El domingo 20 de junio se cumplió la 44 edición de la prueba pedestre Quito Ultimas Noticias. Miles de atletas, en diferentes categorías, se prepararon para el momento en que el cañón, con un gran zumbido de disparo, indicara el inicio de la competencia.
La partida para el grupo de elite fue en la planta del periódico El Comercio, al sur de Quito, y el final en el estadio Olímpico Atahualpa. Para otras categorías, como la Superación Paseo y Vilacabamba Boys, el inicio fue en el Parque Julio Andrade, en la Av 10 de Agosto, y el final en el mismo estadio.
La gente, desde tempranas horas de la mañana, ya empezaba a ocupar las diferentes calles y avenidas por donde pasarían los competidores.
Se podían escuchar los comentarios callejeros que, con pronósticos despampanantes y reservados, decían: «Oiga vecina, ya que el Rolandito dejó el atletismo por el Congreso, ¿si o no que el Silvio Guerra es el favorito».
Otros comentaban: «Oye Fernando, seguro que en damas la Tenorio consigue hoy su octava corona, no ves que ella tiene demasiada experiencia y además conoce la ruta, pues». De todo se escuchaba, pero no sabían que por las avenidas de la ciudad iba a pasar un verdadero campeón de la vida: Ernesto Lincango.
Esfuerzo y orgullo de un gran atleta
La partida de las categorías Superación Paseo y Vilacabamba Boys se efectúo desde el parque Julio Andrade, es decir, a 5 Km. de la llegada a la meta. Ernesto, un hombre de edad madura, de pequeña estatura y con discapacidad en sus extremidades, tenía que salir desde ahí con sus demás compañeros, pero como un verdadero campeón, que no se sentía menos que nadie, decidió salir desde la planta del periódico El Comercio: quiso recorrer los 13.8 Km. completitos.
Y, entonces, Lincango empezó la carrera...
Quienes lo veían correr con su paso lento pensaban que no llegaría hasta el final. En los tramos primeros, por la Av. Maldonado, La Villaflora, la Av. 5 de Junio, lucía con ánimo de empuje y ñeque.
Los espectadores al mirarlo gritaban: «Dale campeón, dale, tú vas a llegar». Él, con su ímpetu notable, continuaba el camino.
Ya estaba en la calle Juán José Flores, le faltaba la mitad de la carrera, y seguía, mientras se podía ver como las personas continuaban alentándole y brindándole agua para que pudiese refrescarse.
El campeón luchaba contra el cansancio y su incapacidad física, pero seguía; demostraba a mucha gente que aunque se tenga el cuerpo en condiciones normales, esto no es suficiente para ser grande en la vida. Muestra de esto sería lo que pasaría en los siguientes tramos de la carrera. Al llegar al Parque Julio Andrade, desde donde tenía que partir realmente, nuestro personaje se cayó al suelo. La gente se quedó estupefacta. Por ahí se escuchaba decir a una señora: «Ay pobrecito, ya no da más, tienen que ayudarle». Y así fue, en ese momento se le acercaron policías y paramédicos para brindarle auxilio.
A Ernesto se lo observaba muy cansado. Los ayudantes le preguntaron: ¿Puede continuar?. Y el gran atleta dejó sorprendida a la afición: «Sí, ayúdenme a pararme para continuar, yo puedo».
Entonces, a los dos minutos de su caída, el campeón se levantó como los grandes, y continúo...
La gente, asombrada, le aplaudía y le daba ánimos
El atleta seguía corriendo, ya estaba en la Av. Amazonas. Su tranco era cada vez más lento, y el cansancio y agitación se notaban con mayor claridad. Al momento de virar de la Av. 10 de Agosto hacia las Naciones Unidas, a unos 3 Km de la meta, una hilera de gente y de estudiantes que formaban una barrera a cada lado de la vía, veían la llegada de una persona ejemplar, que daba clases de autoestima y de empeño en al vida.
Los espectadores lo apoyaban, algunos lloraban: «Ya llegas atleta, ya llegas»; «vamos campeón, tú eres un ejemplo», le gritaban.
Lincango volvió a caer a la altura del Parque La Carolina. Pero el hombre, con sus últimas fuerzas, se reincorporó y siguió... El Estadio Olímpico Atahualpa lo estaba esperando. Las puertas parecían que le daban la bienvenida y le decían: «Eres grande Ernesto, no has ganado la carrera, sino que le has ganado la batalla de la vida».
Entrando, ya sin ánimos, pero con garra, se observaba a la gente que ocupaban los asientos del escenario deportivo, ovacionar a tan ejemplar competidor, quien con perseverancia y haciendo a un lado sus desventajas, llegó a la meta a las dos horas de su partida.
Ernesto Lincango no se merece medallas de oro, plata o bronce, o premios económicos. Se merece más vida en este mundo, para que nos cuente cómo hay que hacer para ser un verdadero campeón.
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