por la imposición de las creencias movilizadotas legitimas; es ya tan sólo un balance de inversiones y resultados numéricos. De ahí que no sea extraño tanto la manía plagiadora con la que, sin ningún rubor, el presidente Quiroga arme sus discursos, así como las innumerables frasecitas sonoras, propias de los manuales de autoayuda gerencial, con las que estructura en rima sus ingenuos discursos.
Los hijos de la dictadura
Pero mas allá de este estilo tan cartesianamente rígido e insípido de la administración de Quiroga, es notable la celeridad con la que ha logrado ascender en la vida partidaria y en la función estatal.
Ciertamente contingencias históricas como la juventud que compensaba la vejez del candidato adenista, así como la fulminante enfermedad del general que convirtió a un irrelevante vicepresidente en el nuevo gobernante, son elementos a tomar en cuenta para esclarecer este vertiginoso ascenso de Quiroga. Pero también hay otra serie de factores, de los que seguramente el actual presidente ni siquiera fue consciente, pero prepararon su encumbramiento con un cierto tono de fatalidad histórica.
En primer lugar, está claro que en Bolivia, a no ser de que seas un indio insurgente o un cholo alzado, la única forma de hacer política es por herencia de linaje. Acá, desde hace mucho tiempo hay un puñado de familias que han vivido en torno y del aparato de Estado, y es esta cercanía con el poder lo que las habilita a dejar a sus retoños, junto con el apellido y las costumbres, el acceso expedito a la gestión gubernamental. Este es el caso de Quiroga, y de varios de los jóvenes ministros actuales, que pudieron acercarse a ADN, de manera directa a puestos jerárquicos y sin necesidad de transitar por el largo camino del hacendoso militante de base, porque los padres o tíos ya habían participado del entorno cercano de la gestión dictatorial de Banzer. De tal modo, las principales puertas, y las más difíciles, estaban abiertas: Tuto era hijo de uno de los «suyos» del General y, en ADN, eso es garantía de posesión inmediata de un capital de reconocimiento, susceptible de ser convertido en cuota de poder y oportunidad política.
Pero también está claro que no sólo la estirpe (el capital étnico) y las redes de parentesco (el capital social) son suficientes para garantizar una trayectoria política ascendente. El capital cultural, esto es, el conjunto de conocimientos legítimos en el ámbito de la administración burocrática, son también imprescindibles. En la época de las dictaduras, detrás de cada comandante de ejército que había convertido el mando de tropa en una forma de capital político, siempre había un conglomerado de abogados portadores del saber legítimo para la administración estatal. Hoy en cambio, las reformas estatales han instaurado en los últimos 15 años un tipo de armazón institucional que exige de otros conocimientos «modernizados» en función de una nueva racionalización burocrático-administrativa de corte neoliberal más cercana a las técnicas gerenciales que a la chicana abogadil del ciclo estatal nacionalista. Qué mejor entonces que administradores de empresas, economistas y, mejor, graduados en las escuelas de negocios norteamericanas, para moverse como peces en el agua en los lenguajes, secretos y normas de la nueva institucionalidad estatal dejada por el empresario Sánchez de Lozada y el Banco Mundial.
Este es un elemento central para entender el desplazamiento de una generación política por otra en los últimos años. El Estado ha sufrido profundas mutaciones en su organización interna, en su complejidad administrativa, en el conjunto de saberes necesarios para controlar el conjunto de antiguos y nuevos resortes que lo ponen en marcha, tanto en sus ministerios, subsecretarías como en sus vínculos con las organizaciones de ayuda internacional. De ahí que una camada de jóvenes profesionales educados en el lenguaje de la nueva racionalidad técnico gerencial hayan aparecido como «naturales» sustitutos de la antigua generación de abogados y militares que se hicieron cargo del Estado. Hoy, la gestión empresarial es un tipo de conocimiento que fácilmente puede ser convertido en capital político, y esa fue la corriente que contribuyó a llevar a Tuto allá donde está, a pesar de su ignorancia absoluta de la realidad nacional y su memorable desconocimiento de la historia y las competencias sociales que caracterizan al país.
La embriaguez del poder
Que el talante gubernamental de Tuto venga por el lado de la economía y no de la cultura o la política en sentido serio, explica muchas de las actitudes irresponsables y desdichadas del joven presidente. Matar a más de 20 bloqueadores indígenas para luego borrar los decretos que provocaron esas muertes o inclinarse por Chile en la elección del puerto de exportación del gas boliviano por un apego cuasi religioso a la simpleza aritmética de unos números sin tomar en cuenta la densidad histórica de lo que está en juego, tanto en términos de la memoria social de un país enclaustrado como del previsible futuro trágico de una economía reducida a ser exportadora de materias primas, señalan hasta qué punto la cultura y la capacidad de negociación política es algo que un político no puede carecer a riesgo de caer en un tortuoso peregrinaje de desaciertos y tragedias.
Sin embargo, en todo esto no deja de llamar la atención la poca conciencia de sus propias limitaciones y posibilidades. Hacer una transmisión de mando y un discurso como si fuera un presidente electo y no meramente un casual repuesto del presidente enfermo, hablan de la poca vergüenza hacia la casualidad del éxito. Lo mismo, con su promesa de trabajo y su oferta de gobierno que más parecían un voluptuoso plan quinquenal estalinista que la serena aceptación de ser un gobernante que habría de conducir una corta transición hacia el siguiente periodo electoral. En fin, las ínfulas de grandeza con las que Quiroga folcloriza su desolado discurso técnico, muestran hasta que punto el poder llego demasiado pronto, lo que sería un signo de adolescencia política, o bien el poder recibido fue demasiado grande para lo que él estaba preparado, lo que hablaría de una inadecuación histórica entre lo que se es capaz de hacer y lo que las circunstancias le han puesto como exigencia.
En cualquiera de los casos hay en Quiroga una cierta vivencia atolondrada del poder que marca cierta impostura y erratismo en sus decisiones. Esforzarse por hacer rimas escolares en torno a que no tolerara que nadie meta la mano a la «lata» de las arcas públicas, pero tolerar que esa misma lata sea perforada por sus senadores para asegurar la buena vida de ellos y sus siguientes generaciones, es una falacia de muy mal gusto, así como es paradójico que se siga enarbolando las banderas del libre mercado cuando este sea uno de los gobiernos que mas esta haciendo para proteger, con barreras arancelarias, a determinados sectores de empresarios locales.
El lastre adenista. Una nueva derecha.
Pese a todo ello, es también cierto el arrebato por el poder exige cierta dosis de previsibilidad para mantenerlo. Quiroga no es la excepción. Llevado por fuerzas, que el no controlar ni conoce, a la cima del aparato estatal, en el ultimo tiempo ha desarrollo una cierta habilidad para trazar estrategias, sino en la gestión publica, al menos en la proyección partidaria.
Es por demás evidente que ADN sin el general es un partido condenado a la marginalidad. Sus motivos de existencia (proteger las espaldas de Banzer dictador), su estructura organizativa (la familia Banzer) y su sustento ideológico (la doctrina de seguridad nacional), desaparecen junto al ex-dictador. De ahí para adelante, son un partido que pertenece a otra época difunta. No hay porvenir político en ADN, y Tuto lo sabe.
La posibilidad de un reciclamiento de la derecha, viene por su modernización, esto es, por la ruptura con cualquier lazo que la amarre a los prejuicios y propuesta de ese híbrido sin cabeza, mezcla de liberalismo y nacionalismo militar que abrazo el partido del general. La derecha tiene futuro si cambia el lenguaje, las propuestas, las personas y la manera de acumular capital político. Aunque por cierto, y eso lo mostró ya Goni, manteniendo a la vez las viejas y tradicionales practicas políticas clientelares, prebendales y patrimoniales, pues es la única manera con las que las élites pueden hacer política y sobornar a la sociedad para obtener votos. En ese sentido, ADN es más un lastre que una plataforma para los proyectos políticos de Quiroga.
De ahí que no sea raro que un gran numero de desgajamientos y actos fallidos de ADN en los últimos meses hayan contado con la simpatía y velada intervención de Jorge Quiroga.
La separación de los viejos militantes cercanos al general, que además de fidelidad tenían redes de influencia partidaria que podrían haber mejorado la situación electoral de ADN, fue sin duda una maniobra en la que Tuto tuvo mucho que ver.
Igualmente, la defenestración de Daza, tras el escándalo de la «banda de Blas», mas que señal de querer «luchar contra la corrupción», dejó sin aparato partidario a la candidatura de MacLean, en una de sus plazas electorales, La Paz, ya que toda ella estaba bajo control de Daza; y, ahora trasladadas a Manfred Reyes, le han permitido a este último retener la simpatía electoral en base a una sólida estructura partidaria prestada, cosa que no pudo hacer Obregón por carecer precisamente de una red política regional.
La misma campaña electoral que desde la presidencia ha emprendido Tuto, en torno a la exhibición mediática de sus logros, muy poco tienen que ver con la candidatura de ADN. Y ello no por escrúpulos ni ética política. Todo parece indicar que una baja votación de Mac Lean, que por cierto no le está costando mucho esfuerzo, abriría la posibilidad de fundar un nuevo partido en el que Quiroga, enarbolando el capital simbólico resultante de su fugaz paso por la presidencia, sería la máxima figura, él y su candidato para el 2007. Se trataría entonces de «matar» a la derecha existente para fundar una «nueva derecha», más tolerante, sin el estigma de la dictadura, moderna, aunque no por ello menos populista que la actual, y abiertamente liberalizante.
Es sin duda, un proyecto interesante, aunque quizás ya para entonces la suerte no sea tan generosa. En un mundo en el que el liberalismo económico va de bajada, reivindicar banderas liberales a ultranza comienza a ser ya una muestra de senilidad política. La balanza mundial comienza a desplazarse hacia el centro, incluso hacia el la centro izquierda. Y quizás entonces, el 2007, el proyecto de Tuto y sus nóveles acompañantes llegue a la historia con retraso, truncando las ganas de ese pequeño arrebato de poder que hoy disfruta y que tanto desean prolongar.
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