Barranca
En Barrancabermeja, la ciudad petrolera en que la compañía imperialista Troco sometía a sus trabajadores a una cruda explotación, el 9 de abril a las 2 de la tarde el pueblo salió a la calle gritando "abajo los godos", pues en casi todo el país los liberales creían lo mismo: el partido conservador de Laureano Gómez y Ospina Pérez había asesinado a Gaitán. Esa ciudad y ese departamento tenían una tradición revolucionaria que influiría en los sucesos por venir. En medio de la confusión y sin saber qué hacer -relata el médico Gonzalo Buenahora, autor del libro La comuna de Barranca-, se encontraron indignados y confusos él y muchos otros barranqueños, intelectuales, obreros, dirigentes sindicales petroleros y de la Fedenal. A ellos se sumó el prestigioso abogado Apolinar Díaz Callejas, que se encontraba en el puerto asesorando a la Unión Sindical Obrera (USO), fortín de los obreros petroleros.
Espontáneamente, la gente se insurreccionó y controló las oficinas municipales. El alcalde conservador huyó, y el pueblo a voz en cuello pidió que el líder gaitanista Rafael Rangel Gómez asumiera la Alcaldía, lo que él hizo sin vacilar. Los amotinados se dirigieron a las oficinas de la Troco. Los dirigentes de ésta, con habilidad, les entregaron las instalaciones y unas pocas armas. Todas estas acciones se conocerían como la Comuna de Barranca. Es importante señalar que los trabajadores garantizaron no hacerle daño a las personas, además de respetar las instalaciones.
Por otra parte, se constituyó una junta revolucionaria integrada por destacados dirigentes. Entonces, aviones del gobierno comenzaron a lanzar amenazas escritas sobre Barranca y las poblaciones vecinas. Se entró en virtual situación de guerra, con construcción de trincheras, búsqueda de armas y ejercicios militares. El alarmismo fue exagerado. Dice Buenahora que "dos hombres solicitaron permiso a la junta para fabricar unas ‘bombitas’". Instalaron la fábrica en el edificio de la Canalización, justamente donde sesionaba la Junta. Los obreros de la Tronco utilizaron los talleres y herramientas de la empresa para construir diez cañones y más de mil lanzas de metal.
"El movimiento revolucionario de la Comuna de Barranca llegó a su clímax el día de la parada militar organizada por la Junta. Fue un espectáculo digno de verse y recordarse para siempre. Las milicias populares desfilaron imponentes. Toda su especialidad bélica se constituía de lanzas, machetes, palos, escopetas, fusiles...". En ninguna otra parte del país sucedió algo parecido.
El gobierno de Ospina presionó a la junta, aceptando que una comisión de dirigentes liberales, "amigos" de Gaitán, fueran a Barranca. Todos los acuerdos fueron incumplidos. El ejército, sin que el confiado pueblo hiciera resistencia, entró a la ciudad, iniciándose una violenta reprensión. A Rangel y colaboradores cercanos se les siguió concejo de guerra, algunos en ausencia.
Rangel, escapándose, organizó un incipiente movimiento guerrillero, secundado en San Vicente de Chucurí, población de la que era alcalde Pedro Rodríguez, el padre de Nicolás Rodríguez Bautista, años después "Gabino", jefe político militar del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Según cuenta éste en Una historia contada a dos voces, en las filas elenas ingresarían varios de los guerrilleros de Rangel, dentro de ellos uno muy famoso, "José Solano Sepúlveda, uno de los más reconocidos dirigentes populares del área... fue guerrillero de Rangel en la época de la violencia". Cita también otros nombres. En 1954, cuando Rojas Pinilla crea un clima inicialmente favorable, Rangel se desmoviliza con 1.300 guerrilleros. La Comuna aún sigue siendo recordada en Barranca, donde ahora se siguen enfrenando fuerzas populares y de las AUC.
Tuluá
Tuluá, en el Valle del Cauca, era una ciudad en la que convivían pacíficamente liberales y conservadores, pero el 9 de abril todo lo descompuso. Comenzaron a aparecer muertos sin ningún documento de identificación. Los liberales decían que eran de su partido, y los conservadores del suyo. Se rompieron muchas amistades, la zozobra invadió la población y nadie se aventuraba a salir a la calle después de la 6 de la tarde. Los directores políticos del departamento visitaron a sus respectivos directorios municipales.
En Cali, en la Casa Liberal, fueron asesinadas 30 personas durante una conferencia. Eran exilados o refugiados de varias regiones del Valle. Rafael Escallón, conservador, ex procurador general de la República dijo: "Con el alma profundamente adolorida vengo de Cali, ciudad víctima de una cruel afrenta por parte de las autoridades encargadas de velar por el bienestar..., la tragedia del sábado 22 que tantas vidas, dolor y sangre le ha costado, no tiene justificación ni disculpa" (La violencia en Colombia, tomo I, pág. 58).
León María Lozano, vendedor de quesos en la plaza de mercado, todos los días iba a misa a las 6 de la mañana. Sólo leía el periódico El Siglo. Escuchaba una emisora religiosa. Era hombre callado, distante, con dos hogares -con esposas en ambos-, uno muy cerca del otro. Sufrió agresiones verbales de dos borrachitos liberales que se burlaban de él por su beatería. Intentó agredir a uno de ellos con un cuchillo quesero que portaba, pero una mano amiga lo detuvo; luego creyó ver que algunas personas pretendían incendiar el Colegio Salesiano. Habló con estos sacerdotes y con monjas de María Auxiliadora. Robusteció su amistad con unos y otros, y fortaleció sus alianzas.
León María había dado apoyo económico al directorio departamental conservador, y, cuando su director fue a Tulúa, lo visitó llevándole ostentosamente un regalo especial: dos cajas con carabinas y municiones, aduciendo que el gobernador liberal del Valle preparaba masacres contra los conservadores.
Se recrudeció la aparición de cadáveres de personas desconocidas en Tulúa. Ahora cada una con documentos de identificación pero sin cédula electoral, suponiéndose por esto que la política partidista estaba de por medio. Los borrachitos de marras, aquellos que se burlaron de León María, aparecieron muertos, lo mismo que otras personas. Muchos dedos señalaban a León Maria Lozano como culpable, pero hay consenso de que por mano propia no mató a nadie, pero había repartido las carabinas y la munición, y la aparición de muertos no cesaba. León María, sin esconderse, iba a misa a las 6 de la mañana, y luego se reunía con los "pájaros" en un café. Llamaban así a los sicarios porque se desplazaban de pueblo en pueblo. A Lozano, como pájaro mayor, los liberales lo apodaron "El Cóndor".
La muerte les llegó después a personas conocidas, importantes miembros de clubes sociales. Una de ellas, que años atrás había ayudado a "El Cóndor", escribió una carta con otras nueve personas, publicada por El Tiempo de Bogotá. León María no la conoció porque no leía periódicos liberales. Pero se volvió personaje nacional, odiado y temido por los liberales, adulado y agradecido por muchos conservadores en Tulúa. Uno de ellos le llevó el periódico. Fue con más frecuencia al café, al que concurrían decenas de pájaros. En los siguientes 30 días los muertos disminuyeron pero fue asesinado un abogado, primer firmante de la carta. Los pájaros del Cóndor se regaron por las regiones vecinas: 72 masacrados en Monteloro, 47 en Bolívar, 32 en una carretera del Tolima. La violencia se había disparado en todo el país. "El Cóndor" y sus amigos sólo eran una parte de ella; en sus vecindades la violencia se recrudeció.
Murió el segundo firmante de la carta. El gobierno central envió mil soldados. En las prácticas constituirían una barrera de protección para León Maria, que sólo salía para ir a la misa de 6 donde los Salesianos. El entierro del segundo firmante fue gigantesco.
Poco después fue asesinado el tercero, un hombre anciano, y luego otras conocidas personas. También incendiaron casas y almacenes. Los oficiales y soldados nada veían. El éxodo se inició y Tulúa se fue quedando sola. Esto duró varios años. Cuando Rojas Pinilla tomó el poder, mandó más soldados a proteger al Cóndor. Y cayó el quinto firmante.
Pero el gobierno, presionado desde todos los costados, ordenó la ‘extradición’ de León María para otro lugar. En un carro del ejército y con modestos beneficios económicos, salió de Tulúa hacia Pereira. Allí, poco después, murió envenenado.
Otra región del Valle
En El Dovio andan individuos mal encarados, armados, municionados, con sombreros caídos. Un pañuelo azul al cuello, con escapulario, señalando a los liberales. "Fue el comienzo de esa situación que conocí en El Dovio. Detrás de mí, como sombra maligna, la violencia. Llegaba a un pueblo, a otro, y allí estaba esperándome...", dice Pedro Antonio Marín, que aún no era Tirofijo o Manuel Marulanda Vélez. Era un pequeño comerciante que vendía cachivaches de pueblo en pueblo.
Los pueblos La Tulia, Betania y La Primavera se convirtieron en semifortalezas desarmados. Los liberales aún no tenían armas pero temían ataques de los pájaros. La población, por turnos, montaba guardia las 24 horas. "Le pegaron el ensayo a Betania y no pudieron entrar. La asustada gente respondió como pudo, con los dientes..., luego, otro ataque de más de 200 hombres también fue rechazado"..., "lo que no sabe es que masacraron a todo el mundo en Betania, porque le metieron policía, pájaros, ejército totalmente equipado... les dieron muerte a por lo menos 300 liberales".
Un reservista, a órdenes de "El Cóndor", junto con éste y otros, planearon el ataque a Betania. "Esa vez arriaron a golpes de palos a 60 marranos, con una tea encendida y amarrada al lomo, que gruñendo lastimosamente por el dolor de las quemaduras irrumpieron contra los obstáculos nocturnos. Los atrincherados, ciegos, siguieron disparando sin acertar en un solo blanco humano".
El futuro "Tirofijo"
El terror era el arma para que la gente huyera abandonando sus tierras, pequeñas parcelas que pasaron a manos de terratenientes de ambos partidos. A los 19 años, según sus cuentas, Pedro Antonio Marín, junto a sus hombres de la guardia y de las avanzadas en La Primavera, en condiciones de zozobra diaria, permaneció un mes. "Comencé a volverme activo, ya consideré que esa situación como que había cambiado".
Pero aún no tenía una clara comprensión de lo que estaba pasando. Creía que se trataba de acciones locas de gente descarriada. Por la radio se enteraron de los acontecimientos en la Cámara de Representantes, cuando un ex general de la República, Representante, mató a balazos en el recinto a su colega liberal de Sogamoso, Gustavo Jiménez. Esto iniciaría la formación de las guerrillas liberales del Llano.
Pedro Antonio Marín dijo: "Ahora sí me puse a pensar distinto". Principiaba su largo camino hacia la politización, primero como liberal de los comunes, enfrentado a los liberales limpios que finalizarían entregados a la policía y al gobierno. Estaban además las bandas de pájaros "al mayor y al detal", encabezadas por Lamparilla, Pájaro Verde, Pájaro Negro, Pájaro Azul, Caballo Ronco, y otros más. Dice Marín: "Es que ya son varias las carreras en esta vida. Allí en Ceilán me gané una carrera tremenda... esta situación está muy complicada, parece que todo cambiará de carácter, hay que buscar una solución... Las armas... ¿dónde están las armas? ¿Cómo se consiguen?".
"Ya se jodió esto
y el negocio"
Fue un largo proceso de varios años, de marchas y contramarchas, de éxitos y derrotas militares, de desplazamiento por el Tolima, Huila, Cauca. De contradicciones y conflictos, de desaparición de Pedro Antonio Marín para convertirse en Manuel Marulanda Vélez, "Tirofijo", nombre que él rechaza. Meta, Guaviare y Caquetá serían sus futuros y principales centros de lucha. Hasta hoy.
Nota. Gustavo Álvarez Gardeazábal, escritor y político nacido en Tulúa, escribió Cóndores no entierran todos los días, llevada al cine. Parcialmente me he apoyado en él para este escrito.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter