El fallecimiento de la luchadora Nela Martínez da pie para leer en este artículo del escritor ecuatoriano Jaime Galarza, su amigo, el testimonio de su vida y su legado.
Acaba de fallecer Nela Martínez, combatiente ecuatoriana de proyección continental. La medicina cubana, tan admirable y solidaria, no pudo con sus graves dolencias y Nela ha muerto en La Habana a los 92 años de edad.
Conocí a Nela Martínez en mi adolescencia, cuando ella había participado activamente en el derrocamiento de Carlos Alberto Arroyo del Río, el déspota de la entrega territorial, el 28 de mayo de 1944, durante esa fallida revolución burlescamente bautizada como La Gloriosa. Su destacado rol la convirtió en la primera parlamentaria ecuatoriana y, en el vacío de poder que se produjo momentáneamente, manejó las riendas del gobierno desde el Palacio de Carondelet, mientras los líderes mayores viajaban a Colombia para escoltarle a José María Velasco Ibarra, que volvía a tomar la Presidencia por segunda vez y que en esta ocasión traía “el corazón a la izquierda”, según sus propias palabras.
Para entonces a Nela se la veía acompañada de una valiosa y valerosa indígena como Dolores Cacuango, en unión de la cual, unidas a un pequeño núcleo de camaradas, participó en la organización de la FEI (Federación Ecuatoriana de Indios). Enemiga del burocratismo, procuraba la dirección viva de los procesos sociales, en los que participaba con tesón y energía. Así creó en Quito, a comienzos de los 50, el Frente Popular, al que nos sumamos entusiastamente unos cuantos jóvenes. Con este Frente, que tuvo corta duración, Nela lideró varias acciones como la protesta contra el alza de pasajes en Quito, que culminó con un resonante triunfo mediante la movilización popular. Igualmente dirigió el apoyo a la huelga de La Industrial y al impresionante sepelio que acompañó el cadáver de Marianita Carvajal, pequeña hija de una huelguista.
Historias que no son para rememorar este momento, la excluyeron de la dirección central del Partido Comunista del Ecuador, en cuyas filas militaba con fervor y lealtad desde muy joven. Vino una etapa gris y triste de intrigas y maledicencias contra ella y su esposo Raymond Meriguet, francés avecindado en Quito varios años atrás y activo luchador contra el nazifascismo durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1960 surgió en el país la Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas, URJE, en protesta contra las masacres cometidas por el gobierno socialcristiano de Camilo Ponce Enríquez, a la vez que como reflejo de la triunfante Revolución Cubana. Poco después Nela fundaba URME (Unión Revolucionaria de Mujeres Ecuatorianas). Entre las dos organizaciones había, más que un parentesco de siglas, una proximidad de ideales. Ninguna de las dos pudo prevalecer por mucho tiempo. Se extinguieron a causa de varios factores, siendo uno de ellos el bloqueo por parte del sectarismo de izquierda.
Nela Martínez continuó incansable en su labor de periodista y escritora, iniciada luego de la adolescencia; animó revistas, escribió numerosos artículos a su nombre y bajo el seudónimo de Bruna Tristán, completó con su propia maestría de escritora la novela Los Guandos, que su primer compañero, el escritor guayaquileño Joaquín Gallegos Lara, había dejado inconclusa a causa de sus muerte, en 1947. Esta novela describe uno de los capítulos más sórdidos y brutales del yugo feudal padecido por los indios del Ecuador, y para el caso, de Cañar, la tierra de su nacimiento.
Cuando había rebasado los 90 años, el 15 de Enero del 2003, caminó hasta la Casa de Sucre en Quito, pese a sus dolencias, para abrazar al Presidente Hugo Chávez, quien rendía personalmente homenaje al Mariscal de Ayacucho, en acto organizado por el Comité de Solidaridad con Venezuela, en que volvimos a participar juntos con Nela y en la que la vi por vez postrera.
Su presencia ese día era más que simbólica. Dado su espíritu declaradamente bolivariano, inspirada siempre en Manuela Sáenz, estuvo desde el comienzo con la Revolución que lidera Hugo Chávez, como estuvo con Cuba desde que Fidel y el Che luchaban en las montañas, antes de los años 60, hasta el día mismo en que expiró a la sombra de José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, a quien tanto admiraba.
Ahora Nela Martínez retorna en sus cenizas para integrarse y confundirse con la tierra de la Patria amada, y renacer transformada en bandera de dignidad cuando el país está saturado de gringos y ecuagringos, el patriotismo es término de mofa y muchos izquierdistas de ayer chapotean en el lodo del oportunismo electorero, se ubican en el centro rumbo a la derecha, dispuestos a convertirse en vasallos del Imperio a cuyo son danzan en un lujoso escenario de invitaciones, consultorías y prebendas. No importa que, además de Manta, el país entero se convierta en base militar y policial del Pentágono y la CIA, como Nela lo expresó hace dos años en el Congreso Nacional, sin que ningún diputado escondiera la cara, pues casi todo ya de antemano habían perdido la vergüenza.
Justamente porque vivimos en tiempos de oprobio y nuevo coloniaje resulta más sensible la desaparición de Nela Martínez, pero a la vez por ello, en adelante su nombre y su recuerdo habrán de flamear en los más altos picachos de Los Andes como bandera de dignidad, al ritmo de los fuertes vientos que hoy soplan en nuestra América.
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