Una de las principales características del habitat urbano es la sonoridad. A diario nos encontramos con ella. Sin sonido seria muy difícil reconocer muchos de los elementos que nos rodean: piense en el vendedor de frutas, o el voceador de periódicos, en la venta ambulante de relojes despertadores, en la típica venta de tamales que por varias décadas han musicalizado nuestras faenas culinarias tan propias de los domingos. Recuerde los chatarreros y reparadores de cuanto utensilio arcaico existía en la casa (víctima del nuevo código de policía), que orquestaban de modo orgánico con sus gritos de "botellaaaa papeeel" o "se arregla la olla expresss la licuadoooora"; haciendo gala del repertorio propio de los cantos de trabajo urbanos.
El lenguaje sonoro está ahí, nos toca a cada instante. Sin embargo la relación que tenemos con la música y con los músicos como hablantes directos de ese idioma sonoro, ha pasado a un segundo plano. En una sociedad en la cual el sistema pedagógico tiene como premisa que el estudio y la formación no es un juego, que no es cosa de niños y todos los sinónimos de lo que normalmente se entiende como falto de seriedad. El juego, el divertimento, el goce, el niño y los devenires que cada uno de estos estados plantean desde su naturaleza, parecen no ser más que aditivos para el relajamiento, o un motivo para nutrir el mercado televisivo de la madrugada y vender artículos que le prometen a cada uno salir de la monótona rutina en la cual se encuentra inmerso, todo por el método pedagógico en el cual se le impartió que la labor diaria y el conocimiento se adquieren sufriendo a costa de sudor y lágrimas... ¿Recuerda usted lo de "la letra con sangre entra"?
La posibilidad de gozar aprendiendo y de aprender gozando es una de las invitaciones que nos hace, por lo menos en teoría, el arte. Asumir el juego y la lúdica como la paleta de herramientas más extensa que pudiésemos tener a la mano. El juego como elemento perteneciente al universo de "lo serio", de lo apto a tener en cuenta.
¿Cómo se puede cantar?, es esa una de las preguntas que responde con certeza el grande de la música en Venezuela, Simón Díaz: "...hágalo tres veces al día antes de cada comida...". Disfrute de esta lectura y de lo que ella puede generar en su vida, disfrute de las páginas posteriores y de las que precedieron a ésta, siempre procure que lo que intente aprender o interiorizar esté mediado por el placer, no siga las absurdas técnicas de estudio de las escuelas musicales rusas y alemanas, en las que un pianista debe pasar como mínimo ocho horas de su día sentado frente al piano, pensando en blancas y negras, (como si el planeta fuese binario en su esencia) logrando por ende alejarse de la realidad, convirtiéndose en un interprete ficticio de la vida y consiguientemente del piano.
Wolfang Seifen, un gran organista alemán que visitó nuestro país hace poco menos de un mes -gracias a la dirección cultural del Banco de la República-, plantea como "receta" de estudio la distribución cuatro horas al día, dos para la literatura básica del instrumento y dos para la improvisación, que obligatoriamente deben ser combinadas y en algunos casos reemplazadas por el restante de horas activas del día y de la noche, utilizadas en disfrutar, disfrutar del entorno, del sonido de la lluvia, del sonido de los carros, de una comida, de una salida con alguien... Resumiendo, de lo que se compone la cotidianidad, jamás sinónimo de monotonía. Eso solo depende de cuánto goce y se asombre usted, de cuánto logre ser niño y actuar tan seriamente como lo hacen ellos.
La invitación sería apropiarse del entorno artístico, del placer por lo cotidiano, por lo que se nos muestra en cada esquina, lograr apropiarnos de lo que ya fuimos y seguimos siendo, niños en esencia, abundantes en humildad, en capacidad creadora, pero principalmente, capaces de asombrarnos con lo conocido y con lo desconocido, con lo que conforma nuestro entorno socio-sonoro haciendo conciencia de que formamos parte de él y somos irreemplazables (como él) como intérpretes e interpretados. ¡¡¡Ahhh !!! recuerde lo del tío Simón Díaz... "hágalo tres veces al día antes de cada comida".
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