En 1961, el presidente Eisenhower dijo en el discurso final de su mandato que «en los consejos de gobierno tenemos que cuidarnos de la ilegítima influencia adquirida, a sabiendas o no, por el complejo militaro-industrial». La expresión se impuso a partir de ese momento. Pero, ¿qué se entiende exactamente por «complejo militaro-industrial»? En un libro reciente, dos ex vendedores de armas, Pierre Chavance y Pierre Bouvier, quienes trabajaron para Thomson, revelan el funcionamiento de esa industria y cómo influyen hoy las cuestiones militares en las políticas económicas y en la política exterior de las grandes potencias.
La caída de la URSS hubiese debería haber dado lugar a una reducción de los gastos militares a partir de 1991. Luego de más de 40 años de Guerra Fría durante los cuales la humanidad creyó haber estado varias veces al borde del desastre nuclear, parecía posible entonces el planteamiento de un nuevo modo de funcionamiento que permitiría recoger «los “dividendos” socioeconómicos del regreso de la paz: la reconstrucción, el desarrollo, el crecimiento económico, el enriquecimiento, la seguridad».
La hegemonía estadounidense sobre los gastos militares
Sin embargo, los sistemas económicos de los Estados desarrollados, principalmente el de Estados Unidos, están concebidos en función de sus presupuestos militares, especialmente desproporcionado durante los últimos años de la Guerra Fría.
El monto record de los gastos militares a nivel mundial alcanzó efectivamente, en 1985, con la cifra de mil dociendos millones de dólares, un volumen total que engloba las sumas dedicadas a ese rubro por Estados Unidos, la URSS y las demás potencias regionales. A partir de aquel momento, apuntan Pierre Chavance y Pierre Bouvier en Ces armes qui mènent le monde [Esas armas que dirigen el mundo] [1], aquellos gastos disminuyeron poco a poco mientras que Mijail Gorbatchov trataba de imponer un programa de reforma de la Unión Soviética en un contexto general de relativa distensión.
El decrecimiento prosiguió después de la caída de la URSS, hasta alcanzar el mínimo absoluto, en 1998, con 785 mil millones de dólares. En aquel año, a la mitad del segundo mandato del Bill Clinton, Estados Unidos emprende el reinicio de su programa armamentista. Como escriben Chavance y Bouvier, «a partir de ese período, el gasto mundial no ha dejado de crecer de nuevo, hasta nuestros días, arrastrado por el del presupuesto norteamericano. Debe alcanzar alrededor de 900,000 mil millones de dólares en 2003».
En vez de decir que ese gasto es «arrastrado» sería más justo escribir que el alza de los gastos militares mundiales es «ocasionado» por Estados Unidos. En Europa, todos los Estados prosiguieron la reducción de su presupuesto militar, exceptuando al Reino Unido que se alineó con la política exterior agresiva de Washington. El primer ministro laborista Tony Blair implicó a menudo a las tropas británicas en guerras extranjeras, sobre todo en Irak.
La envergadura de la hegemonía militar estadounidense se hace evidente a la luz de los diferentes presupuestos de defensa a nivel mundial. El siguiente cuadro es elocuente, al igual que las proyecciones sobre los años venideros. En 2004, los gastos militares oficialmente reconocidos en Estados Unidos alcanzarán los 410,000 millones de dólares. Hemos demostrado en estas columnas que si se suma a esos gastos el monto de los programas militares administrados fuera del Pentágono, el presupuesto real de la «defensa» estadounidense alcanza en la realidad la cifra de 757,000 millones de dólares [2].
Muy por debajo, Rusia, con 56,000 millones de dólares en 2002, tiene un presupuesto 6 veces inferior. El resto de Europa alcanza apenas los 100,000 millones de dólares, si se excluye los 34,500 millones de dólares del Reino Unido.
Cabe preguntarse qué llevó a Washington a retomar los gastos militares en momentos en que las amenazas internacionales eran particularmente débiles y en que el terrorismo internacional no parecía aún un enemigo de consideración.
En efecto, en 1998, Bill Clinton se encontraba aún a la cabeza de una administración demócrata, a la que nada predestinaba a desencadenar una política agresiva como la que asume hoy la administración republicana neoconservadora de George W. Bush. Pero, en el contexto de diversos escándalos, Bill Clinton perdió el apoyo de una parte de los congresistas demócratas y fue puesto en minoría en el seno del Congreso. Los republicanos le impusieron entonces el rearme, después la guerra en Kosovo, que aceptó para aliviar la crisis económica.
Amenazas inexistentes
¿Quién amenaza a Estados Unidos? Si se suman los presupuestos militares de los siete Estados llamados «renegados» según la nueva terminología de moda en Washington, se obtiene la cantidad de 13,000 millones de dólares, o sea 25 veces menos que el presupuesto militar estadounidense.
La conclusión es evidente: «no existe [actualmente] ninguna situación estratégica imaginable en la que las fuerzas norteamericanas puedan verse amenazadas o en situación de inferioridad, en cualquier terreno que sea». Se habla mucho de la amenaza que representan las armas de destrucción masiva para la seguridad internacional.
La hipótesis de un golpe bacteriológico o químico de origen terrorista que provoque gran número de víctimas permite dar cierta credibilidad a los discursos particularmente alarmistas de los dirigentes estadounidenses o de sus aliados, discurso que tiene actualmente mucho que ver con la realidad.
Desde la toma de rehenes de Teherán, el número de victimas anuales del terrorismo se estima en varios cientos, y en varios miles para el año 2001. Son cifras relativamente bajas, según los autores, si se les compara con otras: «el número de muertes anuales provocadas en el mundo entero por las armas ligeras durante las guerrillas o conflictos locales es del orden de 500,000 al año (...) y el de heridos es varias veces superior».
Los autores mencionan también las 23,000 víctimas anuales de los homicidios a mano armada que se cometen en Estados Unidos.
¿Existe realmente la amenaza de adquisición de material de guerra avanzado, herencia de la Guerra Fría, por parte de grupos terroristas?
La Rusia de Putin se menciona a menudo como un lugar donde se realiza ese tipo de comercio. Sin embargo, no se ha demostrado nunca ninguna acusación precisa en ese sentido. Así mismo, el tráfico de uranio vía Sudán, que Estados Unidos había denunciado, resultó ser una simple manipulación más en el marco de la guerra psicológica para el adoctrinamiento de la opinión pública internacional.
Se puede incluso llevar el razonamiento más lejos: ¿No es acaso posible que la idea de un comercio de armas fuera de todo control esté siendo utilizada para convencer a los gobiernos y los pueblos de los aliados de Estados Unidos de que es necesario prepararse contra esa amenaza retomando la carrera armamentista?
La realidad del mercado de armas está sin embargo muy lejos de lo que se puede leer en otras publicaciones. Como explican Pierre Chavance y Pierre Bouvier, se trata de un mercado extremadamente vigilado aunque no siempre transparente y legal, enmarcado por reglas de conducta que los propios Estados se jactan de aplicar y de hacer respetar por razones de seguridad nacional, para que las armas no caigan en manos de futuros adversarios.
El poder político interviene en varios momentos de la transacción. La más importante es la etapa administrativa, que «consiste en obtener del Estado del proveedor una autorización de venta de armas a determinado país comprador».
Sin esa autorización, que implica por lo menos el acuerdo de las autoridades militares, del ministerio de Relaciones Exteriores y del de Finanzas, no es posible realizar la venta. El proceso es complejo y rígido. Tanto que, según los autores, «para los pedidos importantes, ese proceso de autorización puede prolongarse normalmente durante uno o dos años».
La guerrilla terrorista no amenaza la paz mundial. Los Estados renegados, tampoco. La proliferación de armas de destrucción masiva no es más que un engaño.
¿Cómo explicar entonces el rearme de numerosos países, sobre todo de Estados Unidos? Los autores, que han trabajado ambos en la industria francesa de armas, específicamente en la firma de armas Thomson, dan a esta pregunta una explicación que tiene que ver con el estado del mercado mundial.
Contrariamente a lo que afirman las teorías económicas contemporáneas, no se trata de un mercado liberalizado bajo la libre competencia. Por el contrario, «existe prácticamente un solo comprador en cada país, el ministerio de Defensa, [y] una vez que éste escoge el material, el feliz elegido se convierte en proveedor único, generalmente según el sistema de arreglo de acuerdo contra acuerdo [3], a partir de lo cual se conforman paso a paso situaciones monopolísticas».
La consecuencia de esa versión «degenerada» de lo que es el mercado y es que existe «un enfrentamiento natural incontrolable entre compradores y vendedores que solamente puede resolverse dentro de formas nuevas de organización y de cooperación defensa-industria».
El complejo militaro-industrial estadounidense
Esa forma particular de colaboración encuentra su realización ideal-típica en Estados Unidos, país que ha establecido «un sistema operacional de coordinación entre el Estado federal y las empresas de armamento» en el seno de lo que se ha dado en llamar «complejo militaro-industrial».
Al principio, la influencia de los industriales en la vida económica del país no es de carácter militar. Empieza verdaderamente en el momento en que Franklin Delano Roosevelt encara la solución de la Gran Depresión, en el momento mismo en que aparece la industria aeronáutica. En aquella época los medios estadounidenses de negocios, que crearon en los años 20 una sociedad industrial competitiva, tratan de influir sobre la vida económica del país.
Para ello necesitan un organismo preexistente, el National Research Council, «que había sido fundado en 1917 para coordinar la movilización industrial que la Norteamérica que entraba en la Primera Guerra Mundial». En aquella ocasión, el National Research Council «había reagrupado a los principales físicos del país, a jefes militares y dirigentes de las grandes empresas basadas en la ciencia como American Telephone & Telegraph (ATT) y General Electric». Este consorcio no se apoya en el Estado, cuya influencia sobre la vida económica se critica con energía.
La Gran Depresión llega finalmente a su término, no con el New Deal que soluciona problemas pero no económicos, sino con los préstamos que autoriza Washington para garantizar el armamento del Reino Unido beligerante, y más aún, con la entrada en guerra de Estados Unidos contra las fuerzas del Eje, de la misma manera que la «guerra contra el terrorismo» le permite a George W. Bush sacar a su país de la crisis económica en la cual se estaba hundiendo.
El complejo militaro-industrial estadounidense toma cuerpo en 1947, cuando el presidente Truman impone la adopción de la National Security Act, el 26 de julio de 1947.
Ese texto instituye un aparato estatal secreto capaz de dirigir la Guerra Fría. Comprende tres instancias: la CIA, el estado mayor conjunto y el Consejo Nacional de Seguridad (National Security Council - NSC). Este último se convierte en la «instancia suprema del poder» que establece la coordinación entre el Departamento de Estado, o sea la diplomacia, y el Departamento de Defensa. En vez de colaborar, el poder civil y el poder militar se confunden entonces en el seno de un mismo organismo.
Ese mismo año se crea «el sistema paraestatal de los National Security States» que organizarán el apoyo a los militares en los países que tienen posibilidades de pasar a la órbita soviética. Según los autores, «parece que en aquel entonces el Complexo fue utilizado como consejero del NSS en cuanto a cómo utilizar los ejércitos y el material perfeccionado de estos para meter en cintura a los países que se encontraban bajo el control de los militares con fines de “descontaminación” anticomunista».
La colaboración entre el poder conjunto de civiles y militares estadounidenses y la industria del armamento se refuerza a lo largo de la Guerra Fría y llega al paroxismo durante la presidencia del general Eisenhower, de 1953 a 1961. Este reorganiza el Consejo Nacional de Seguridad con el fin de «hacer aplicar la política militar, la política internacional y la seguridad interna».
Paralelamente, los industriales crean un Consejo de Seguridad Americano (American Security Council - ASC) que organiza conferencias anuales con el Pentágono sin que nadie sea ya capaz de distinguir qué espacio ocupa iniciativa privada y cuál es el de la de la política pública. Como moderador de esas conferencias, el ASC y el Pentágono recurren a una tercera parte neutral: un grupo de carácter universitario, el Instituto de Investigación en Política Exterior (Foreign Policy Research Institute - FPRI) del profesor Robert Strausz-Hupé [4].
Este instituto servirá de modelo a los actuales think tanks [Centros de investigación, de propaganda y divulgación de ideas, generalmente de carácter político. Nota del Traductor]. Al mismo tiempo, el Departamento de Investigación y Desarrollo (Research and Development - RAND) del Pentágono se privatiza progresivamente, bajo el nombre de Rand Corporation, para garantizar el aspecto técnico de esas conferencias.
La industria del armamento adquirió por tanto un peso político considerable, más que su simple peso económico. Mediante sus evaluaciones técnicas y sus informes, indica al gobierno las amenazas estratégicas ante las cuales se encuentra el país y aconseja los programas de armamento que se deben aplicar para hacerles frente. Ella induce, si no las determina, la política exterior. Contrariamente a lo que establece el teorema de Clausewitz, la guerra no es ya la continuación de la diplomacia mediante otros medios sino que la diplomacia y la guerra se han convertido en la continuación de los programas armamentistas.
Basta con analizar los presupuestos faraónicos del proyecto de defensa antimisiles para convencerse del pozo sin fondo financiero que se crea inevitablemente debido a esta confusión de papeles en la que el vendedor se convierte en consejero y el consejero en vendedor.
La situación actual es otra consecuencia de lo anterior: «el armamento desempeña ahora el papel protagónico en la guerra, y es lo que mejor va a poder servir a la fuerza. Hasta ayer, era la guerra la que se apoyaba en el armamento». Finalmente, esa influencia del complejo militaro-industrial permite comprender el estado de la escena política estadounidense donde «el gobierno republicano, fanático de las armas y de la guerra, permite que el Pentágono domine el escenario político nacional, y hasta el mundial si ello fuese posible. El secretario de Defensa toma posición públicamente en cuanto a los asuntos del Departamento de Estado, lo cual es fácilmente comprensible a partir del momento que el Estado se dice comprometido con una política internacional que reduce las relaciones a la correlación de fuerzas».
Ese sistema produce una ideología que lo justifica. Es así que, en 1957, Samuel Huntington publica El Soldado y el Estado [5]. Huntington parte del postulado según el cual, en una economía libertariana (también se puede entender de libertinaje o neoliberal), o sea sin Estado, una mano invisible regularía el libre mercado para el bien de todos.
Sería justo, por consiguiente, que el poder político vaya a los dirigentes de las empresas más importantes. Sin embargo, el mercado no sería capaz de resolver los problemas de la Defensa. Los dirigentes económicos tendrían que recurrir, en ese aspecto, a la casta de los soldados, que determinaría la política exterior y la guerra.
Esa tesis fue calificada de «fascista» por la prensa estadounidense de la época. La obra va hoy por su decimotercera reimpresión y se convertido en una referencia en las academias de guerra.
En cuanto a Samuel Huntington, se hizo célebre con otra teoría, la de la guerra de civilizaciones, retomada hoy por los actuales dirigentes civiles del Pentágono.
[1] Ces armes qui mènent le monde, [Esas armas que dirigen el mundo] de Pierre Chavance y Pierre Bouvier, Éditions du Lieu restauré, junio de 2003.
[2] Cf. Ver en francés: «Le vrai budget de la défense US», Voltaire del 28 de enero de 2004.
[3] En ese tipo de contrato, el Estado escoge determinado material antes de definir el volumen de los pedidos y de negociar los precios.
[4] Desde las primeras conferencias, Robert Strausz-Hupé contrata a un joven y brillante ayudante llamado Henry Kissinger.
[5] The Soldier and the State. The Theory and Politics of Civil-Military Relations por Samuel Huntington (Harvard University Press, 1957). En esencia, la obra busca demostrar que existen varios puntos de vista civiles pero un solo punto de vista militar. Sólo al final du libro Samuel Huntington saca sus conclusiones en materia de organización política, conclusiones que resumimos en este artículo.
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