Hace 12 días que las dos principales figuras del gobierno de Jean Bertrand Arístide iniciaron una huelga de hambre en la Penitenciaría Nacional de Puerto Príncipe, sin que los medios locales e internacionales hayan «descubierto» la noticia.
Hace 12 días que las dos principales figuras del gobierno de Jean Bertrand Arístide iniciaron una huelga de hambre en la Penitenciaría Nacional de Puerto Príncipe, sin que los medios locales e internacionales hayan «descubierto» la noticia.
La decisión moral del ex primer ministro Yvon Neptune y del ex ministro del Interior Jocelerme Privert, presos desde hace un año sin que se les formulen cargos, ha sido «clandestina» porque comenzaron su huelga el 20 de febrero pero sólo lograron darla a conocer el 2 de marzo en el limitado ámbito diplomático de la capital haitiana. Los presos políticos reclaman por los maltratos que padecen en la prisión.
La rebeldía ética de los líderes políticos mantiene su curso mientras los asesinatos de la policía ensombrecen la vida triste de los haitianos que claman por una democracia ante la indiferencia del mundo.
Después de un año de ocupación, Haití está peor que antes, con más de 80% de desempleo y casi el 90% de la población viviendo en la informalidad económica y pobreza extrema. Los pocos jóvenes que estudian van a leer de noche a los tres o cuatro edificios públicos de Puerto Príncipe que mantienen sus luces encendidas porque en el país no hay electricidad para los pobres.
Además de la policía del presidente Boniface Alexandre y de su primer ministro Gérard Latortue, el hambre es otro gran azote para el pueblo Haití, junto con la inseguridad de cualquier naturaleza (ciudadana, social, política). «La seguridad en Haití sigue siendo precaria», dijo el 2 de marzo el Secretario General de la ONU, Hasta Kofi Annam, a la vez que se percibe una actitud más enérgica de la Misión de Naciones Unidas (Minustah) frente a los bandoleros armados, que se están volviendo contra el gobierno porque no los reincorporan al ejército.
Violaciones de derechos humanos
El 19 de febrero, Neptune y Privert fueron blanco de un asalto a la cárcel de paramilitares y narcotraficantes que presumiblemente pretendían matarlos. En el desorden de la balacera, escaparon 500 de los 1.250 presos, entre ellos los dos políticos cautivos, quienes buscaron seguridad en la calle, se ocultaron y pidieron protección a la ONU... para regresar después a la prisión.
La OEA reclamó en septiembre por la situación de los derechos humanos, después que una comisión de 5 miembros visitó el país. Las elecciones deberían efectuarse este año, no tienen fecha, pero si se hicieran hoy, las ganaría de nuevo Arístide.
La comisión de derechos humanos que visitó Haití en septiembre estuvo integrada por Clare K. Roberts, Brian Tittemore, Bernard Duhaime, Candis Hamilton y Julie Santelices. Además de entrevistarse con Alexandre y Latortue, visitaron a Hérald Abraham, ministro del Interior, y al director general de la Policía Nacional, Léon Charles. En el lenguaje típico de la OEA, la comisión dijo haber conocido el deterioro de la situación humanitaria y los abusos contra los derechos humanos. Se mostró preocupada por el estado de la seguridad y la acción de los grupos armados que controlan la seguridad en el norte y este del país, donde el Estado no garantiza la protección real de los ciudadanos.
Le recordó a los gobernantes de Haití que el Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad de su población y asegurar los derechos y la protección judicial, etcétera. Mostró preocupación por la administración de justicia a cargo de un sistema inadecuado.
Recomendó que el gobierno termine con la impunidad y que no tome represalias con las personas que se atrevieron a declarar ante la comisión e hizo constar que el ministro de Relaciones Exteriores de Francia fue agredido durante una visita al hospital de Cité du Soleil, el tugurio de la capital más golpeado por los crímenes de la policía.
También dijo que los más vulnerables son los niños, las mujeres y los defensores de los derechos humanos, frecuentes víctimas de los grupos armados de bandidos, “que constituyen hoy día un problema serio en Haití”. Aseguró que los niños son victimas de trabajos forzados y de violencias perpetradas por los grupos armados, pero cuando son detenidos se les envía a prisión con los adultos. En definitiva, en Haití quedan pocos árboles pero igual impera la ley de la selva.
Un botón de muestra
La muerte de dos manifestantes que conmemoraban pacíficamente el primer aniversario de la salida de Arístide, el 28 de febrero, es apenas un botón de muestra. “La gran amenaza terrorista de Haití es el hambre, el desempleo... y la policía”, graficó un diplomático de Puerto Príncipe que pidió reservar su identidad.
Los habitantes de Bel-Air (aire hermoso, en lengua creolé), uno de los tugurios más pobres de la capital haitiana, prepararon una marcha no violenta para evocar al depuesto Jean-Bertrand Arístide, conducida por el sacerdote Gerard Jean-Juste y otros curas de la parroquia St. Clare. La manifestación, que comenzó con rezos en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en el centro de Bel Air, caminó cantando por las calles de la antigua barriada absolutamente pobre.
Según el relato de Bill Quigley, uno de los participantes y amigo de Jean-Juste, “miles de personas caminaron y bailaron cantando “Bring Back Titi” (Traigan a Arístide) en creolé, francés e inglés”. Quigley es un profesor de la escuela de Derecho de la Universidad Loyola de Nueva Orleáns que se encuentra en Puerto Príncipe como voluntario del Instituto por la Justicia y la Democracia en Haití, una organización estadounidense.
El sacerdote Jean-Juste, una de las principales voces por la democracia en Haití desde que fue liberado hace pocas semanas después de pasar 48 días en la cárcel sin cargos, fue entrevistado decenas de veces por medios locales e internacionales durante la caminata con la muchedumbre. “La manifestación parecía un pacífico desfile de carnaval hasta que noté que el corresponsal de Reuters usaba un chaleco a prueba de balas”, explicó Quigley.
Y añadió que los cascos azules de la Minustah -la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití que está a cargo del chileno Gabriel Valdés- se encontraban en los alrededores cuando la movilización se desplazaba por la calle Des Cesar, cubierta de gente de lado a lado, con paraguas y carteles que llamaban por la vuelta de la democracia y de Aristide. La gente de la vecindad ensambló con la marcha o aplaudió y bailó con los manifestantes.
“Repentinamente, en la esquina de la calle Monsiegneur Guillot and Des Cesar hubo un ruidoso estampido, muy cerca de la gente, provocando un griterío de la gente”, relató el académico. Luego hubo otras detonaciones mientras los manifestantes huían. Quigley se ocultó debajo de una escalera.
Vio policías en uniformes negros, con cascos, máscaras anti-gas y armas largas que disparaban sobre la muchedumbre. “Amontonaron a la gente a mí alrededor, bajo las escaleras y el griterío, mientras los del grupo de St. Clare nos agrupamos en una esquina a esperar que cesaran los estallidos”.
Sobre la calle quedó tendido un hombre inconsciente. “Jean-Juste se arrodilló sobre él y rogó”, relató Quigley. “Calle abajo otros auxiliaban a la gente herida en sus partes posteriores. La muchedumbre gritó que la policía se fuera y nos cobijamos en una pequeña vivienda de un callejón. Los niños gritaban, los adultos gritaban, cada uno tenía miedo. Esperamos, sucios y mojado en sudor, hasta que la presencia cada vez mayor de la ONU hizo seguro irse”.
La manifestación de Bel Air dejó dos cadáveres que los manifestantes envolvieron en banderas haitianas. Y también decenas de heridos. “Dos hombres me mostraron dónde los hirió la policía” dijo el estadounidense. “Luego condujimos lentamente a la vecindad ahora entristecida. La misma gente que minutos antes se mostraba feliz ahora estaba sombría, con muchas personas gimiendo”.
De regreso en su parroquia, Jean-Juste dijo: “Los partidarios de Aristide éramos tan numerosos que resulta difícil tener una valoración apropiada de la muchedumbre. El mensaje fue claro. Se ha contado nuestro voto. Todavía debe ser contado. No hay otra manera para que Haití salga adelante sino es con la vuelta del orden constitucional, la liberación de todos los presos políticos y la vuelta física de presidente Aristide”.
Quigley concluyó su relato con esta frase: “La marcha por la democracia en Haití fue parada por la policía que disparó sobre la muchedumbre desarmada, pero la gente con que hablé me dijo que continuarán sus manifestaciones por la vuelta de la democracia en Haití”. El relato completo, con fotos, puede leerse (en inglés) en www.haitiaction.net.
Los paramilitares saben hacer metástasis
Aunque en Puerto Príncipe los paramilitares están algo dispersos, en cada ciudad del interior siguen operando unos 200 bandoleros de las huestes organizadas y financiadas por Francia y EEUU para desestabilizar a Arístide. En muchas ciudades constituyen la única autoridad, arreglándoselas para no disputarse con los 7.000 “cascos azules” de la ONU, como si no existieran.
En total son unos 2.000 ex militares, ex convictos y narcotraficantes, a quienes les gusta lucir zapatos deportivos y botas importadas, anteojos oscuros y vehículos 4 x 4. Como los ex militares llevan más de 10 años desempleados y sus acompañantes son cesantes crónicos, la pregunta es ¿de dónde sacan plata para combustible, a un año de la intervención franco-estadounidense? Continúan recibiendo dinero de la National Endowment Envelopment, uno de los fondos que EEUU utiliza para promover su “democracia” en todo el mundo.
Los paramilitares pululan en ciudades como Gonaives, Cabo Haitiano, Fort Lauderdale, Jacmel, Los Cayos, Petit Goave, Saint Marc, Grand Goaves, Trou du Norb, y muchas otras. Han usurpado cientos de inmuebles que utilizan como sedes físicas. Constituyen una fuerza oscura, uno de los poderes fácticos de Haití. El gobierno que sustituyó a Aristide nunca hizo esfuerzos para desarmarlos, más bien los llamó “luchadores por la libertad”.
La Minustah tampoco quiso desarmarlos, quizás para “no inmiscuirse en los asuntos internos” del país invadido. Con el tiempo, los paramilitares se legitimaron, ganaron espacios y muchos ingresaron a la policía. Los ex militares hoy hacen manifestaciones públicas pidiendo su reincorporación al ejército y el pago de 10 años de salarios “atrasados”. No desarmar a las bandas fue una grave omisión de la ONU, pero hoy ya no es posible sin un enfrentamiento. En sus manifestaciones gritan: “Preferimos morir a entregar las armas”.
Alexandre y Latortue le dieron tanto espacio a los militares desempleados desde la invasión de Bill Clinton que hubo sectores del gobierno planteando reconstruir el Ejército con los golpistas despedidos por Arístide, hace más de una década, para fortalecer un gobierno indefinido y al gusto de las clases propietarias locales y de EEUU Parece descabellado reconstruir al ejército que ha dado más golpes de estado que el de Bolivia, pero las clases propietarias sueñan con un nuevo gobierno al estilo de los 17 años de Pinochet. Para algunos diplomáticos, en los planes de EEUU Haití es la punta de un triángulo que incluye a Cuba y Venezuela.
Giro de Naciones Unidas
Después de casi un año, la ONU está dando un viraje y abandona su papel de mera observadora, comienza a desafiar las políticas de EEUU y pone en su mira a los paramilitares. La seguridad en Haití “continúa siendo precaria a pesar de que la fuerza de Naciones Unidas ha mejorado la situación”, y la posibilidad de estallidos de violencia “no puede ser controlada”, indicó el miércoles el secretario general Kofi Annan.
“Aunque el escenario general de seguridad a lo largo de Haití ha mejorado, la decisión de la Minustah de ejecutar acciones contra miembros de bandas y ex soldados ha aumentado el riesgo de represalias contra la misión y otro personal de la ONU”, afirmó en un informe al Consejo de Seguridad, recordando que la fuerza ha sido “objeto de una serie de ataques desde el pasado noviembre”.
En otras palabras, Annan anunció una actitud menos pasiva, preconizando que debe imprimirse un enfoque más firme cuando “varios grupos armados” retan a las autoridades estatales. “Nuestra misión de conseguir un escenario seguro y estable, que requerirá en ocasiones el uso de una fuerza proporcionada y necesaria, debe permanecer al frente de nuestras prioridades”, añadió.
La presencia de los paramilitares también es funcional a los designios del gobierno de Alexandre/Latortue de prolongar su mandato de “transición” ad eternum porque no tiene cómo ganar las elecciones, si es que llegaran a hacerse al estilo Irak. El clima de violencia hace que el tiempo transcurra a favor del gobierno y de los grupos económicos que controlan la precaria economía. La elite haitiana apuesta para que las cosas sigan como están.
La mayoría negra que sigue a Lavalas/Arístide es tan aplastante como la expresión política de los chiítas de Irak. Los grupos “democráticos” que hace un año se unieron ideológicamente a las bandas armadas están de bajo perfil, ya no reclaman por la “democracia” y aparecen seducidos por la burguesía y sus salones. Entre ellos se destaca la UPL, Unión del Pueblo en Lucha, una escisión de Lavalas en medio de la anarquía de los tiempos de Arístide.
En Haití existe una conspiración para que no resulte la transición. La situación desespera al comisionado de Naciones Unidas, el chileno Gabriel Valdés, porque tampoco le han dado dinero para sacar al país de la postración. Teóricamente, es el hombre más poderoso de Haití, porque tiene a su mando los efectivos militares multinacionales, pero de los 1.400 millones de dólares que hace un año prometieron el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y algunos países donantes, la Minustah recibió menos del 10% y la mitad de los fondos está comprometida para las elecciones que todavía no tienen fecha.
Ha sido más efectiva la ayuda que presta Cuba, que tiene 700 voluntarios, entre médicos y para-médicos, que ofrecen “salud pública” en lugares apartados. Suena duro y rotundo, pero la ONU no ha hecho nada. Por lo menos, ésa es la impresión de algunos diplomáticos que residen en Puerto Príncipe. Y en lo militar, su rol neutral corre el riesgo de exhibir la ineficiencia observada por los casos azules en Bosnia Herzegovina mientras se realizaban las limpiezas éticas.
Algunos diplomáticos y altos oficiales de la Minustah estiman que deben involucrarse más, controlar a la policía y fomentar el diálogo con los civiles, pero esas iniciativas no agradan a EEUU Incluso plantean una gran presencia internacional de carácter civil y juvenil para colaborar en una efectiva reconstrucción de Haití. La población local es básicamente joven, ya que allá -estadísticamente- apenas se vive 49 años.
Si las elecciones fueran hoy, probablemente las ganarían de nuevo Lavalas y Arístide. Por eso es que también el gobierno mantiene una postura ambigua ante los paramilitares, que están haciendo una limpieza ideológica entre los militantes jóvenes, por la vía de su exterminio. Más de 200 paramilitares ingresaron formalmente a la policía y hoy cometen con uniforme los crímenes que antes perpetraban con ropa informal.
Las bandas para-militares están empeñadas en eliminar dirigentes, activistas y militantes de Lavalas, en absoluta impunidad y con la condescendencia estadounidense. Por ejemplo, después de una marcha efectuada el 30 de septiembre de 2004 hicieron público lo que la prensa llamó “Operación Bagdad”. Degollaron a tres policías para crear una “noticia” de impacto que eclipsara a la manifestación popular. Para un diplomático acreditado en Haití fue una maniobra para justificar más asesinatos.
Otros observadores diplomáticos perciben una “Operación Chechenia”, con acciones sangrientas amplificadas por los medios periodísticos para justificar el exterminio. En estas maquinaciones tampoco están ajenos varios dirigentes “democráticos” conocidos y respetados fuera de Haití.
El principal dirigente de Lavalas es el ex primer ministro Yvon Neptune, quien se encuentra preso sin cargos ni proceso, al igual que el ex ministro del Interior Jocelerme Privert y muchos otros dirigentes de barriadas populares, líderes políticos y ex senadores como Yvon Feuillé, otro sacerdote importante allegado a Arístide.
El 19 de febrero tres camionetas con hombres armados asaltaron la Penitenciaría de Puerto Príncipe para asesinar a los presos políticos con el pretexto de liberar a algunos narcotraficantes. El día del ataque, una sábado a las 3 de la tarde, la vigilancia de la cárcel había sido sospechosamente descuidada. Los asaltantes desataron una balacera descontrolada, tras matar a un guardia.
En el caos se fugaron casi 500 de los 1.250 presos que se hallaban en los patios, simplemente porque no tenían dónde refugiarse y la calle parecía más segura. La multitud arrastró consigo a Neptune y a Privert, quienes consiguieron refugio seguro, llamaron al embajador de Chile, Marcel Young, quien gestionó garantías para sus vidas con la Minustah... y regresaron a la cárcel. El episodio ilustra la inseguridad en Haití.
A su regreso a la prisión, ambos dirigentes fueron castigados y traslados a un lugar más incómodos. Presiones diplomáticas y gestiones de la Minustah permitieron que los reintegraran a la misma celda que tenían antes de producirse la fuga involuntaria. El 2 de marzo se hizo público en Puerto Príncipe que ambos líderes políticos mantienen una huelga de hambre desde el 20 de febrero en protesta por los maltratos en la prisión.
Estados Unidos anunció que este viernes relevará los 200 efectivos de la infantería de marina que depusieron hace un año a Aristide. En el seno de la Minustah, juega a intensificar las relaciones con la policía de Haití, mientras los altos oficiales brasileños se inclinan por una política de diálogo con los seguidores de Arístide, en vez de la represión ciega que prefiere Washington.
Hasta que se produjo la actual invasión, la embajada de EEUU estuvo manejada por la DEA y la CIA. El número 2 -el segundo hombre después del embajador- fue Luis Moreno, un reconocido agente que antes estuvo reforzando el Plan Colombia en Bogotá y organizando operaciones para liquidar a Pablo Escobar Gaviria. Durante la madrugada del 29 de febrero de 2004, Moreno presionó a Arístide en su residencia, en compañía de los embajadores de Francia y EEUU, exigiéndole que aceptara voluntariamente su renuncia y posterior salida del país bajo la amenaza de formularle cargos por narcotráfico. Arístide fue sacado de su casa y embarcado por la fuerza con la infantería de marina que arribó ilegalmente pocas horas antes.
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