Los presidentes de Albania, Alfred Moisiu, y de Kosovo, Ibrahim Rugova, abogan por una separación de Kosovo y Serbia. El presidente Rugova, más explícito, lanza un llamado a una independencia que tendrá que alcanzarse con o sin la aprobación de Rusia. El general Leonid Ivashov ve en ello una nueva humillación, por considerar que Rusia no debería haber permitido que comenzara esta guerra y que este error no debe repetirse.
Aunque no aparece ya en las primeras planas de los periódicos, la situación en los Balcanes sigue siendo confusa después de las guerras en Bosnia y, posteriormente, en Kosovo. Esa región, aún ligada formalmente a Serbia-Montenegro, ha sido objeto de una limpieza étnica después de la guerra. Casi toda la población de habla serbia fue expulsada de allí al reinstaurarse la «paz». Ocupada aún por la OTAN, la zona se convirtió, conjuntamente con Albania, en centro de constantes tráficos hacia Europa. El estatus de esa región sigue sin definirse en el plano internacional.
El presidente albanés Alfred Moisiu, muy atlantista, aborde el tema en entrevista concedida a Ria Novosti. Moisiu es poco claro con respecto al futuro que desea para Kosovo: esa región debe ser separada de Serbia, pero él no habla formalmente de independencia y afirma que no sueña con una gran Albania. Comoquiera que sea, afirma que espera el pronto ingreso de su país en la OTAN y exalta la guerra que la alianza atlántica desató contra Serbia en 1999. Para ello, no vacila en aludir al genocidio perpetrado entonces, a pesar de que las audiencias del Tribunal Penal Internacional demostraron que no hubo tal genocidio. Por su parte, el presidente de habla albanesa de Kosovo, Ibrahim Rugova, aboga en Die Presse por la independencia de su país. Rugova emplea argumentos similares a los de James Dobbins y Wesley Clark, considerando que la independencia es la única solución para desarrollar su país y que no es necesario apoyarse en la ONU para lograrlo. Exhorta entonces a la Unión Europea y Estados Unidos a declarar unilateralmente la independencia. Una vez más, Rusia sería marginada.
Lejos de compartir ese punto de vista, el ex enviado especial de Alemania en los Balcanes, Hans Koschnick, expresa en Der Spiegel que la situación en Kosovo demorará mucho tiempo en evolucionar. Al analizar la situación de los Estados nacidos de la ex-Yugoslavia y las oportunidades que tienen de ingresar en la Unión Europea, pretende que se puede trabajar con todos con excepción de Croacia, que se muestra agresiva con sus vecinos y demasiado nacionalista.
La humillada población rusa vio la guerra de Kosovo como un nuevo golpe asestado a la influencia de su país en Europa. Aún hoy esa guerra sigue siendo un símbolo. En Vremya Novostyey, el ex general ruso Leonid Ivashov expresa su cólera con respecto a la forma en que fue tratado al prestar su testimonio ante el tribunal de La Haya en el marco del juicio de Milosevic. Ivashov afirma que sus declaraciones fueron falseadas en las actas de las audiencias y que el fiscal fue ofensivo en cuanto al pasado socialista de Rusia y a la identidad eslava. Recordando que esa guerra la provocaron las pandillas mafiosas y nacionalistas de habla albanesa con el apoyo de Madeleine Albright, Ivashov considera que Rusia cometió un error al permitir que se desatara ese conflicto bélico y que ello no debe repetirse.
Lejos del tema de la conmemoración del 9 de mayo, que ocupó gran espacio en la prensa mundial esta semana, el Daily Star publicó una serie de artículos sobre la viabilidad económica de un futuro Estado palestino.
Para el ministro de Planificación de la Autoridad Palestina, Ghassan Khatib, la cuestión de los recursos de un hipotético futuro Estado palestino está ligada a dos grandes problemas: el destino de los refugiados palestinos y el de los colonos. Como no hay que descartar que los colonos permanezcan donde mismo están, dentro de las fronteras del futuro Estado, habrá que decidir qué parte de las tierras que ocupan será entregada a los refugiados que fueron expulsados de ellas. En efecto, sin esa redistribución, se crearía una situación idéntica a la de Sudáfrica después del apartheid, en la cual los negros pudieron acceder al poder político mientras que el poder económico seguía en manos de los blancos. En sentido más amplio, este artículo plantea los límites de la solución de los dos Estados.
Nigel Roberts y Stefano Mocci, enviados del Banco Mundial a Gaza y a Cisjordania, hacen un análisis muy diferente de la cuestión de los recursos. Sin tocar en lo absoluto el tema de la distribución de recursos entre palestinos y colonos en los territorios, ambos autores afirman que la economía debe desarrollarse allí mediante una serie de reformas liberales que Mahmud Abbas debe realizar. Este enfoque sigue la misma línea de las conclusiones de la conferencia del Milken Institute, que reunió a personalidades demócratas y grandes empresarios. El ex redactor jefe de la publicación de la AIPAC, M.J. Rosenberg, comenta la conferencia y recomienda una «privatización» del proceso de paz: al crear iniciativas económicas privadas israelo-palestinas, la economía de la región mejorará y el proceso de paz se verá garantizado por intereses comunes. Pero para lograrlo, por supuesto, se requieren, una vez más, que la parte palestina haga reformas. Esa convergencia no es casual: el Banco Mundial es presidido en la actualidad por Paul Wolfowitz, ex dirigente de la AIPAC.
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