Las pruebas más contundentes sobre la existencia de la Organización de Estados Arrodillados, perdón, Americanos, consisten en que posee una página web y tiene una sede en 17th Street y Constitution Avenue, Washington DC.

Se comenta que, además de Estados Unidos, la OEA está integrada por más de 30 países. Los memoriosos aseguran que se creó en 1948, en Bogotá, con 21 miembros. El grupo inicial estaba compuesto por Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

Se dice que Cuba fue excluida en 1962 por presiones de Estados Unidos. A
cambio, entre 1967 y 1991 ingresaron catorce países. Así, los integrantes
del organismo hoy serían 34. Con la excepción de Canadá que se habría
sumado en 1990 el resto está compuesto, en su mayoría, por pequeñas islas
que fueron colonias holandesas o inglesas.

Según fuentes confiables, estas ex colonias son las siguientes: Antigua y
Barbuda (75 mil habitantes), Bahamas (250 mil), Barbados (280 mil), Belice
(155 mil), Dominica (90 mil), Granada (120 mil), Guyana (900 mil), Jamaica
(dos millones 200 mil), Santa Lucía (120 mil), San Vicente y las Granadinas
(120 mil), Saint Kitts-Neves (65 mil), Surinam (400 mil) y Trinidad-Tobago
(un millón 200 mil).

Si esto es cierto, el total de habitantes de las ex colonias es de cinco
millones 455 mil. La cifra es menor que la cantidad de pobladores de El
Salvador, el país más pequeño de América continental, al que la poetisa
chilena Gabriela Mistral llamó “el Pulgarcito de América”. La nación
centroamericana tiene seis millones 300 mil habitantes.

Lo paradójico es que el voto de El Salvador en la OEA vale por uno y los de
estas ex colonias valen por trece. Es más: el voto de San Cristóbal y
Nieves, con sus 65 mil pobladores, tiene el mismo peso que el de México
(cien millones de habitantes) o de Brasil (174 millones). La mayor parte de
estos microestados está vinculada a la Comunidad Británica de Naciones
(Commonwealth) y, en general, vive de espaldas a América hispana. En 1982,
por ejemplo, durante la guerra de las Islas Malvinas se alinearon con Gran
Bretaña.

Recientemente, el filósofo argentino Alberto Buela publicó en la web un
artículo titulado “La OEA, ¡que parodia!”, en el que expresa algunas
opiniones polémicas. “Si a estos trece inventos recientes, prohijados por
los Estados Unidos e Inglaterra sumamos el voto cautivo de
los pequeños países centroamericanos Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El
Salvador y Guatemala más el voto insular de Haití y Dominicana, vemos cómo
Estados Unidos tiene en la manga 20 votos casi seguros, siempre”,
escribe Buela .

El filósofo se pregunta: “¿Qué sentido tiene, luego de medio siglo, seguir
con una institución regional que sólo sirve a los intereses de Estados
Unidos?”.

El ex embajador estadunidense Lewis Tambs, quien se hizo famoso por acuñar
el término “narcoguerrilla”, se refirió dos décadas atrás con desprecio
acerca de estos pequeños países. En Superando el síndrome de Vietnam, un
ensayo publicado por el Departamento de Historia de la Universidad de
Arizona en 1981, apuntó:

“Algunos de los llamados Estados-nación latinoamericanos lo son sólo en
nombre. Consisten en una bandera, un equipo de futbol y un puesto en las
Naciones Unidas. Llamarlos Estados soberanos es sólo una cortesía, una
diplomática ficción”.

Esto es algo que deberían tomar en cuenta algunos integrantes de la Organización de Estados Arrodillados, perdón, Americanos, que generalmente acatan sin chistar las directivas de Washington.

Bambú Press