Dice el periódico desde abajo en su edición N° 113 (pág. 3) “Ahora nos toca alinearnos, así nos creamos un tanto más fuertes, con las restantes fuerzas sociales y políticas del país, para confrontar la arremetida que vendrá de parte del régimen…”
Dentro de una situación diferente, en los años 62 a 65 del siglo pasado, el sacerdote revolucionario Camilo Torres planteaba preocupaciones y propósitos similares. Su pensamiento se fue aclarando con el paso del tiempo. En 1960 cuando hacía su doctorado en Sociología en Lovaina (Bélgica) creó el Equipo Colombiano de Investigación Socio Económico (Ecise) buscando captar para su proyecto a los médicos, ingenieros, arquitectos y otros que se hallaban en Europa, en torno a unas «soluciones colombianas». Un cuerpo de ideas con el que todos ellos se comprometieran no obtuvo respuesta.
En 1958 ya no habla de Ecise sino del «Equipo pro estudio y progreso». Platea la necesidad de una organización para coordinar esfuerzos de individuos y grupos que orienten y asistan las organizaciones sociales, advierte contra el autoritarismo y las ambiciones egoístas. Comienza a señalar el anti-comunismo como un sofisma de distracción de la clase dirigente para eludir la solución de los problemas básicos, entre ellas la reforma agraria.
Por estos y otros temas relacionados, en 1962 cruza correspondencia con Monseñor Salcedo, Director General de Acción Cultural Popular, a quien Camilo critica su anticomunismo en el periódico El Campesino (este debate incluye otros sacerdotes, preludio de las que sucederán años después con el Cardenal Concha Córdoba).
Concretando los actores del cambio social, dice: «es necesario que el campesinado comience a constituirse en un grupo de presión, que mediante una organización pueda llegar a ser importante en la transformación de las estructuras sociales, políticas y económicas de Colombia». Combatiendo el individualismo escribe: «dentro de los campesinos la violencia crea circunstancias por las cuales ellos tienen que romper con su individualismo, las migraciones conjuntas, la defensa de las comunidades rurales, la organización para la producción, crean una mentalidad de cooperación, de iniciativa y de conciencia de unidad».
Profundizando en su visión de la Iglesia dice: «en aquellos países en donde la Iglesia y el estado están unidos, la Iglesia es un instrumento de la clase dirigente. Cuando además, la Iglesia posee gran poder económico y poder sobre los medios educacionales, la Iglesia participa del poder de la minoría dirigente».
Sin desfallecer
En defensa de la construcción de la Unidad Popular afirma: «mientras los líderes populares no acuerden un frente unido que descarte los personalismos, que son tan sospechosos ante el pueblo, la clase popular no marchará si no se acaba la palabrería izquierdista que es tan fatua como la de nuestra clase dirigente».
Con la idea de construir un Frente Amplio envía una carta a diversas personalidades colombianas entre las que citamos: Gerardo Molina, Monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda, Jorge Zalamea, Carlos H Pareja. Incluye diversos temas que el grupo debería estudiar para aportar soluciones: Posición ante la integración latinoamericana, Cuba, nacionalizaciones, desempleo, ejército, educación. Dice en su carta: «con el objeto de recopilar la mayor cantidad de material posible se ha convenido que la extensión de cada trabajo no exceda las diez páginas». El silencio fue la respuesta.
Luego, en un reportaje afirma: «El Frente Nacional polarizó el descontento no ya hacia un individuo, hacia un gobierno o hacia un partido sino hacia el sistema y hacia una clase (…) La clase popular parece desilusionada de los sistemas democráticos y por eso se abstienen en los comicios. No se considera representada por los dirigentes de izquierda, la clase popular confía cada día más en sí misma y desconfía de los elementos de las otras clases».
Se refiere a la ausencia de «buenos propósitos» por parte de los grupos dominantes. «La falta de autocrítica estabiliza en el error al que cae en él. Por desgracia, ésta ha sido una de las características de la clase dominante, se presenta el fenómeno de la violencia y, antes de estudiarlo, se busca la represión como método exclusivo para tratar el mal». En 1965 analiza la situación de pobreza en América Latina, países en los que no se puede dar de comer, ni vestir, ni alojar a las mayorías, pues no lo hará la minoría que domina el poder político, militar, cultural y tampoco la Iglesia que por sus riquezas hace parte de ella. Concluye: «Se debe propiciar, entonces, la toma del poder por parte de las mayorías para que realicen las reformas estructurales, económicas, sociales y políticas. Esto se llama revolución y si es necesario para realizar el amor al prójimo, para un cristiano es necesario ser revolucionario».
Y dentro de este proceso el entonces Arzobispo de Bogotá (Concha), después de un cruce de cartas con Camilo, hace una declaración pública en la que dice que “el padre Camilo Torres se ha apartado concientemente de las doctrinas y directivas de la Iglesia Católica… preconiza una revolución aún violenta…”. Camilo pide al Arzobispo su reducción al estado laical. Y la decisión no se hace esperar: «El Señor Torres no es ya el padre Camilo Torres…, no debe llamársele “Padre Camilo». Pese a ello, la gente siguió viendo en él a un sacerdote.
El programa
Teniendo en mente la constitución de un movimiento político y habiendo fracasado en su idea de que un grupo de personas prestigiosas redactara un programa de soluciones para la situación colombiana, «primero intenté reunir a los jefes de los grupos políticos, pero éstos parecían buscar más los intereses de sus propios grupos que la unión popular…, intenté hacer algunos trabajos con un grupo de intelectuales y científicos… entonces hice una plataforma muy elemental y rudimentaria… parece que este documento tan simple tenía una cierta virtud propia porque se fue difundiendo entre las clases populares». Así fue, comenzó a hablarse de la plataforma del Padre Camilo, a reproducirse y circular de mano en mano. Insiste en que por el férreo control que la oligarquía tiene sobre el poder político y militar es imposible llegar al poder por la vía electoral. Y agrega: «el que escruta elige», «creo que la consigna debe ser abstención en las elecciones y organización de base».
Unidos contra el enemigo principal
En otro momento escribe: «Yo considero a los Estados Unidos y al Gobierno como instrumento de los capitalistas norteamericanos y por eso, como sucedió cuando la independencia de Colombia que los latinoamericanos tuvieron que unirse con los enemigos de España para luchar contra España, nosotros tendremos que unirnos con los enemigos de los Estados Unidos para luchar por nuestra liberación».
Camilo en ningún momento deja de preocuparse y plantear la unidad popular y revolucionaria: «nosotros tenemos que lograr la unión revolucionaria por encima de las ideologías que nos separan, los colombianos hemos sido muy dados a las discusiones filosóficas y a las divergencias especulativas. Nos perdemos en discusiones que, aunque desde el punto de vista teórico son muy valiosas, en las condiciones actuales del país resultan completamente bizantinas».
Antes había dicho: «la palabra ‘revolución’ desgraciadamente ha sido prostituida por nosotros, los que pretendemos ser revolucionarios. Se ha utilizado con ligereza, como una afición, sin un verdadero respeto y sin verdadera profundidad…. Es necesario que comencemos ya. Que nos mezclemos con las masas en un elemento esencial a la revolución y la unión».
Como culminación de su esfuerzo surgió el Frente Unido del Pueblo, dentro del que se vivieron múltiples contradicciones por su heterogénea composición, la mayor con el Partido Comunista, partidario de la vía electoral. La anhelada unidad popular fue efímera. Descubierta por el ejército la correspondencia de Camilo con los comandantes del Ejército de Liberación Nacional, se incorporó a sus filas, muriendo en combate en febrero de 1966.
Fuente: Escritos de Camilo Torres. Editorial ERA.1980
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