Control y dominio. Opresión y negación. Dolorosas palabras que marcan e identifican con rasgos propios la existencia del imperialismo en todas las épocas. Las garantías para su materialización en los siglos XX y XXI se llaman Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial de Comercio. La esperanza para que estas prácticas lleguen a su fin: las resistencias y las luchas constantes y siempre dinámicas de los pueblos.
La comunidad imperial
y el sistema mundo
capitalista
La mundialización capitalista ha sido siempre, es y seguirá siendo sinónimo de imperialismo; es decir, de un despliegue que produce, reproduce y señala sin cesar el contraste centro-periferia, dada su propia lógica interna inmanente.
Consecuencia del proceso de estructuración de un sistema mundo capitalista la desigualdad planetaria aumenta sin freno, desde sus albores. Esta tendencia se ha agudizado con las actuales políticas neoliberales y la globalización capitalista:
· En 1800, el nivel promedio de vida en los países ricos era solamente 3 veces más que el de los países pobres. Para 1900 era 6 veces más; y en el 2000 era 20 veces más.
· El 57% de la población del mundo recibe solamente el 6% de todos los ingresos. Vive, además, con menos de 2 dólares al día. Entre 1980 y 1996, mientras el comercio se expandía con una velocidad descomunal, en 59 países cayó el ingreso per cápita.
Durante las dos grandes fases precedentes del imperialismo (la fase mercantilista de 1500-1800, seguida de la fase clásica 1800 hasta la Segunda Guerra Mundial), éste era plural. La lucha entre países imperialistas coloniales por el control hegemónico del mundo los enfrentaba en relaciones de violenta competencia permanente, hasta el punto de que el conflicto de los imperialismos ocupaba un lugar central en el escenario histórico. La tercera y actual fase se caracteriza por un imperialismo colectivo en el marco del despliegue del proyecto norteamericano de hegemonismo a escala mundial.
Esta última forma de imperialismo es una gestión compartida de la economía y la política mundial, en la cual los Estados Unidos no defiende únicamente sus intereses sino también los de los demás miembros de este colectivo: la Unión Europea, Japón, Canadá y Australia. La gestión compartida de este sistema mundo capitalista da lugar a la actual comunidad imperial.
Esta comunidad enfatiza la dominación y expoliación por parte de los Estados imperiales, corporaciones multinacionales y bancos sobre los países menos desarrollados o periféricos y las clases trabajadoras. El concepto de imperialismo ve a las corporaciones multinacionales, los bancos y los Estados imperiales como las fuerzas motrices de los flujos de capital, mercancías y tecnología.
Por su parte, muchos países de América Latina, África y Asia continúan especializándose en exportación de bienes primarios, mano de obra superexplotada y substanciales desequilibrios en pagos por rentas (regalías) y servicios (seguros e intereses). El caso es que la expansión de flujos de capital, mercancías y tecnología, vía relaciones desiguales en el período contemporáneo, es una continuación de las relaciones imperiales del pasado.
El declive del sistema mundo capitalista
Los países de la comunidad imperial y sus clases dominantes han acumulado durante décadas de dominio mundial fuerzas productivas increíblemente mayores en sus propios territorios, mueven las palancas de las finanzas mundiales y controlan fuerzas militares muy superiores para garantizar la represión de todo desafío serio a su dominio. La comunidad imperial busca intimidar al mundo a través de la guerra y la propaganda afirmando que el capital es tan poderoso y tiene tanta movilidad que debemos acceder a sus exigencias, en cuanto no hay alternativas.
Los países imperialistas tienen un plan común. Se unieron para invadir a Iraq. Han usado los programas de "ajuste estructural" del BM y el FMI para obligar a los gobiernos de la periferia a pagar la deuda y para crear nuevas oportunidades de explotación y saqueo de esos países. Los tratados de «libre comercio» les han servido para abrir a las economías de los países oprimidos a más inversión, control y propiedad de las transnacionales. Los recientes acuerdos de la OMC han establecido el marco de regulación de la actividad económica internacional. Estos acuerdos facilitan la inversión de capital donde pueda sacar la máxima ganancia y posibilitan las ventas en cualquier país que ofrezca el mercado más grande.
Además, los imperialistas están formalizando lo que llaman "derechos de propiedad intelectual" para tener más control y sacar más ganancias del conocimiento acumulado de la humanidad.
La arquitectura del sistema mundo capitalista sustentada en el FMI, el BM y la OMC se mantiene sin cambios a pesar de los desastres que ocasiona su intervención y control de las economías periféricas. El predominio militar de los estadounidense permanece idéntico. Las transnacionales continúan encabezando la marcha en pos de la mercantilización del globo. No obstante, asistimos a una inminente crisis de estabilidad del capitalismo mundial.
La economía mundial imperialista es una unidad diferenciada; no es una economía capitalista mundial homogénea. La nueva ola de globalización entraña competencia para reducir costos y rivalidad entre los países de la comunidad imperial acerca de cómo se va a establecer la autoridad para imponer las reglas que rigen el comercio y la inversión, es decir, acerca de cuál potencia va a ser la fuerza dominante en ciertas regiones. La región asiático-pacífica es un campo de batalla importante, precisamente porque es la región de crecimiento más dinámico de una economía mundial que experimenta, en la actualidad, un crecimiento lento.
Un aspecto de la mayor competencia geoeconómica entre los imperialistas es la tendencia hacia la regionalización y la formación de bloques económicos regionales. Estados Unidos refuerza su control económico y político de América Latina. Japón lo quiere hacer en Asia oriental. Alemania juega un papel más agresivo en el continente europeo. Todas las potencias imperialistas comercian e invierten en estas regiones. Las integraciones regionales forman parte de un proceso de reducir los costos laborales y aumentar la rentabilidad. Por otro lado, la integración regional es parte de una estrategia imperialista: los rivales establecen posiciones privilegiadas respecto del comercio y la inversión con el fin de competir con mayor eficacia a nivel mundial.
Si bien el sistema es bárbaro, también es vulnerable. Este «orden» económico internacional presenta varias fisuras. En primer lugar, la globalización no elimina la rivalidad entre las firmas transnacionales ni entre los estados nacionales imperialistas. En segundo lugar, la contradicción entre la organización de la producción al nivel de propiedad privada y la anarquía de la producción social se está intensificando a escala mundial. En tercer lugar, la anarquía inherente a los procesos mundiales de crecimiento capitalista crea nuevos problemas de «regulación»; la contradicción entre la acumulación internacionalizada y el carácter nacional del capital, lejos de superarse, se intensifica. En cuarto lugar, la restructuración y globalización han producido transformaciones importantes de la economía mundial, pero no han creado una expansión vigorosa ni estable. Finalmente, y no menos importante, un punto de viraje ocurrió en 1974-75: la economía mundial imperialista experimentó la primera contracción global desde la Gran Depresión (que empezó en 1929) y entró en una crisis estructural profunda, de la cual no ha podido salirse.
El sistema mundo capitalista afronta una grave situación cuyos fundamentos económicos están asociados a las características típicas de una fase B de Kondratieff: i) el declive de la rentabilidad de las empresas productivas -especialmente de aquellas que habían sido más rentables previamente - y la consecuente reorientación de los capitalistas desde actividades productivas a las financieras; ii) la huida de industrias cuyos beneficios están disminuyendo -porque sus ventajas monopolistas han desaparecido- de las zonas del centro del sistema mundo capitalista a los países periféricos, en los que los salarios son menores aunque sean superiores los costos de transacción; iii) el incremento significativo de las tasas de desempleo.
En efecto, todo parece indicar que el sistema mundo capitalista atraviesa el fin y comienzo de un ciclo de largo plazo de crecimiento-desaceleración-recesión. La desaceleración de la economía del imperialismo yanqui genera una situación de incertidumbre mundial. Mientras a finales de la década de 1990 la economía mundial crecia con tasas promedio de 4% (la Unión Europea lo hacía con tasas anuales de 7% y América Latina en 6,6%), la economía estadounidense experimentó un descenso de cuatro puntos porcentuales, pasando de 8% en el gobierno Clinton a un moderado 3,7% durante la administración Bush. Bajo el mando de Geoge W. Busch, la economía gringa perdió más de 900.000 empleos y el superávit que heredó de la anterior administración se ha transformado en un peligroso déficit fiscal de US$ 400 mil millones, que pone en peligro la seguridad social y los programas de corte social, además de la sostenibilidad de las invasiones que mantiene en Iraq y Afganistán por controlar y expoliar los recursos energéticos de estos países.
Para el año 2004 la economía mundial crecerá en promedio 4,6% (ver gráfico). Este resultado, según las previsiones del FMI se explica por la dinámica de China que se ha convertido en el motor de la economía mundial, no sólo para los países imperialistas sino también para los periféricos. Sus importaciones están creciendo a una tasa de superior al 30% lo cual favorece a países como Japón, a Estados Unidos y países productores de materias primas como petróleo, carbón, hierro, oro y acero.
Esta expansión económica no está exenta de problemas. De una parte, el elevado precio del petróleo (US$ 55 barril) ya de por sí le esta poniendo freno al crecimiento económico; de otra, la elevación en las tasas de interés frena las iniciativas de inversión. La Reserva Federal de Estados Unidos ha elevado en seis meses en tres oportunidades las tasas de interés y todo indica que en 2005 haga otro tanto.
Un factor clave en la desestabilización de la economía mundial está asociado al manejo de la economía de los Estados Unidos, en particular los abultados faltantes fiscal y comercial, que el gobierno trata de "tapar" con su agresiva política exterior militar y la sobreexplotación de los países periféricos. La comunidad imperial depende cada vez más del saqueo económico de los países periféricos. La reelección de Busch expresa el respaldo de un pueblo estadounidense conservador y derechista que privilegia su bienestar a costa de la miseria de los pueblos de la periferia y apoya la acción terrorista del gobierno de Washington para mantener su condición de nación imperial hegemónica.
Resistencia y lucha por el socialismo
De otra parte, la globalización del sistema mundo capitalista -la fabrica de la riqueza y la miseria- ha suscitado más resistencias y posibilidades revolucionarias por todo el mundo. Dondequiera que van las instituciones del capital, tropiezan con un resuelto movimiento de protesta. El predominio cultural e ideológico de las instituciones que sostienen la arquitectura de este sistema mundo capitalista ha tenido que enfrentarse con un desafío global inesperado que se inicia desde Seatlle, en el año 1999, cuando los sindicalistas estadounidenses en conjunción con los grupos de la nueva izquierda consiguieron forzar la suspensión de las negociaciones de la OMC, de la cual ésta todavía no ha logrado recuperarse. Después, el ímpetu se tradujo en una coalición mundial de movimientos laxamente organizados que viene manteniendo una serie de encuentros exitosos, iniciados en Porto Alegre, bajo la consigna «Otro mundo es posible».
En general, la confrontación y competencia económico política de los países asiáticos -Comunidad Europea-Estados Unidos, el resquebrajamiento del neoliberalismo, el ascenso de gobiernos de izquierda en la periferia, la crisis petrolera que dispara los precios a niveles antes desconocidos y los graves déficits fiscal y comercial del imperialismo yanqui transforman la escena geopolítica, señalando el inicio del lento declive de la hegemonía del sistema mundo capitalista.
Pero la situación más grave tiene que ver con la insuficiencia del sistema mundo capitalista para dar solución a los graves problemas de pobreza, exclusión, polarización social, destrucción ambiental y conflicto político que aquejan a la mayor parte de los países periféricos en el mundo.
La globalización imperialista produce mayor integración mundial, y los acontecimientos y luchas en una parte tienen un gran impacto en situación de resistencia activa en otras regiones. La expansión del dominio de la comunidad imperial -a través de las instituciones que regulan el sistema mundo capitalista- han suscitado mucha oposición y las posibilidades revolucionarias crecen día a día. Es urgente que de los movimientos sociales de rebelión y los sindicales de reivindicaciones económicas y sociales se pase a la revolución socialista, lo cual requiere de una clara comprensión de la base material y política de dominación del imperialismo.
Es importante desechar la ilusión que la única opción "realista" es reformar los organismos imperialistas. No se necesita reformar los organismos irreformables, sino aliarse con las revueltas populares desde una perspectiva revolucionaria para poner fin al sistema mundo capitalista. El destino de cada revolución está ligado, en última instancia, al avance de la revolución mundial. Mientras avanzan las guerras populares y más países se liberen del imperialismo, una nueva economía se desarrollará (la reincrustración de la economía en la sociedad), de una manera nunca antes vista en la historia. Esto implica que cuando los sectores populares logren tomar el poder y construir el socialismo, la nueva sociedad debe, ante todo, servir al avance de la revolución mundial. Confrontamos un enemigo común: la comunidad imperial y su sistema mundo capitalista de dominación, explotación y expoliación.
Como lo reconocen varios analistas, la crisis del sistema mundo capitalista se presenta cada vez con mayor claridad como crisis de civilización, anunciando claramente que no existe salida para el capitalismo, ni dentro del capitalismo. La revolución socialista es el único camino a la emancipación y la superación de las diferencias y desigualdades de clases que produce el sistema mundo capitalista.
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