El fracaso espectacular de la Cumbre de Bruselas es una señal de que ha comenzado la Europa del «no». Tony Blair creyó poder negociar el cese de la rebaja británica contra la Política Agrícola Común (PAC), reduciendo esta última a su mero aspecto competitivo. La oposición de Jacques Chirac y de los nuevos países miembros hizo fracasar su maniobra. Si el Tratado Constitucional Europeo (TCE) se hubiese adoptado, las decisiones de la PAC, a partir de noviembre de 2006, serían tomadas de consuno con el Parlamento, que hubiese podido reorientarla. Yo estaba entonces en Lima, trabajando con nuestros socios latinoamericanos, quienes se sentían profundamente decepcionados por el fracaso del TCE. Para ellos, el haberse malogrado la creación de una Europa política significaba que no era posible un mundo multipolar.
Para impedir que Europa se estanque, hay que analizar las causas de la derrota del «sí», que es, sobre todo, resultado de las políticas antisociales aplicadas a los niveles europeo y nacional. Otros electores rechazan la construcción europea como tal. Ese rechazo ha tomado un giro nacionalista, soberanista o xenófobo. Ese «no» debe ser combatido por todos los progresistas proeuropeos. Ese «no» me desespera porque nos condena a la impotencia. Rompe la amistad franco-alemana, afecta a los electores españoles de izquierda. No obstante, hay que tomar en cuenta la dimensión antiliberal del voto y no dejarnos llevar por el descontento.
Lamento la falta de iniciativa de los partidarios del «no». Dentro de un año, el pueblo que los siguió sólo podrá constatar la ausencia de renegociaciones. Es probable que sigamos aferrados a Maastricht y al Tratado de Niza. Pasarán años antes de que surja un nuevo texto. ¿Acaso lo ratificaremos? Actualmente, en la Comisión y en la City de Londres, quieren eliminar la segunda y la tercera partes y retomar algunos pedazos «útiles» de la primera parte. De ese modo, los liberales tendrían su constitución. Sin embargo, no debe descartarse el riesgo de que se deshaga el tejido de la Unión. La desaparición del motor franco-alemán, el aumento de las tensiones en torno al presupuesto europeo, la amargura de los polacos al sentirse ofendidos por el discurso de los partidarios del «no» provocarían una desarticulación gradual de la Unión. Ante esta triple amenaza, el Parlamento Europeo debe brindar su contribución. Aunque la muerte de la Constitución prive al Parlamento de ese derecho de iniciativa, éste puede, sin embargo, ayudar a Europa a salir de su crisis, diseñando un proyecto capaz de ser adoptado por todos los pueblos europeos.

Fuente
Le Monde (Francia)

«L’Europe du non a commencé», por Alain Lipietz, Le Monde, 24 de junio de 2005.