Recientes acontecimientos en la guerra contra el terrorismo han sacado a la luz el empleo de la tortura, pero esta práctica está prácticamente prohibida en todo el mundo. La creencia de que la tortura es siempre una pésima opción es típica de un pensamiento reflejo. La tortura debía ser autorizada cuando todas las pruebas permiten concluir que es la única opción para salvar vidas inocentes.
El derecho a la autodefensa es un derecho inviolable y si hay que escoger entre hacer daño a un criminal y salvar de esta forma a varias personas o no hacer nada, es irresponsable preferir la defensa de los criminales. Si un secuestrador coloca un arma en la sien de un rehén, la policía lo matará si se le presenta la oportunidad y el acto será legal. ¿Por qué cohibirse de tomar una medida que no llega al extremo del asesinato si esto también puede salvar vidas? Se nos dice que si se autoriza la tortura en algunos casos, esta se generalizará. Pero, según Amnesty International, la tortura es practicada de manera ilegal en 132 países. ¿No sería entonces mejor en estas condiciones controlar su práctica? Se afirma que la tortura deshumaniza a las sociedades, ¿pero por qué no se dice lo mismo de la legítima defensa? Se afirma además que cuando se tortura a alguien no existe la certeza de que se van a salvar vidas. Pero esto es cierto asimismo para cualquier acto de legítima defensa.
Claro está, tal vez no se encuentren nunca las condiciones en que la tortura es posible, mas no debemos privarnos de esta opción. Recordemos que ningún derecho es absoluto.
«A case for torture», por Mirko Bagaric, The Age, 16 de mayo de 2005. Este artículo es la adaptación de otro más extenso escrito conjuntamente con Julie Clarke y publicado en la University of San Francisco Law Review.
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