En los países bálticos gobiernan actualmente políticos de un peligroso extremismo ideológico. No sólo han revindicado y legitimado el nazismo recientemente, sino que para alcanzar sus ambiciones políticas están dispuestos a manipular su propia historia y hacer todo lo posible para pertenecer a la categoría de «país rico». El pueblo letón a la busqueda de una identidad.
El presidente de EE.UU. George W. Bush, en una carta a su homologa letona Vaira Vike-Freiberga, señaló que el término de la II Guerra Mundial había supuesto el comienzo de la ocupación de Estonia, Letonia y Lituania. Y el vicepresidente de la Comisión Europea Günter Verheugen había insistido anteriormente en que Rusia reconociera la ilegitimidad de la ocupación de las tres naciones bálticas, si quiere mantener las relaciones de buena vecindad con la Unión Europea.
¿Qué es lo que demuestran ambos sucesos, prácticamente coincidentes en el tiempo? Primero, nuevamente ponen de manifiesto que no deberíamos de ninguna manera exagerar las discrepancias transatlánticas con respecto a Rusia contraponiendo los «buenos», por ejemplo, Estados Unidos, a los «malos», Europa, o viceversa. Estamos en presencia de una postura consolidada con mayor o menor grado de rigidez.
Segundo, Occidente es marcadamente pragmático y prioriza los intereses políticos propios, no las materias abstractas. Es cierto que EE.UU. se negó a reconocer en 1940 la inclusión de los Estados bálticos en la URSS y la condenó públicamente, a diferencia de los europeos que se abstuvieron de hacer tales declaraciones. También es verdad que en 1975, a la hora de firmar al Acta Final de la Conferencia de Helsinki, los norteamericanos refrendaron tal postura.
No obstante, Washington entendía perfectamente los aspectos jurídicos del problema y rehusó calificar los acontecimientos de 1940 como ocupación, consciente de que ello habría provocado una reacción muy negativa en la URSS y, posteriormente, en Rusia. Conste que no se trata únicamente de emociones: la realidad es que un país ocupado, de acuerdo con las normativas del Derecho Internacional, puede exigirle a su invasor el pago de las compensaciones después de recuperar la libertad.
Los norteamericanos guardaron mutismo en la década del 40, cuando la URSS y EE.UU. actuaban como aliados contra Hitler, y tampoco terciaron una palabra por las naciones bálticas durante la Conferencia de Yalta, la cual definió las fronteras de Europa para el período de posguerra.
Dicho sea de paso, EE.UU. tampoco se erigió en defensa de los Gobiernos en el exilio de Polonia y Yugoslavia reconociendo como legítimas aquellas estructuras del poder que se instalaron en dichos países después de la llegada de las tropas soviéticas. En aquellas fechas, el objetivo fundamental era vencer a los alemanes, mientras que la defensa de los «pueblos pequeños» era para Washington un tema muy periférico.
En los años 50-80, cuando ambas superpotencias protagonizaban una confrontación bipolar a escala global, EE.UU. mantuvo silencio también para no dar pie a nuevos conflictos con la URSS. Ello, a pesar de que no le faltaron las ocasiones para manifestar una línea de principios.
En el territorio de Suecia, por ejemplo, funcionaba el Gobierno estonio en el exilio debido a una anécdota histórica: durante los sucesos caóticos de 1940 no se formalizó la dimisión del Gabinete anterior y cuando su jefe, Juri Uluots, emigró a Suecia, se proclamó presidente en funciones, en estricta consonancia con la Constitución de su país.
Dicho Gobierno siguió operando hasta 1992, de modo que EE.UU. habría podido invitar al primer ministro de turno a Washington y condenar ejemplarmente a la URSS en calidad de invasor. Sin embargo, EE.UU. se mostraba renuente a dar su respaldo a las fuerzas políticas virtuales y prefería verlas con los factores reales, es decir, con la URSS en aquella época.
Los norteamericanos se resistieron a hablar de la ocupación también en el período de la «perestroika» gorbachoviana, cuando el objetivo clave era asegurar la reunificación de Alemania sobre condiciones propias, o sea, preservando la pertenencia alemana a la OTAN, así como desmantelar el Tratado de Varsovia sin que el «oso ruso», capaz de ofenderse si lo etiquetaban como invasor, opusiera resistencia a ello. Cualquier «malentendido» podía acarrear consecuencias muy desfavorables para EE.UU. y Europa, incluida la aparición de un nuevo telón de acero.
En los años posteriores, la actitud de Estados Unidos. y Europa hacia el tema de la «ocupación» fue igual de moderada, debido a su deseo de facilitar la expansión de la OTAN hacia el Este y la integración de los países bálticos en esa alianza militar. De hecho, Rusia no estaba en condiciones de influir en aquel proceso pero aún así Occidente procuraba minimizar los riesgos políticos y no deteriorar las relaciones con Moscú sin necesidad especial. Puesto que en 2001 Rusia y EE.UU. se hicieron socios de la coalición antiterrorista, cualquier tipo de reclamaciones redundantes resultaba obviamente inapropiado.
Recién ahora, después de que los Estados bálticos se han integrado en la OTAN y en la Unión Europea y la coalición antiterrorista ha perdido ya su relevancia para EE.UU. - la tragedia del 11-S ha pasado a la historia, Kabul está libre de talibes y de Bin Laden llegan noticias controvertidas - Washington decide manifestar una posición de principios y pronunciar la palabra «ocupación».
Por cierto, la respectiva resolución se ha sometido al examen del Congreso estadounidense sólo en el presente año. Es evidente que el amor propio de los rusos ya no le importa gran cosa a EE.UU. De lo contrario, Washington no estaría planeando una revolución en Bielorrusia que forma parte del Estado de Unión con la Federación Rusa.
De esta manera, EE.UU. y Europa vuelven a demostrar una vez más su pragmatismo ultra. Cuando es oportuno, se puede callar para no ofender a un socio útil o a un rival fuerte, y en otras ocasiones es posible mostrar la inflexibilidad defendiendo los ideales democráticos en la lucha contra el régimen soviético, inexistente y por tanto inofensivo.
Alexei Makarkin, Director General adjunto del Centro de Ingeniería Política, para RIA Novosti.
Letonia no acepta el enfoque de su historia tal como lo ofrece la cancillería rusa
Letonia no está de acuerdo con la interpretación dada a su historia por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia. En particular, la cancillería rusa afirma que si poner en duda la legitimidad de las autoridades soviéticas en las repúblicas bálticas, habrá que poner en duda la legitimidad de la proclamación de la independencia en esas repúblicas, declaró el embajador de Letonia en Rusia, Andris Teikmanis, en rueda de prensa celebrada ayer en RIA Novosti.
«Es una cuestión donde las posturas de Letonia y de Rusia divergen», expresó.
«En Letonia muy pocos compartirán la opinión de que en los años 40, los países bálticos habrían votado voluntariamente por integrar la Unión Soviética», precisó.
A juicio del diplomático letón, las partes necesitan entablar un diálogo al respecto.
El miércoles último, el Ministerio de Exteriores ruso había divulgado un comentario en el que se decía que «durante el período de estancia de Letonia, Lituania y Estonia en el seno de la Unión Soviética, en esas repúblicas funcionaban órganos nacionales de poder».
En el comentario se indica que «precisamente esas autoridades en persona de los Soviets Supremos de las respectivas repúblicas, habían tomado en 1990 la decisión de separarse de la Unión Soviética».
«En este caso -observa la cancillería rusa-, si poner en duda la legitimidad de los órganos de poder del período soviético, sería lógico también poner en tela de juicio la legitimidad de la proclamación de la independencia en las repúblicas bálticas».
El Ministerio de Exteriores ruso hace recordar que «ni la introducción de las unidades del Ejército Rojo ni la anexión por la Unión Soviética de las repúblicas bálticas habían entrado en contradicción con las normas del derecho internacional vigentes en aquel entonces».
«Para valorar desde el punto de vista legal la situación configurada en las repúblicas del mar Báltico a finales de los años treinta, no es correcto emplear el término “ocupación” puesto que la URSS y los países bálticos no estaban en estado de guerra ni habían roto las hostilidades -señala el Ministerio-.
Las tropas soviéticas habían sido introducidas por consentimiento de las autoridades de esas repúblicas».
«De modo que son totalmente infundadas las pretensiones y demandas de compensar los perjuicios que presuntamente habían sido causados en 1940», reza el comentario de la cancillería rusa.
El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso censura los «intentos de equiparar la política que había estado aplicando la Unión Soviética en aquel entonces con las acciones de la Alemania nazista, que había desencadenado una guerra agresiva con el propósito de subyugar e exterminar a pueblos enteros».
«En cuanto a las represalias desatadas en la URSS entre los años 30 y 50 del siglo pasado, ya se les ha dado una exhaustiva valoración tanto en la Unión Soviética como en Rusia, y Moscú no ve ningún sentido volver a enfocar este tema», dice el comentario de la cancillería rusa.
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