¿Cómo es posible que la economía crezca al 6,8 por ciento y el desempleo se vuelva a trepar arriba del 13? ¿Cuáles son las ramas del aparato productivo que crecen y cuales están despidiendo trabajadores? ¿Cómo se financia este insaciable consumo de bienes importados para las clases medias y limusinas para los más ricos? ¿Si la economía está ebria, después de la fiesta que pasará en la resaca? ¿Hasta dónde alcanza el dinero para pagar la embriaguez de las clases pudientes?
La economía a todo vapor, crecimiento del PIB al 6,8 por ciento en el año 2006. Euforia general en el gobierno y en los medios consagrados. El consumo de importados se disparó. Se logra empatar a Brasil en venta de nuevos vehículos. Son casi 190.000 carros, pero Colombia con una población tres veces menor. Disparada también la venta de celulares: se duplica año a año (30 millones de usuarios en 2006). Los super e hipermercados, los bancos, los transportadores y hasta los impuestos baten marcas en ganancias y recaudos.
Estos despilfarros y ávidos consumos son consistentes con el aumento del desempleo (ver gráfico 1), con la corruptela en el sector público, con las mafias que campean por doquier, con las crecientes desigualdades sociales, con la exclusión de las mayorías populares y del desplazamiento forzoso de más y más pobladores rurales. Consistentes porque el sector productivo crece insumiendo más importados y menos insumos nacionales. El sector financiero, por otra parte, está dispuesto a financiar todo tipo de consumos, a condición de que cuando llegue la hora de la resaca “pagan o pagan”.
¿Qué crece?
El actual régimen de acumulación es financiero-terrateniente, sustentado en la especulación, el rentismo y el capital transnacional. La burguesía colombiana nunca se desligó del poder señorial. Desde el gobierno de López Michelsen (1974-1978), las políticas económicas han sido favorables al sector financiero (en reemplazo del modelo sustitutivo de importaciones), cuyos bolsillos se han llenado con los dineros provenientes del narcotráfico (López legitima el primer lavado de dólares mediante la “ventanilla siniestra” del Banco de la República) y del rentable negocio de financiar importaciones. Hoy día, el sector financiero representa casi una cuarta parte de la economía colombiana, cuando a mediados del siglo XX sólo participaba con el 7 por ciento del PIB (ver gráfico 2). La financiarización de la economía ha significado que ningún colombiano sea inmune a la voracidad de los banqueros; en todos los resquicios de la existencia se encuentran: en el financiamiento de la vivienda, la educación, la salud, el sector rural, el manejo del dinero personal, el crédito de consumo, el banco de los pobres, el financiamiento de las microempresas… nadie escapa. En el año 2006, las utilidades del sector bancario se acercaron a los cuatro billones de pesos, más de 100.000 millones de lo ganado en 2005.
En medio de las privatizaciones fraudulentas de los bienes públicos, la desnacionalización de la economía y la desindustrialización, en 2006 las importaciones llegaron al país a chorros. Las importaciones, según el Banco de la República, casi alcanzan los 26.000 millones de dólares, crecieron un 24,1 por ciento en 2006, mientras la economía lo hizo en un 6,8 por ciento, esto es, cuatro veces más rápido. Lo que más se importó fueron (según la clasificación CUODE) bienes de consumo, que crecieron en 35 por ciento durante 2006, en relación a 2005; las importaciones de bienes intermedios (materias primas, insumos) crecieron en 21,8 y los bienes de capital en 22,2. En bienes de capital, están los computadores y las pantallas de televisión.
En contraste, las exportaciones sólo crecieron durante 2006 en 15,7 por ciento, alcanzando un valor cercano a los 24.000 millones de dólares. En consecuencia, el déficit comercial colombiano en el año 2006 fue de más de 2.000 millones de dólares (ver gráfico 3). Las exportaciones tradicionales (café, carbón, petróleo, ferroníquel) crecieron en 14,5 y las no tradicionales en 16,9.
Este mayor flujo de mercancías importadas inyecta crecimiento al transporte y al comercio, a la vez que golpea severamente al sector productivo real: industrial y agropecuario. El comercio creció en el año 2006 en 9 por ciento y el transporte en 10,3. En contraste, durante 2006, el sector agropecuario creció en menos del 1 por ciento y el manufacturero al ritmo del promedio global de la economía: 6,7 por ciento (pero más en actividades de ensamblaje o comercialización de mercancías entre plantas transnacionales, pues no generó empleo; al contrario, al igual que el sector primario, despidió trabajadores). La construcción pública y privada igualmente está en auge: durante 2006, este sector creció 17,3 por ciento.
¿Quién paga?
La borrachera consumista está financiada, de una parte, con mayor endeudamiento del Estado colombiano. El déficit del gobierno central durante el 2006 fue de 3,8 del PIB y se estima que para 2007 será del 5 por ciento (con las transferencias entre el sector público –excedentes de Ecopetrol y otras empresas públicas–, el déficit se reduce a 0,4 y 1,7 por ciento, respectivamente). Para financiar el gasto en obras públicas, burocracia, guerra y pago de la deuda pública –prioridades de la administración Uribe–, el gobierno debe endeudarse aún más: en el año 2006, el endeudamiento externo de largo plazo del sector público colombiano creció en 3.100 millones de dólares (flujo neto: préstamos menos servicio de la deuda). La sola deuda externa colombiana es cercana a 40.000 millones de dólares (que unida a la deuda interna suman el 30 por ciento del PIB).
La otra fuente de ingresos son las remesas de la diáspora colombiana (calculada en cerca de 4,5 millones de nacionales que viven en el extranjero), con una cifra anual de alrededor de 5.000 millones de dólares. Los narcoparamilitares también están colocando su cuota: el lavado de divisas y la legalización de sus fraudulentos capitales suman unos 10.000 millones de dólares al año, según la Fiscalía (se estima que el proceso de contrarreforma agraria les dejó en su poder 6,8 millones de hectáreas; de acuerdo con la Fundación Indepaz, los daños que los paramilitares les ocasionaron a sus víctimas en los últimos 10 años superan los 8.000 millones de dólares). La inversión extranjera directa también trae dólares (no para crear empresas sino para adquirir las existentes o para especular en el sistema financiero): en el año 2005, el flujo neto de inversión extranjera fue de 3.652 millones de dólares; en 2006 aumentó a más de 4.200 millones de dólares. Esta bonanza se incrementa con los envíos del gobierno estadounidense para apoyar la guerra de Uribe: 70.000 millones de dólares para los próximos años; es la solicitud de Bush al Congreso.
Una expresión de esta ‘bonanza’ de divisas es la sobrevaluación del peso; el dólar ha caído en su precio a 2.200 pesos por dólar, y en las zonas de dominio narcoparamilitar se consigue a 1.500 pesos. Otro efecto perverso es que la sobrevaluación del peso encarece las exportaciones (mientras los demás países de Latinoamérica están devaluando) y abarata las importaciones, lo cual genera un círculo perverso de mayor déficit comercial-mayor endeudamiento externo-desplome del aparato productivo-mayor desempleo. Además, está el consumo de los dueños del capital: estos se llevan la tajada del león, las familias ricas en Colombia (el 10 por ciento del total) concentran el 60 por ciento de la riqueza que los trabajadores generan anualmente, utilidades que en gran parte van para su consumo de bienes de lujo e importados.
¿Y el trabajo?
Según las estadísticas del Dane, durante el año 2006 se perdieron en Colombia 186.000 puestos de trabajo; igualmente ha caído la participación del salario en el conjunto del ingreso nacional y se ha visto reducido el consumo de los hogares populares. Tragedia social y laboral, antesala de lo peor que está por venir una vez se ponga en funcionamiento el Tlc.
Entre enero y diciembre de 2006, los desempleados aumentaron en 43.000 personas, para un total de 2.450.000 personas desocupadas. Las personas inactivas crecieron en 830.000 (la mayoría es de desempleados desalentados que se cansan de buscar trabajo sin lograrlo) y los subempleados (por ocupación, tiempo e ingresos) aumentaron en 428.000. Año a año se precariza más el trabajo (flexibilización, inestabilidad e informalidad) y aumenta la sobreexplotación.
En consecuencia, la tasa de ocupación nacional en año 2006 se ubicó en 51,3 por ciento, disminuyendo en 1,6 puntos frente al año 2005 (52,9 por ciento). La tasa de desempleo en las zonas urbanas fue de 13,3 (en el nivel nacional, incluida las zona rural, fue de 12 por ciento en promedio). En Cartagena, Pasto, Manizales e Ibagué, la tasa de desempleo es superior a 15.
La pérdida del empleo se presentó en las dos ramas de la actividad económica real. En la rama agropecuaria, entre enero y diciembre de 2006, la población ocupada cayó en 7 por ciento; en la industria manufacturera, la pérdida de puestos de trabajo fue del 4 por ciento, según el Dane. En la zona rural, la población ocupada disminuyó en promedio 206 mil personas (–4,3 por ciento) entre el período de enero-diciembre de 2006, respecto al año 2005. El despido de trabajadores del sector productivo real fue compensado parcialmente con la creación de puestos de trabajo en los sectores de la construcción (que tiene un efecto temporal), transporte, comunicaciones y actividades inmobiliarias.
¿Resaca?
La alianza de las distintas fracciones de clase del capital y de la renta se favorece de este régimen. Las clases medias arribistas, funcionales a estos grupos hegemónicos, también participan de la fiesta del consumo importado. El grado de ebriedad no les permite avizorar que han generado una burbuja especulativa que no demora en explotar, que con las deudas llega el momento en que hay que pagarlas, que aumentan los impuestos (cada año hay una reforma tributaria para cubrir el crónico déficit del sector público y cancelar la imparable deuda) y que están acabando con la economía nacional y los puestos de trabajo al consumir sólo productos importados y desmantelar las empresas nacionales.
Los trabajadores y sectores populares padecen los efectos de la borrachera de los de arriba; mientras ellos se divierten, abajo hay hambre, desempleo y sufrimiento. La solución no puede venir sino de los de abajo. El presente es de resistencia, lucha y cambio del modelo de desarrollo, esto es, la construcción del socialismo. Si fracasamos en el intento, no queda otra salida sino emigrar (unirse a los cinco millones que ya se fueron), para no respirar el aire enviciado en los bares amanecidos, tras noches alumbradas por luces fantasiosas. ¡El último en salir apague la luz!
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