El deceso de Juan Pablo II, reconocido ya como inminente por altos jerarcas del Vaticano, abre la posibilidad de una rectificación en el rumbo que durante su largo pontificado siguió el catolicismo oficial.
El deceso de Juan Pablo II, reconocido ya como inminente por altos jerarcas del Vaticano, abre la posibilidad de una rectificación en el rumbo que durante su largo pontificado siguió el catolicismo oficial.
El hoy agonizante pontífice supo manejar con habilidad su imagen pública, recurriendo al poder de los medios de comunicación y a una actividad infatigable que desplegó en numerosos viajes internacionales, para ganarse la simpatía de la población católica de las diferentes naciones, pero no logró ganar su adhesión para una agenda reaccionaria que incluye el rechazo de los derechos sexuales y reproductivos así como el apoyo a la ultraderecha internacional.
En términos más generales, Juan Pablo II calificó enfáticamente como antivalores el hedonismo y la libertad de conciencia, de tal suerte que en su encíclica Veritatis Splendor (1993) afirmó que es el poder de Satanás el que induce al hombre a «abandonarse» al relativismo y al escepticismo, y criticó la «alianza entre democracia y relativismo ético», así como la pretensión de «tolerar en el ámbito moral un pluralismo de opiniones y de comportamientos dejados al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de condiciones sociales y culturales».
Por su parte, el célebre teólogo Hans Kung acusó a Wojtyla de no ser un hombre abierto al mundo y de no ser siquiera un auténtico cristiano. Hace algunos años, el intelectual italiano Alberto Asor Rosa refiriéndose a Juan Pablo II afirmaba: «...Si se me permite decirlo, no hay amor, no se ve amor en este pontífice, por tanto, no hay tolerancia, no hay espíritu liberal, no hay reflexión problemática de la diversidad...Es contrarreforma pura (y quizás, incluso, algo que viene de más lejos). Es la ley, el canon, la jerarquía. Y si por suerte ya no existen los instrumentos para actuar propter iram, el ánimo es ese».
Si bien dentro de la jerarquía católica hay una tradición predominante y de antiquísimas raíces, de rechazo al placer sexual, Juan Pablo II llevó la sexofobia a extremos difíciles de concebir, al grado de hacer de la condena al aborto, al condón y a los métodos anticonceptivos, el tema recurrente de sus predicaciones, encíclicas y de las acciones de la jerarquía.
Para ello, no tuvo empacho el pontífice en convocar a una lucha política contra lo que llamó la cultura de la muerte, es decir, de la libertad sexual, y en apoyar a las tendencias y personajes más reaccionarios en el catolicismo, sean las coaliciones provida y proBush que operan desde Estados Unidos, o grupos como el Opus Dei, el Sodalicio de Vida Cristiana o los Legionarios de Cristo, a cuyo fundador, Marcial Maciel, siempre otorgó su apoyo pese a estar acusado de cometer abusos sexuales contra adolescentes.
Significativamente, el presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Operadores Sanitarios, el cardenal mexicano Javier Lozano Barragán, uno de los jerarcas que han declarado inminente la muerte de Juan Pablo II, es uno de los prelados de la extrema derecha promovidos por Wojtyla.
Producto y expresión, él mismo, de las reacciones exacerbadas contra el socialismo real, Juan Pablo II fue enemigo de la Teología de la Liberación y de cualquier forma de disidencia progresista dentro de la Iglesia.
Sus tendencias sexofóbicas y anticomunistas condujeron al Pontífice a una evidente alianza con el gobierno militarista de Bush, centrada ante todo, en posiciones radicales compartidas por el pontífice conservador y el mandatario genocida. Ciertamente, Juan Pablo II tuvo el buen juicio de criticar la agresión de Estados Unidos contra Irak, pero fue también patente el apoyo que las fuerzas ultraderechistas católicas, afines a Juan Pablo II, prestaron a Bush en su reelección y el hecho de que el Papa hizo fuerza común con el gobierno republicano para oponerse a los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales.
Paradójicamente, al apoyar a la derecha estadounidense e internacional en su lucha contra las corrientes progresistas, Juan Pablo II estaba contribuyendo a fortalecer precisamente una forma de vida, como es el capitalismo a ultranza, que si bien en forma vergonzante e hipócrita, tiene como premisa el hedonismo que tanto condenó el Papa y que además es por su naturaleza incompatible con cualquier idea de bondad y de solidaridad, como lo han demostrado apologistas e ideólogos de ese sistema, al estilo de Fukuyama.
Uno de los posibles escenarios de la sucesión pontificia es el de un Papa tan hábil como fue Juan Pablo II en su manejo ante los medios, igualmente activo en sus desplazamientos a otros países, en suma un nuevo Papa mediático, pero que muy probablemente y sin abandonar las doctrinas tradicionales de la Iglesia dejaría de lado el insensato y contraproducente, por desmesurado, énfasis sexofóbico de su predecesor.
Lo que está por verse y que marcará la encrucijada para el próximo pontífice será su relación con el Imperio y su actitud real, al margen de condenas sabidamente ineficaces contra abusos extremos, como la guerra de Irak, frente al capitalismo a ultranza, con sus políticas de persecución contra los marginados y de desmantelamiento de toda política de beneficio social.
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