Mientras las voces del ‘establecimiento’ amplían el espacio dedicado a las expresiones neocolizantes distractoras, se estrechan o reducen las modalidades musicales que deben dar cuenta de las nuevas situaciones sociales.
La sonoridad propia de una región nos plantea de entrada la posibilidad de interpretar, de construir y re-construir un universo y su entorno, como una conjunción de elementos conformantes de una cultura y de una sociedad determinadas, caracterizadas por sonidos, colores, discursos, dialécticas, olores y sabores que son únicos e irrepetibles; que son el alma misma de una cultura, en este caso naciente, como lo es la de las nuevas músicas colombianas de raíz y base campesina.
El hacer musical, tras su largo trasegar por nuestro territorio, ha recorrido montañas, valles, llanuras y sábanas rodeando al hombre y su entorno sociocultural de un modo tal que ha llegado a ser parte constitutiva de su ser, de su capacidad expresiva y sensitiva. Así, se ha convertido en parte activa de la creación de la sociedad que siempre ha esperado y, por qué no, de aquella sociedad a la que nunca se le permitió pertenecer tiempo atrás, en donde siempre tuvo mayor validez algún reinado que midiera las potenciales curvas de sus coterráneas o la validación deportiva de su país, siempre derrotado por naciones que, sin ser reflejo absoluto de nación, no fueron más que un simple, táctico y ordenado equipo de fútbol.
La música, y en general las distintas disciplinas del arte han ocupado siempre un puesto de poca relevancia en lo que refiere a la problemática social de nuestros días y de los días de nuestros padres (problemáticas que han mutado pero que siguen manteniendo un trasfondo idéntico, basado en la intolerancia y la capacidad de aceptar la diferencia). Se le ha asignado generalmente el papel del divertir, mientras que “los que sí saben” de manejos y desmanejos administrativos y políticos ejercen a riesgo de nuestra integridad cultural, un sinnúmero de legislaciones que casi siempre se encaminan hacia el desplazamiento no siempre tácitos de nuestros derechos culturales, de nuestros derechos de expresión, de nuestra capacidad de requerir más que servicios públicos y un régimen asalariado en que se nos compensa con un sistema de salud mediocre y con un par de semanas de descanso al año, entre otras amables características, en que por ningún horizonte se dan visos de considerar las necesidades culturales de un pueblo que día a día pierde más su identidad y su capacidad de asombro con lo propio, con lo criollo.
Es justo en este momento histórico cuando empiezan a cobrar validez movimientos culturales que tienen como premisa la utilización de lo autóctono, de lo folclórico, llevando como bandera de las distintas propuestas la referencia a lo criollo, a lo colombiano o la siempre afligida y vulnerada terminología del folclor. No se está haciendo referencia jamás a la momificación o la esterilización de los campos artísticos, que por el contrario plantean desde su más profunda savia, la interculturalidad y la interdisciplina, como base única de la batería argumental y práctica por referir.
Es sencillamente impresionante el auge de variadas propuestas en lo quese refiere al área de la música en nuestro país. En el nuevo milenio, han dado a lugar, agrupaciones que se instalan desde las músicas de base campesina de nuestra territorio, para el planteamiento de sus discursos sonoros, refrescantes, oxigenantes, pero sobre todo evolutivos, sonoridades que el país musical estaba pidiendo a gritos desde hace más de un par de décadas. Se dan cita entonces las regiones musicales de los litorales pacífico y atlántico, las de la basta región andina central y, en menor medida pero con sólidas propuestas, las de la región perteneciente a la llanura colombo venezolana; es así como a nuestros oídos (desprotegidos del Estado), por una suerte de artificio mágico, se le empieza a familiarizar con eventos que todos escuchamos, como tortazos o ciclos de conciertos, por no entrar más profundo con sonoridades un poco más gremiales como “lunes de los jóvenes intérpretes” o “jueves de la Oriol Rangel” o quizá de un orden aún más masivo como “lunes del municipal” o “Colombia al parque”.
De la mano con todos estos proyectos realizados, en el caso de Bogotá, por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo (IDCT) y por la dirección cultural del Banco de la República, surgen los posibilitadores de estos campos valiosísimos de acción cultural, y estos son los músicos que han llevado bajo la oscurana del Estado, procesos de investigación y apropiación de los innumerables estilos musicales y culturales pertenecientes a las regiones musicales de nuestro país, y además de latitudes no colombianas que responden a la misma naturaleza rural de las músicas por tratar en estas agrupaciones, convertidas ahora en laboratorios de experimentación, espacios en donde se construye país y se lucha por una Colombia balanceada, en donde a nivel artístico se dé la posibilidad de apreciar los productos globalizados, pero en donde paralelamente se le conceda una validezigualitaria a propuestas como aquellas a las que hemos hecho referencia.
Palos y Cuerdas, Barrokofilo, Guafa Trío, Ensamble Sinsonte, Camaradería, Quinteto Marca Acme, Ensamble, Guaxaro, Curupira y la Mojarra Eléctrica, entre otros, representan en la actualidad el fruto de una nueva generación que ha apostado por lo propio sin convertirlo en pieza de museo, y que apuesta por la visión urbana de la música característica de nuestra ruralidad, ruralidad a la que todos, en mayor o en menor medida, pertenecemos, pues no podemos olvidar que el país vive un proceso de desplazamiento forzado y voluntario desde hace algo más de 50 años; no seria esto un motivo para cuestionarnos si acaso ¿es posible la modificación de una sociedad a partir de la creación artística?
Estas manifestaciones culturales se dan cita semana a semana en los más reconocidos escenarios del país, principalmente de la capital, pero el darles cita en un mismo espacio y en una misma causa ha sido cuestión de diversos esfuerzos aunados en el interés de posibilitar a la mayoría de nuestros lectores y de los habitantes de la ciudad, el tomar de oído propio la experiencia de vivir un país que se transforma y que día a día, segundo a segundo, bajo nuestros propios anteojos. Es así como desde abajo celebra con su entorno real la edición 100 de un proyecto que significa construcción, que refleja el esfuerzo de unos cuantos que creemos en lo mucho que podemos hacer por una Colombia llena de movimientos artísticos, políticos o de cualquier índole, pero que se fundan en la honestidad de la propuesta, en la claridad a la que nos vemos tan frecuentemente burlados, y por qué no decirlo, en el fundamento básico al que nos quisiéramos referir, al de generar preguntas, más que certezas, preguntas que movilicen pensamientos que aportarían mas que fusiles y planes seudodemocráticos.
Tenemos la posibilidad de aportar desde la sensibilidad del arte, desde la capacidad creadora, desde el sonido y el silencio de la música... es una decisión que sólo podemos tomar cuando cada una de estas letras desarrolle la función que tiene como premisa, y dicha premisa únicamente tiene lugar en su ser y su hacer... señor lector.
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