Cada vez que habla, Condoleezza Rice escupe pólvora. Sus finos labios se tornan boca de cañón. Antes de la reelección de Bush, empujaba el carro de la guerra imperial desde su puesto de asesora de la Casa Blanca en materia de seguridad. Ahora desencadena su poder mortífero desde su trinchera de la Secretaría de Estado, una vez alejado del cargo el general Colin Powell,
considerado demasiado suave por la camarilla que comanda Donald Rumsfeld, por mucho que Powell fuera el iniciador del asalto a Afganistán primero y luego a Iraq.
Si Bush el Exterminador declaró en estos días que «el ejercicio de la Presidencia de Estados Unidos es imposible sin una relación con Dios», sugiriendo así que él mantiene línea directa con el Altísimo, Condoleezza
Rice es para Bush el brazo de hierro y el puñal. Nada que ver con la ternura femenina. A tal punto que poco antes de la mentada reelección , tuvo un lapsus durante una rueda de prensa al declarar enérgicamente: el ejercicio de la Presidencia de Estados Unidos es imposible sin una relación con Dios «Yo le apoyo en todo a mi marido...perdón: al presidente»
La metedura de pata dio pie para la malévola comidilla de los medios pero, marido a salvo, la Secretaria de Estado constituye un peligro mundial. Atiza la hoguera en todas partes, encubre los crímenes de las tropas yanquis en Iraq, santifica a los torturadores de Bagdad y Guantánamo, fomenta la compra de mercenarios para las guerras del Imperio, anima el espionaje al extremo
de ser forjadora, entre otros, de la unidad supersecreta de espionaje que acaba de ser revelada por The Washington Post y The New York Times. Nada que
ver con las delicadezas femeninas.
Ahora las emprende contra Venezuela, a la que califica de "signo negativo en la región", como quien dice un cáncer que hay que extirpar. Esto por negarse a cooperar con las acciones guerreristas de Álvaro Uribe, mantener una defensa intransigente de la OPEP y una declarada amistad con el rey de los infiernos: Fidel Castro. Motivos más que suficientes para que la mujer-halcón enfile su pico ensangrentado hacia esta nueva presa: la Patria del Libertador.
Las razones de fondo para el odio de ella y los belicistas de Washington en este caso son otras: el petróleo (Venezuela posee la tercera reserva mundial después de Arabia Saudita e Iraq, y la protege con decisión), la
expedición de la Ley de Tierras que le permite a Venezuela rescatar el suelo ocioso para dárselo a los campesinos, las comunidades indígenas, los barrios pobres, la obra social, el deporte; las campañas masivas de salud y alfabetización, que cuentan con la participación de métodos y técnicos cubanos aplaudidos y apoyados por las Naciones Unidas; las crecientes
relaciones con los países árabes, China y la «Vieja Europa», tan vilipendiada por los halcones; las Leyes de pesca que establecen una amplia reserva marina para beneficio de los pescadores artesanales; la conversión
de las corruptas y tiránicas fuerzas armadas en instrumentos de cambio y de justicia social; la proclamada intención venezolana de propiciar la
unificación de América del Sur, reviviendo y actualizando el sueño de Bolívar, quien profetizó desde Guayaquil en 1829, en su célebre carta al coronel británico Patrice Campbell: «Los Estados Unidos parecen destinados
por la Provindencia para plagar de miserias la América en nombre de la libertad».
Respecto del gobierno soberano de Hugo Chávez, los designios de la mujer-halcón y la gavilla terrorista de Washington se mostraron en toda su desnudez hace tres años cuando el fallido golpe que encabezó Pedro Carmona, el capitoste de Fedecámaras. Seguros de su triunfo lo aplaudierona rabiar, para luego recular en su alegría vergonzosamente hasta una nueva oportunidad, que cada vez la visualizan más lejana, fracasado el referendo para la revocatoria del mandato de Chávez, del que su gobierno salió fortalecido como nunca. De allí la iracundia de la mujer-halcón y sus amenazas no disimuladas de intervención militar.
Sólo que este es un sueño neonazi condenado al fracaso. Como han dicho medios iraníes ante similares amenazas de agresión a Irán, que para los gringos forma parte del «eje del mal», los Estados Unidos harían una gran ganacia si logran rescatar a sus tropas empantanadas en Iraq. Lo que sin duda no podrá conseguirlo. La madre de todas las mentiras (la existencia de armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein) ha terminado siendo la madre de todas las derrotas del Imperio
Así, cualquier plan intervencionista en Cuba fracasará, como está perfectamente claro desde cuando hace poco cuatro millones de cubanas y cubanos participaron en los ejercicios de defensa aérea, terrestre y marítima de su Patria, evidenciando que, caso de invasión, la derrota
norteamericana esta vez será peor que la sufrida por los mil mercenarios en 1961, cuando invadieron la Isla y se rindieron a las 72 horas, para luego ser canjeados con tractores norteamericanos que sirvieron de mucho a la
agricultura cubana.
Y Venezuela es más difícil que Cuba. Posee más habitantes y un territorio cinco veces más grande, tiene petróleo como para resistir cien años, lo que Cuba no tenía, así con un desarrollo industrial mucho mayor.
Además Cuba es una pequeña isla que está a 80 millas de Estados Unidos, mientras Venezuela está al triple de distancia. No es una isla sino una extensa nación que tiene límites con Brasil, Colombia, Perú, Guayana, lo que
significa que una invasión norteamericana desbordaría las fronteras venezolanas y extendería por todo el continente tanto la furia contra los agresores como la influencia de la Revolución Bolivariana.
Esto debería pensarlo a tiempo la Secretaria de Estado, en lugar de escupir pólvora cada vez que habla y convertir sus finos labios en boca de cañón.
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