Acaba de firmarse en Sudán un acuerdo trascendental. El acuerdo de paz definitivo que pone fin al conflicto de más larga duración de todo el convulsionado y golpeado continente africano y que ha cobrado más de dos millones de víctimas.
Hablamos de un acto con el que el gobierno sudanés, después de grandes presiones a nivel diplomático y de organizaciones de derechos humanos, ha dado marcha atrás en su “intransigencia islámica” y ha permitido que el “sur cristiano” viva en una región autónoma -lejos de la pretendida legislación islámica-.
Una región autónoma que hasta podrá decidir, dentro de no mucho, en elecciones que a no dudar serán ampliamente publicitadas, si desea seguir formando parte de Sudán o desea ser un país “libre e independiente”.
Si no fuera porque, como estamos seguros, este acuerdo dista mucho de ser una solución a las trágicas realidades del Sudán de hoy -dista mucho siquiera de aspirar a un nombre verdadero de “solución” cualquiera-, nosotros también aplaudiríamos el acontecimiento.
Porque lo que ocurre con Sudán y sus millones de muertos no tiene nombre. Y por eso mismo es preciso señalar las inconsistencias, hipocresías y realidades en curso en Sudán, trampas antiguas y relativamente recientes ocultas tras el celebrado acuerdo de paz. Analizamos a continuación lo ocurrido en dicho país.
I. Sudán en breves datos
Para hacernos una idea Sudán, el país más grande de África, posee dos veces la extensión de México -una extensión algo mayor a la cuarta parte de los Estados Unidos-, pero, a julio de 2001, contaba con una población de apenas 33 millones de personas.
El país es uno de los más pobres y conflictivos del mundo, y el enorme gasto del presupuesto en asuntos militares así como el difícil acceso a las ofertas de tecnología e infraestructura para necesidades básicas provenientes del primer mundo -que implican endeudamientos bancarios que se acumulan uno tras otro, así como exigencias “colaterales” a favor de agentes económicos extranjeros- hacen que el país sea especialmente vulnerable a las sequías y el proceso de desertificación. En contrapartida, es igualmente vulnerable a las “ayudas alimentarias”.
En Sudán las hambrunas son frecuentes. La esperanza de vida promedio es de 56 años, su renta per cápita equivale a una octava parte de la mexicana y se ubica en el puesto 138 del Índice de Desarrollo Humano de la ONU.
La guerra civil ha asolado a Sudán desde los inicios de su vida como país “independiente”. El conflicto interno más importante, el conocido como conflicto norte-sur, ha llegado -en términos legales- a su fin. O mejor dicho, un capítulo del juego que encierra a Sudán en la desgracia ha llegado a su fin. Al menos -repito- en los documentos.
II. Las mentiras inexplicables. Hipocresías contra el sur “cristiano”.
1.- El norte musulmán contra el sur “cristiano”.
El conflicto al que acaba de ponérsele fin ha enfrentado desde 1983 al gobierno sudanés con los rebeldes del sur. Se trata de una guerra que ha sido frecuentemente presentada como un conflicto entre el norte musulmán fundamentalista y el sur cristiano, y bajo dicha comprensión ha sido objeto de numerosos grupos de presión en la Casa Blanca, que abogaron para poner fin a la opresión musulmana a los cristianos.
Sin embargo, las cifras presentan una realidad distinta.
Según el CIA World Factbook, el 70% de la población de Sudán es musulmana, el 25% es animista y el 5% es cristiana. Los cristianos se ubican en el sur y en la capital, Khartum.
Según Hisham Al-Hadidi, en su artículo “ Southern Sudan ...Where To?” aparecido en árabe en la publicación Al-Ahram Daily el 4 de agosto del año 2002, de la población de 7 millones de personas -en aquel entonces- del sur de Sudán, el 65% era animista, el 18% musulmán y el 17% era cristiana. Ni siquiera en el propio sur se puede hablar de una mayoría.
Sin embargo, no es lo único ni lo más importante que llama la atención.
2.- Conflicto “religioso” o conflicto capitalista. Barbarie africana o maravilla colonialista.
La fractura geopolítica norte-sur en Sudán tiene larga data. De hecho, hubo círculos de protesta en el sur incluso antes de la declaración de independencia en Sudán, independencia declarada en el año 1955. El problema es real, pero dista demasiado de ser un asunto “religioso”.
El 19 de enero de 1899, en la época de la colonización, los gobiernos británico y egipcio firmaron un acuerdo o condominio para compartir la soberanía de Sudán; en la práctica Gran Bretaña, que ejercía un mayor control de la situación, estableció un sistema de gobierno en el norte, dejando el sur descuidado y en manos de unos cuantos funcionarios civiles conocidos como “barones”, por el poder casi absoluto de que gozaban en sus respectivas zonas.
Los británicos no sólo habían dejado el gobierno de la región meridional en manos de los “barones”, sino que no habían hecho prácticamente nada para impulsar el desarrollo de la economía y la educación en el sur, ni habían creado la infraestructura necesaria para ello.
La parte septentrional de Sudán, por el contrario, gozaba de una buena situación y nuevas industrias estaban en vías de desarrollo; además se había construido una red ferroviaria, escuelas y centros universitarios. El gobierno británico, que durante mucho tiempo protegió las misiones cristianas situadas fuera del territorio del norte, había dejado el gobierno de las tierras meridionales en manos de dichas misiones, las cuales eran responsables no sólo de la deficiente educación que habían impartido sino también del escaso desarrollo alcanzado en dicha región.
La cristianización del sur no prosperó en términos numéricos, pero, partiendo de gente bajo el mecenazgo de los barones, logró una distorsión en las relaciones tradicionales norte-sur.
En efecto, en cuanto al plano numérico, los “desinteresados” esfuerzos misioneros de convertir a los “bárbaros negros” musulmanes al cristianismo, la religión “ilustrada” de los civilizados colonos, no logró que ni siquiera en el propio sur el cristianismo sea una mayoría. Pero tuvo en el plano geopolítico una consecuencia negativa: el agravamiento de las diferencias entre el norte y el sur.
Los ingleses han sido los principales responsables de establecer las largas diferencias de desarrollo entre el norte y el sur, mediante la política de tratar a las dos zonas casi como si fueran dos países distintos. El período de las ordenanzas de “puertas cerradas” significó impedir que los sudaneses del norte comerciaran con los del sur. Más aún, gradualmente los británicos reemplazaron los administradores árabes y expulsaron del sur a los comerciantes árabes, dañando seriamente los contactos económicos del sur con el norte. La administración colonial británica (cristiana) quiso frenar la expansión del Islam, el cual se había constituido en la región como una fuerza unificadora, por lo cual reubicaron (expulsaron) a los comerciantes árabes musulmanes que estaban en el sur.
Finalmente, en 1930 una directiva estableció que los negros de las provincias del sur debían considerarse una gente distinta de los musulmanes del norte, y que el sur debería prepararse para su integración con el África Británica Occidental. La política colonialista, por tanto, se dirigió sistemáticamente a escindir el norte del sur, preparando una secesión que ahora se vislumbra. Incluso entre los funcionarios de la Corona se llegó a producir una división, entre los del norte y los del sur. El aislamiento en que quedó el sur repercutió en los niveles de vida de la región.
Cuando, finalmente, el Reino Unido decidió dar la independencia a Sudán, llevó a cabo, en una nueva labor de “ingeniería social”, un programa al que denominó programa de sudanización. El programa acabó en agosto de 1955, y no hizo sino agravar las diferencias geográficas, económicas y sociales existentes entre el norte y el sur del país. Tras el “éxito” del programa, se declaró la independencia de Sudán en el año 1955.
Los antiguos reclamos del sur no tuvieron, durante muchos años, ningún carácter religioso. Fueron reclamos por una participación en el desarrollo económico, es decir, reclamos en contra de la pura y simple marginación.
3.- Fundamentalismo Islámico.
Sudán no es un gobierno islámico. De hecho no cumple los estándares mínimos para poder ser llamado un gobierno islámico, aunque su población sea mayoritariamente islámica. A no ser que llamemos “fundamentalismo” -y eso sí tendría algo más de sentido- al producto ideológico deforme incrustado en tierras tradicionalmente islámicas por parte de unas manos colonialistas y, posteriormente, fermentado por las secuelas poco observadas pero ciertas de una conocida Guerra Fría. Revisemos un poco de historia.
Al igual que la potencia de turno americana de hoy en día, los ingleses, “portadores de la civilización” para los pueblos bárbaros del mundo musulmán en aquel entonces, hicieron diversos esfuerzos para “mejorar” el Islam de su colonia.
En el revelador aunque casi desconocido libro The Southern Sudan: Background to Conflict, Mohammed Omar Bashir, que fuera catedrático en la Universidad de Khartum y estuviera activamente implicado en la ronda de negociaciones de paz en el sur en 1965, recuerda la pretensión colonialista de los británicos de “remodelar” el Islam a fin de hacerlo un Islam aceptable para la Corona y sus intereses en la región.
Según la revisión que hace de este texto Daud Abdullah:
Sus capítulos iniciales aluden a la naturaleza y el impacto de las operaciones de inteligencia [de la administración británica] sobre los misioneros cristianos en el sur. Estaban obsesionados con el objetivo de restablecer la hegemonía cultural del cristianismo en África, luego de que esta hegemonía fuera suplantada por el Islam.
En la era post-mahdista estaban determinados a impedir que se usara al Sudán como un puente del Islam hacia África. La educación, de manera ostensible, fue un vehículo primario para lograr este fin. Bashir cita al inspector de Mongalla en una carta al Director de Inteligencia en Khatum haciendo un llamado a que el gobierno estableciera escuelas (p. 35)
Uno de los métodos empleados en Sudán fue la creación de un Consejo de Ulema. El mismo estaba compuesto de imames y jueces respecto a los cuales el gobierno sentía que deseaban interpretar el Islam tal como lo veía el status quo. La reemergencia de las tariqas luego del Mahdi fue recibida con el mayor desagrado por los funcionarios británicos.
Nunca confiaron en ellas porque tendían a crear una poderosa clase en sus shaykhs ... La consecuencia de esto fue el surgimiento de dos fuerzas opuestas; la del “Islam oficial” representado por el Majlis-e-Ulema y la del “Islam popular” representados por los Mahdistas y los grupos sufis”.
Luego de mencionar que el autor habla del plan concertado entre la iglesia y el estado para excluir el Islam y los musulmanes del sur de Sudán, Daud Abdullah dice, comentando unas omisiones del libro:
“No nos dice por ejemplo que se sostuvieron conferencias internacionales en el Cairo en 1906, en Edinburgo en 1910 y en Constantinopla en 1911 para desarrollar esta estrategia [impedir el crecimiento del Islam en África]. Y que se llevaron a cabo estudios en Berlín por los Congresos Coloniales Germanos en 1902, 1905 y 1910. De hecho, el Congreso de 1905 declaró al Islam como una amenaza política para el imperio colonial”.
En Sudán, los ingleses se esforzaron en crear un Islam “políticamente correcto” -muy exigente, puritano, a nivel individual, pero pragmático en el plano político y social- en beneficio de sus intereses. La llegada del salafismo de los Hermanos Musulmanes con el partido “islamista” de Hasan Turabi, partido actualmente en el poder, no deja de tener relación con las distorsiones iniciales creadas interesadamente en la conciencia islámica tradicional en Sudán.
Ahora bien, si por fundamentalista quiere decirse alguien que se apega firmemente -o “intolerantemente”, al decir en curso- a los fundamentos de su religión, nada podría estar más lejos de la realidad del gobierno sudanés actual.
El inspirador del golpe militar que llevó al poder al presidente actual Omar al Bashir al poder, el “líder espiritual” del movimiento Hassan at-Turabi, ha dicho:
“Personalmente, tengo opiniones que van en contra de todas las escuelas ortodoxas de la ley [islámica]...”
("Foreign Affairs", p.53-55. Mayo/Junio 1995)
“El fiqh antiguo estuvo influenciado por la filosofía griega ... Esta modernización debe llegar a las raíces. (usul) ... En la economía ... y la ibada”.
(En su libro: "Tajdid Usul Al Fiqh Al Islamiyyah")
[Modernizando el Usul al Fiqh Al Islamiyyah].
La economía (y hasta la adoración misma - la ibada-) repensadas, es decir, cambiadas convenientemente para el día de hoy; esto es, una creación propia a la que se le pone la etiqueta de Islam “original”.
Discurso antiguo de los reformadores, sin duda, que ya pudo escuchar Europa en los tiempos del calvinismo y sus enfáticas afirmaciones respecto a la permisibilidad de un cierto grado de usura, opinión necesaria para adecuarse pragmáticamente a los tiempos. Los tiempos del surgimiento del sistema bancario internacional y el poder transnacional del dinero.
Un reformismo que, en el caso europeo -muy similar en esto al reformismo post-colonial árabe, fascinado por el brillo de las potencias- fue contra siglos de consenso en cuanto a la prohibición del préstamo a interés -o como se le conocía en aquel entonces, la prohibición de la usura-, y permitió que los quákeros -los extraordinariamente puritanos y devotos cristianos del protestantismo- no vieran inconveniente alguno para establecer, en el plano económico, nada menos que el Barclays Blank.
4.- Heroísmo de los rebeldes o cocción capitalista del conflicto.
La facción rebelde liderada por John Garang ha alegado como causa de su rebelión -surgida en un estado avanzado de la crisis norte sur que se originara como consecuencia de la larga política de la corona británica- la resistencia a la imposición de las leyes “islámicas” en el sur. Una causa por la “identidad cristiana”, puesta en peligro por la aplicación dispuesta por el gobierno sudanés de leyes pretendidamente islámicas para todo el territorio del país.
Sin embargo, el componente religioso que vino a formar parte tardíamente del escenario sudanés -una vez que el caldo de cultivo heredado de la “ingeniería social” británica había llevado las cosas “a punto”-, no llega a explicar en absoluto las dimensiones humanas y temporales del conflicto y el extraordinario, casi súbitamente “genial”, desempeño militar y político del héroe de turno, John Garang.
Un hombre que, representando a lo sumo un escaso 17% del sur sudanés -si olvidamos por un momento que el EPLS no fue el único movimiento rebelde del sur en aparecer, aunque sí el único cuyo protagonista mantenía fuertes e inteligentes contactos con los Estados Unidos- ha tenido en jaque al ejército sudanés por tantos años, un ejército que en circunstancias ordinarias tendría que haber estado mejor armado que la facción de rebeldes del EPLS.
Sudán habría vivido una situación enteramente distinta si bajo los pies de los rebeldes del sur no se hubiera encontrado la madre de las guerras contemporáneas: el oro negro.
Desde los años setenta las exploraciones llevadas a cabo en suelo sudanés han descubierto reservas de petróleo significativas. A enero de 2004, las reservas probadas de petróleo crudo eran de 563 millones de barriles, más del doble de los 262 millones estimados en 2001.
Pero Sudán no sólo es importante por su petróleo. Su ubicación es estratégica.
Colinda al norte con Egipto -difícil y hostil vecino de Israel-, el cual ha mantenido interés en mantener bajo control la administración de las aguas del Nilo, que naciendo en Sudán, es una fuente de agua tan importante para los sudaneses como para los egipcios. Al noreste tiene frontera con Libia, actor importante en el África del Norte y que cuenta con grandes reservas de petróleo deficientemente explotadas en la actualidad. Colinda al este con Eritrea, Etiopía y el Mar Rojo, lugar este último de tránsito de las exportaciones del petróleo del Medio Oriente.
La dotación de armamento, la presión internacional de asistencia humanitaria, el equipamiento y el abastecimiento de que gozó John Garang y su EPLS, hicieron prontamente de la causa de estos rebeldes (no olvidemos que sólo el 5% de Sudán es cristiano) una causa falsamente atribuida a la mitad de Sudán. Una causa “sureña”, sin importar que hubiera más animistas que cristianos, y ligeramente algo más de musulmanes que de cristianos incluso en el propio sur de Sudán.
La causa del EPLS se hizo prontamente una causa “humanitaria” por la que se encontraban abogando, por igual, cristianos de derecha en Inglaterra y Estados Unidos, preocupados por el “genocidio” de los cristianos del sur, así como think tanks neoconservadores en los alrededores de la casa Blanca, preocupados por el “petrocidio” que significaría dejar el petróleo en manos del régimen sudanés o de la transnacional china que inició exploraciones en la zona, con el beneplácito del gobierno.
John Garang libró una inteligente guerra mediática. Por ello, nunca la prensa se hizo eco de las protestas por las mentiras lanzadas por el ELPS en cuanto a la situación en Sudán.
Al igual que no se quiso informar que John Garang y sus cristianos habían protagonizado actos contrarios a todo sentido de humanidad. Como muestra, el "Country Reports On Human Rights Practices" (p. 382) publicado en 1993 por el Departamento de Estados de los Estados Unidos afirma que “10,000 niños fueron capturados por las fuerzas rebeldes para luchar en el ELPS contra el gobierno sudanés”.
Hubo incluso alguna organización cristiana caritativa -la Organización No Gubernamental Solidaridad Cristiana Internacional- que tuvo que perder su calidad de miembro con estatus consultivo ante el Consejo Social y Económico de las Naciones Unidas por su activo involucramiento con los rebeldes del sur.
Por el contrario, el gobierno sudanés fue objeto de una sistemática labor de difamación y denuncia, al más puro estilo macartista, que mezclaba mentiras con verdades, tergiversando con frecuencia la magnitud de las últimas. Sin que esto signifique justificar en absoluto las atrocidades que también cometió, al igual que el ELPS, la contraparte, en esta guerra prefabricada, ni negar la cuota de responsabilidad del fatídico, vengativo y miope gobierno sudanés en todo este asunto.
De hecho, si bien todos parecen querer culpar al gobierno “fundamentalista” de Sudán de todos los desastres en el convulsionado país, nadie ha querido señalar la responsabilidad de los héroes cristianos en el asunto. Por más que pese a muchos románticos, John Garang no es el hombre amante de la paz del que se habla, el hombre que habría llevado a cabo una lucha por una paz digna.
Conocido es -aunque no publicitado- que él y sus hombres se propusieron extender la rebelión a la zona de Darfur.
¿Cómo podría hablar allí -nos preguntamos- de una causa por la identidad cristiana, si en Darfur agredidos y agresores, papeles que muchas veces se han intercambiado, son todos igualmente musulmanes?.
Por lo demás, el primer grupo rebelde en Darfur, levantado en armas en febrero de 2003, no ocultó su simpatía por el grupo de Garang, a quienes muchos acusan de haber servido como cauce para que intereses extranjeros alimenten este otro conflicto sudanés de Darfur.
5.- La tolerancia, la democracia y las finanzas. El laberinto de Sudán.
No sorprenderá entonces que, con el trasfondo descrito de este tan celebrado acuerdo de paz “tolerante” y “fraterno”, el grupo de cristianos de Sudán -para no poner en tela de juicio que una cosa es un grupo de personas y otro una agrupación rebelde que afirma que los “representa”- es decir, apenas un 5% de la población sudanesa, ha recibido un extraordinario y asombroso privilegio, fuera de toda norma aritmética que esas que “miden” la “voluntad popular”: tener el control administrativo de la mitad del país -la mitad más rica en recursos- bajo el estatuto de un región autónoma.
Audaz proeza aritmética para bien de la democratización de las leyes del país, claro.
Y, por si fuera poco, en el plazo de 6 años se ha concedido a dicha zona la posibilidad misma de la separación territorial, a fin de que el sur (donde los cristianos son asimismo una minoría) pueda constituirse en un país enteramente “soberano”.
Un nuevo país que nunca olvidará, por supuesto, que debe su libertad y la posibilidad misma de su “nacionalismo” -porque con seguridad surgirá un sentimiento de “nación”, si se da la secesión, aglutinado en torno a su héroe de la independencia- a los generosos auxilios del gobierno norteamericano.
No resulta extraño, dados los intereses económicos y geopolíticos detrás del escenario, que el garante del proceso que acabó con la “opresión” de los cristianos haya sido el gobierno de los Estados Unidos.
La historia americana y la del nuevo país por crearse, si se da el caso, hablará de los Estados Unidos como un estado que ha llevado a cabo una acción de lucha por la “tolerancia” y la “democracia”.
Una acción que aplauden desde sus clubes los lobbies petroleros norteamericanos que se veían antes impedidos de explotar el petróleo sudanés ante la presencia de una petrolera china en la región y el tono antinorteamericano del gobierno sudanés, que además de admitir la presencia china y evitar la norteamericana, siempre ha denunciado las inconsecuencias norteamericanas, como en el caso del Palestina.
El patronazgo de la libertad del “sur cristiano”, además de ser muy conveniente para las petroleras norteamericanas, resulta del total agrado, además, de la derecha religiosa conservadora norteamericana.
Esta derecha exigió a su candidato George W. Bush, conocido por su fervor cristiano, dar prioridad en su agenda internacional a la liberación del sur cristiano sudanés, región actualmente invadida por caritativos misioneros.
Por último, a estas alturas de la exposición de los hechos, no asombrará que la Casa Blanca haya calificado sistemáticamente al gobierno sudanés de ser un gobierno “fundamentalista”, que patrocina el terrorismo internacional, y lo haya puesto en su lista negra.
Fueron precisamente las amenazas de la Casa Blanca y su juego político lo que permitió a Washington, después del golpe de suerte que significó para la política internacional norteamericana la desgracia que sufriera su pueblo el 11-S, presionar furiosamente al gobierno sudanés a fin de alinearse con Estados Unidos en la “lucha antiterrorista” y alejar de sí toda sospecha de ser un enemigo. O eres “tolerante” o eres un estado terrorista o próximo al terrorismo.
La creación de la zona autónoma del sur de Sudán, el establecimiento de una legislación “tolerante” para el sur y la distribución igualitaria del usufructo de la riqueza del petróleo (50% al norte, 50% al sur, suena lógico), serán medidas señaladas, sin duda, como logros de un proceso revolucionario de democratización en Sudán.
Sonarán las palmas de aplauso no sólo en la Casa Blanca, sino también en las Naciones Unidas, y en todas las organizaciones de derechos humanos y ONG”s que buscaban la “democratización” sudanesa.
Pero por poco que se reflexione -y estamos ante un momento histórico en la vida de un estado-nación que resulta altamente significativo en términos de reflexión-, detrás del jolgorio se ha desarrollado un juego distinto.
Un proceso de “democratización” que ha llevado a la tiranía de una minoría. O, para ser más precisos, al dominio de quienes ven detrás de una minoría un enorme rédito económico y geopolítico.
Después de todo, a veces es necesario que la democracia alcance a una minoría. Como ha ocurrido ahora en Sudán, o como ha ocurrido antes, por ejemplo, en el proceso histórico de desintegración política, alineación cultural y penetración económica capitalista (balcanización, dirían) que afectó a Turquía, un estado nación cuya inmensa mayoría es islámica pero cuyo gobierno, aliado de las potencias occidentales y el capitalismo, recuerda con agrado a la nación el histórico y “liberador” pasado que la atravesó, y construye sus proyectos y se levanta apoyado sobre la sangrienta obra de destrucción e intolerancia hacia el Islam y todo lo islámico del tirano Kemal Ataturk, el héroe de los ingleses que no dudó un momento en imponer militarmente la religión política (ideología es un término condescendiente) que preconizaba orgullosamente.
Por lo visto, a veces es necesario una democratización que beneficie a las minorías (ya sabemos qué minoría). Como en el caso de Indonesia, por poner un segundo ejemplo, el gigante islámico dormido, que está cada vez más presionado para alinearse a la agenda de la Casa Blanca y las corporaciones transnacionales que se encuentran arropadas tras ella.
Pero otras veces, con la misma impecable lógica invicta que permite hacer en ciertos casos enteramente lo opuesto, para obtener el mismo resultado del establecimiento de la “democracia” es necesario que la democratización alcance a una mayoría.
Como lo que ocurre con el shiísmo y las próximas elecciones en Irak, patrocinadas por los Estados Unidos, por citar ahora el ejemplo de turno más evidente.
Una lógica curiosa, de democratización según llaman, donde parece que se busca cómo hacer de un estado y sus instituciones políticas, una fábrica de servicios para la banca y las industrias.
Curiosas formas en que se ven implicadas el discurso de la tolerancia, la democracia y las finanzas. Como si tras las elecciones, el plebiscito o el referéndum, se agazapara, indesligablemente, un golpe de estado entre bastidores. Pero no un golpe militar.
Un golpe de banca. Un coup de banque, como alguien escribiera.
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