La visión neoliberal, predominante en el mundo desde hace unas tres décadas y en nuestro país a lo largo de toda la década de los 90, preconiza la neutralidad política frente al estilo de crecimiento. Importa que el producto crezca, sin importar qué sectores lo hacen.
Algunos sostenedores de esta posición llegan a hablar de una "sociedad postindustrial", basada en la expansión de los servicios, en la que las actividades productoras de bienes pierden importancia.
Esta concepción tiene sentido en las economías altamente desarrolladas, en la que buena parte de los servicios se desarrollan a mayor ritmo y tienen un alto componente de valor agregado intelectual y producen un aumento de la demanda, en esas economías todos los sectores crecen y el de servicios lo hace mas rápidamente.
No es ese el caso de economías con un grado bajo de integración, como la nuestra. La creciente terciarización de la economía venezolana es consecuencia de la precarización y la desindustrialización.
El sector terciario (los servicios) salvo el de servicios financieros, es de muy baja capitalización y también de muy baja productividad. Mientras tanto, la industria manufacturera ha venido decreciendo durante más de una década en el valor absoluto de todos los indicadores. El PIB del sector, sólo en el quinquenio 1995/1999, decreció en un 13% en términos reales, mientras la cantidad de establecimientos se redujo a poco más de la mitad en el período 1990/2002. (Atlas Pymi Min. de Planif. y Des.)
Esta constatación hace que cobren valor tanto las políticas dirigidas a la reindustrialización como las que se orientan a la preservación del parque industrial existente. Sólo la recuperación del interrumpido crecimiento industrial podrá reducir el desempleo y el autoempleo precario.
En esa vía son importantes tanto las acciones que se puedan desarrollar en el ámbito de las políticas públicas como las que pueda encarar -en forma asociativa- el sector privado. Y las principales acciones deben ser orientadas hacia el sector más dinámico del tejido industrial, que es el de la PYMI.
Una consecuencia importante de la desindustrialización ocurrida en la última década -en cuya génesis estuvo el brusco cambio de políticas- fue la desarticulación de ese tejido industrial, la ruptura de los eslabonamientos y el aumento de la dependencia externa en términos de importación de suministros industriales.
Y el sector más castigado fue precisamente el de la PYMI, por situarse en las industrias con mayor grado de exposición a la competencia.
Para las industrias sobrevivientes, la coyuntura es propicia. El control de cambios ha mitigado la apertura externa y les ha dado oportunidades de recomponer su participación en el mercado.
Sin embargo, se ha llegado a esta situacion después de un período de más de diez años de descapitalización, y con las debilidades estructurales que siempre caracterizaron al sector.
Ambos problemas deben ser atacados para fortalecerlo y relanzarlo. La protección que brinda el control de cambios, por otra parte, es necesariamente temporaria.
Esto hace más importante el fortalecimiento del sector, para evitar una nueva crisis cuando esa situación se revierta.
Es sabido que las empresas de la pequeña y mediana industria nacen, habitualmente, como resultado del esfuerzo individual de sus propietarios, que arriesgan sus recursos personales en el desempeño de una actividad de la que conocen su tecnología o su mercado, o ambos, como resultado de una experiencia previa. Esto genera empresas que contienen en su génesis un importante potencial de desarrollo, pero que requieren de un apoyo inicial para estabilizarse y emprender el sendero del crecimiento.
Las políticas tradicionales de apoyo han consistido en dotarlas indiscriminadamente de recursos y brindarles una protección que las hacía crecer en un ambiente artificial.
Cuando restricciones macroeconómicas (y sobre todo prejuicios o modas ideológicas) obligaron a reducir el flujo de recursos y retirar la protección, estas empresas quedaron libradas a sus propias fuerzas sin haber llegado a madurar como para desempeñarse en un marco competitivo, lo que las sometió a fuertes traumas, de los que muchas no lograron sobrevivir.
La industria, actualmente, se caracteriza a nivel mundial por dos factores: su globalidad y su alto contenido tecnológico. Por globalidad entendemos el hecho de que los mercados nacionales, regionales o locales hoy están perfectamente insertados en los mercados globales, y se compite en el nivel de lo global.
Esto es consecuencia del desarrollo de las comunicaciones, el transporte y las tecnologías informáticas, que han reducido y reducen permanentemente el tamaño del planeta en cuanto a que contribuyen a eliminar o reducir significativamente el factor espacial como restricción, y por lo tanto sus costos asociados.
En lo que se refiere al componente tecnológico, ya no se compite sobre la base de recursos naturales o mano de obra barata (ventajas comparativas estáticas), sino a partir de la incorporación masiva de capital, tecnología y diseño.
La industria ha pasado a ser no sólo intensiva en el uso de capital, sino intensiva en el uso de componentes intelectuales como la tecnología y el diseño.
El objetivo de integrarse en esta nueva economía industrial no se cumple bloqueando su acceso a nuestro mercado, sino acoplándose a ella. Esto significa prestar especial atención al desarrollo de esas tendencias, y apoyarlas.
Publicado en Revista Quantum No.27
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