No hay duda alguna de que el voto francés del 29 de mayo representa un grave obstáculo para el proceso de integración europea. Su repercusión no debe minimizarse, pero tampoco es conveniente magnificarla. En cambio, es esencial comprender las razones de ese voto. En ello han influido factores nacionales, pero el elemento decisivo es la profunda incomprensión del modelo europeo propuesto.
La aceleración del proceso de ampliación, el malestar de determinados sectores económicos, la desconfianza hacia las reformas liberales y el miedo creciente provocado por la presión migratoria son factores que han llevado a uno de los países fundadores a decir «no». Estos temores se han visto agudizados por la tendencia a acusar a Bruselas siempre que debe tomarse una decisión difícil. Hoy tenemos que enfrentar una situación delicada que puede agravarse en caso de que el referendo holandés sea negativo.
Italia ha optado por la vía parlamentaria para ratificar ese texto, lo cual es completamente democrático. La proposición tendiente a organizar un referendo sobre dicho texto no tiene sentido alguno. El proceso de ratificación debe continuar y el voto francés no debe representar un veto. Durante la celebración del Consejo Europeo el 16 de junio habrá que analizar la situación, pero sólo al final del proceso de ratificación es que se podrán sacar conclusiones. El «no» francés no significa la muerte del segundo Tratado de Roma. Nuestros electores le exigen más a Europa para enfrentar los nuevos retos que surgen. Eso es lo que desean también nuestros aliados estadounidenses y nuestros vecinos. La Unión Europea debe contar con una estructura legal fuerte, pero también con valores. El «no» francés puede replantear este aspecto en el seno de la opinión pública.
«¿Quo vadis Europa?, por Gianfranco Fini, El Mundo, 31 de mayo de 2005.
«L’Europa non si ferma: il no non diventi un veto», Corriere Della Sera, 31 de mayo de 2005.
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