La teoría de que la destrucción del World Trade Center de Nueva York y que la fabricación de tarjetas magnéticas falsas en un barrio francés de las afueras forman parte de un plan dirigido por una sola y única organización terrorista mundial es confirmada por las confesiones de los «arrepentidos de Al Qaeda». Pero viéndolos más de cerca, esos arrepentidos son pocos y sus testimonios dudosos, incluso nada creíbles. A pesar de que ningún tribunal hasta ahora ha admitido los pretendidos vínculos entre los atentados que se cometieron en Europa y Al Qaeda, de los que los arrepentidos son testigos, expertos y periodistas persisten en elaborar hipótesis y preconizar políticas sobre la veracidad de esas declaraciones.
La red Al Qaeda, acusada de haber organizado los atentados del 11 de septiembre de 2001, ha sido tema de abundante literatura a partir de esa fecha. Diferentes autores, periodistas y «expertos en terrorismo», le han dedicado artículos, reportajes y libros.
La proliferación de esos trabajos ha contribuido ampliamente a fabricar, en el imaginario colectivo, el sentimiento de una amenaza real que pesaría sobre Occidente y sería encarnada por musulmanes fanáticos. Un rápido inventario de las fuentes utilizadas y los elementos de información suministrados no deja apenas dudas en cuanto a su origen y falta de confiabilidad.
Los orígenes de la organización son mencionados en numerosos artículos a partir del 11 de septiembre. Según la versión oficial, habría sido creada por Osama Bin Laden en 1988 e inmediatamente se desarrollaría a partir de Afganistán para convertirse en una red mundial «que financia, entrena y utiliza otros grupos en un número de entre 35 y 60 países», teniendo como objetivo «golpear los intereses de los Estados Unidos en todo el mundo» [1].
Sin embargo, expertos en la cultura árabe le dan otra interpretación al nacimiento del movimiento. «Al Qaeda», que significa «la base» o «la base de datos», sería un fichero creado por Osama Bin Laden en la época de la guerra de Afganistán. En esa época, el multimillonario anticomunista administraba los fondos invertidos por los servicios sauditas y estadounidenses para rechazar al Ejército Rojo soviético.
Financiaba igualmente tanto el sueldo de los jihadistas como los trabajos de fortificación y recogía una cantidad importante de informaciones. Una vez terminado el conflicto, «la base» se convertiría en una herramienta a la disposición de Arabia Saudita y otros Estados musulmanes: cuando estos deseaban lanzar una operación, ya fuera el envío de medicamentos, programas de ayuda o injerencia política, incluso militar, consultaban a «Al Qaeda» para recoger informaciones sobre la región que les interesaba, y conocer, por ejemplo, si ya estaban actuando allí otras organizaciones.
En esa óptica, «Al Qaeda» no sería en ningún modo una organización jerarquizada, sino simplemente una gigantesca base de información con destino a los países musulmanes.
De ese modo, la cuestión es más fácil, no es necesario infiltrar esa red para controlar sus elementos, ya que no se trata de una red. Basta con unir los atentados que se produjeron en todas partes del mundo, atribuyéndolos sistemáticamente a grupos que «estarían vinculados» a Al Qaeda.
Toda la literatura dedicada a esta «organización» se basa en una retórica de amalgama: la misma cuestiona a «brazos derechos» de Bin Laden, a grupos culpables de «simpatizar» con su «organización». Todos los procesos emprendidos en Europa contra las «redes durmientes» del «terrorismo islamista » también se construyeron, no sobre elementos materiales, sino sobre hipotéticas proximidades intelectuales: tal fundamentalista viajó a Berlín, en una época en que Mohammed Atta residía allí, tal otro efectuó un entrenamiento militar en Afganistán, etc.
Finalmente, los numerosos expedientes creados por la justicia antiterrorista han terminado en el abandono de los cargos «relacionados con una organización terrorista». Los tribunales que han condenado de forma efectiva a los detenidos por terrorismo no han admitido nunca que estén vinculados a una organización internacional [2].
En realidad el objetivo judicial importa poco. Son los detalles de las instrucciones lo que ocupa en los medios más lugar que el propio veredicto. Ese discurso verdaderamente alarmista sobre el «peligro islamista» permite fabricar un enemigo común, que va del Hamas palestino hasta la Jamaa Islamiya de Indonesia, pasando por Estados como Siria o Sudán, para finalmente abarcar todo el mundo musulmán.
Ese fantasma alimenta la ideología de la «Guerra de las Civilizaciones» que justifica la forma contemporánea del imperialismo anglosajón [3]. Lejos de denunciar esas amalgamas absurdas, varios Estados las han tomado por su cuenta, corriendo el riesgo de tener que arrepentirse después.
De ese modo, Vladimir V. Putin no ha dejado de invocar la lucha contra el terrorismo mundial para poner fin a las críticas por los bombardeos de Grozni, antes de denunciar el veneno de este análisis étnico-religioso durante la toma de rehenes de Beslán.
En Francia, esas amalgamas fueron utilizadas, al inicio de la presidencia de Jacques Chirac, para lograr el arresto de los opositores argelinos por parte de autoridades antiterroristas, antes de que el propio Jacques Chirac se transformara en héroe del diálogo entre las civilizaciones.
Para dar crédito a la existencia de una red terrorista tentacular y estructurada, Washington tuvo que recurrir a una figura muy extendida en los Estados Unidos, la del «arrepentido», del insider que, lleno de remordimientos, describe desde dentro la organización de la que formó parte. Recordemos que, en los Estados Unidos y ahora en muchos otros países, incluida Francia, el «arrepentido» negocia sus declaraciones contra la inmunidad.
Por lo tanto puede acusarse a sí mismo y acusar a cualquiera que desee sin asumir las consecuencias. Ese procedimiento permitió desmantelar organizaciones mafiosas, pero también provocó todo tipo de denuncias calumniosas. En Italia, los magistrados que fueron promovidos a la operación «manos limpias» al final resultaron las víctimas, ya que los «arrepentidos» acusan a los jueces, uno tras otro, de ser interlocutores de la mafia.
Los primeros arrepentidos aparecen durante el proceso de los atentados del 7 de agosto de 1998 contra las embajadas de los Estados Unidos en Nairobi y Dar es-Salaam, en febrero de 2001. Jamal Ahmed al-Fadl, un sudanés de 38 años, hasta ese momento conocido en los archivos del FBI bajo el seudónimo de CS1, Confidential Source 1, es uno de ellos. Ante un tribunal de Manhattan afirma haber sido miembro del núcleo central de Al Qaeda.
A pesar de que su testimonio es «inverificable, por supuesto, y despierta muchas interrogantes» [4], el FBI le concedería su protección a partir de julio de 1996, fecha en la que se presenta «en el servicio de visas de una embajada norteamericana cuya localización no fue revelada». La policía federal de los Estados Unidos gasta con ese objetivo cerca de un millón de dólares en cinco años.
¿Pero de qué informaciones podía disponer Jamal al-Fadl para justificar tal interés por parte de las autoridades? Para responder a esa pregunta, es conveniente volver atrás a su biografía. Según sus propias palabras, vivió dos años en Brooklyn y en el sur de los Estados Unidos, donde se ocupa de recolectar fondos para la mezquita Al Farooq [5], antes de alistarse en las brigadas islámicas desplegadas en Afganistán a iniciativa de la CIA y bajo la dirección de Osama Bin Laden para luchar contra las tropas de ocupación soviéticas.
En 1991, es llevado a entrevistarse con el que entonces fuera administrador de la base de datos (Al Qaeda) de todos los grupos islámicos radicales presentes en el lugar. Cuando el núcleo duro de la estructura de Bin Laden se transfirió a Sudán, Jamal al-Fadl siguió el movimiento y se instaló bajo la protección del régimen islámico africano y del Frente Nacional Islámico en el poder [6]. Como había desviado 150,000 dólares en el marco de transacciones que realizaba, contacta a las autoridades de los Estados Unidos menos de tres años después y es sacado hacia el otro lado del Atlántico.
La lectura de la trayectoria del presunto terrorista invita al escepticismo. En efecto, podemos preguntarnos legítimamente sobre la confiabilidad de un informante utilizado como testigo de cargo por las autoridades de los Estados Unidos después de haber trabajado para la CIA en Afganistán, antes de ser recuperado, menos de cinco años después por el FBI.
Tanto más cuanto que su salida de la organización terrorista se produjo dos años antes de los primeros atentados atribuidos a Bin Laden, contra las embajadas de los Estados Unidos en África, proceso en el cual, sin embargo, lo llamaron a testificar. A pesar de esas evidentes reservas, Al-Fadl está presente como «uno [de los] elementos claves» de Al Qaeda, organización en la que se «encargaba de los salarios» [7].
Por consiguiente, conocía la organización al detalle, y, particularmente, las fuentes de su financiamiento. Sobre ese tema da su testimonio ante el tribunal de Manhattan: cuestiona una red bancaria cómplice de la internacional terrorista, con ramificaciones en Sudán, Malasia, Gran Bretaña, Hong Kong y Dubai.
Describe también «cómo enviaban combatientes a Chechenia por 1 500 dólares por persona; cómo la Jihad obtenía financiamiento en Eritrea por el aporte de dinero en efectivo; como Bin Laden se puso en rivalidad con los servicios de inteligencia de Sudán después que lo encontraron en Peshawar (Pakistán), etc. Peor aún, según la justicia, Bin Laden se comprometió varias veces, desde 1992, en tentativas de compra de materiales nucleares y vectores».
Jamal Ahmed al-Fadl, quien se separó de Al-Qaeda en 1996, detalla por otra parte la manera en que funciona la red de Bin Laden: esta última «está compuesta por un jefe (el propio Bin Laden), que reina sobre un consejo consultivo, el majlis. El majlis se encuentra en relación con otros cuatro comités a cargo de las esferas financiera, religiosa, militar y mediática. En esos cuatro comités se escogen los comandantes operativos y los encargados de misiones especiales. A esta estructura piramidal, formal, se sobrepone una división horizontal en 24 grupos, división informal esta vez.
Las comunicaciones entre células, a través de Internet, están aseguradas no sólo a través del envío de e-mails codificados, sino también de ficheros sonoros con interferencias». La ventaja de esa descripción de la organización terrorista, tan detallada como inverificable, es que permite a los Estados Unidos acreditar la tesis de una hidra tentacular, cuyas ramificaciones se extienden por todas partes del mundo, particularmente en Occidente. El enemigo está por todas partes y Bin Laden dispondría incluso de centros de operación en Nueva York.
Peor aún, el asesinato del carismático líder de Al Qaeda no provocaría el fin de su organización, estructurada para resistir tal golpe de suerte, gracias a elementos provenientes de las «fuerzas extremas y dispersas de movimientos emparentado como algunos elementos de Hamas, Hezbollah y Jihad Islámica», tres organizaciones, comprometidas en una lucha armada contra Israel, pero que son conocidas por su divergencia de opinión en cuanto a la manera de llevar a cabo esta lucha, incluso por su antagonismo. La «guerra al terrorismo» se anuncia por lo tanto infinita.
El segundo arrepentido llamado a ofrecer su testimonio en el proceso de Manhattan es un ciudadano estadounidense de origen egipcio. Su pedigrí es también asombroso: después de pasar «bajo el uniforme de las fuerzas especiales del ejército estadounidense» [8], Alí Mohamed se habría unido a Bin Laden a finales de los años 1980. Convocado ante el tribunal de Nueva York, no se presenta a declarar en persona, sino que permite la elaboración de «un informe del FBI basado en su testimonio».
Mohammed no es precisamente cualquier persona. Se trata de un antiguo miembro de los servicios secretos egipcios que aseguró, entre 1987 y 1998, la formación de los combatientes de Al Qaeda. En esa misma época, enseñaba también en la John Kennedy Special Warfare Center and School, «donde formaba los miembros de la más secreta de las redes de influencia, el stay-behind y los oficiales de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos» [9].
En su testimonio escrito, Alí Mohammed menciona en particular otros blancos extranjeros de la serie de atentados en África, «entre otros la embajada de Francia y el Centro Cultural Francés», lo que le permite al Sr. Roland Jacquard afirmar que «más allá de los intereses estadounidenses, en un sentido amplio, los intereses occidentales también están en la mira y que la amenaza quizás sea más difusa de lo que parece» [10].
El terrorismo islámico no sólo tiene en su mirilla a los Estados Unidos y su política exterior agresiva, particularmente en el Medio Oriente, sino «a Occidente» de una manera más amplia, con miras a instaurar un califato en todo el planeta. Esto tiene el mérito de definir los campos como lo expresa entonces el presidente de los Estados Unidos George W. Bush: «O se está con nosotros o con los terroristas» [11].
El término «arrepentido» puede también ser empleado de forma abusiva, como lo demuestra el caso de Djamel Beghal. Ese franco- argelino de 38 años fue detenido en septiembre de 2001 en el aeropuerto de Dubai, donde menciona a la policía local un proyecto de atentado contra la embajada de los Estados Unidos en París y cuenta sus vínculos con Al Qaeda. Pan bendito para la justicia francesa y la DST (servicios secretos de Francia) que intentan demostrar la realidad de la amenaza islámica en Francia.
Desgraciadamente, de regreso a París, Djamel Beghal se retracta de sus declaraciones y niega cualquier implicación en la preparación de un atentado. Según sus palabras, sus confesiones en Dubai se explican por los malos tratos recibidos: «aislamiento, incomunicación total, violencias físicas, presiones psicológicas» [12], una versión que fuera confirmada parcialmente por un magistrado antiterrorista francés interrogado en el canal televisivo Europe 1, el 2 de octubre de 2001.
Según su opinión, los oficiales emiratis utilizaron «jefes religiosos locales» con el fin de hacerle un «lavado de cerebro a la inversa» durante nueve meses, lo que le habría permitido recuperar «el justo camino del Islam» [13]. Por consiguiente, una toma de conciencia religiosa que habría convencido a Beghal de decir todo lo que sabía sobre las actividades de Al Qaeda en Europa.
Sólo había un pequeño problema: nada permite afirmar que la embajada de los Estados Unidos en París estuviera incluida en un proyecto de atentado. Los únicos islamistas condenados en ese caso aseguraron que en efecto tenían otros blancos, pero ninguno en Francia [14]. Beghal, en un primer momento, confesó a los investigadores emiratis todo lo que querían escuchar antes de retractarse, en un segundo momento, ante los investigadores franceses.
Djamel Beghal no es por lo tanto el «buen cliente» que necesitaba la justicia antiterrorista francesa. Yacine Akhnouche, arrestado en febrero de 2002, será una mejor opción. Examinado y arrestado oficialmente en el marco de la investigación sobre el proyecto de atentado en la ciudad francesa de Estrasburgo en diciembre de 2000, este fabricante de falsas tarjetas azules (cartas de crédito) - en cuya casa la policía descubre «fórmulas químicas sospechosas» - confirma de súbito, durante su interrogatorio, la existencia de una red terrorista durmiente en Europa, particularmente activa en Francia.
Aún mejor, se revela como un nudo central: durante una estancia en Afganistán, se entrevistó con Richard Reid, el hombre de los explosivos en sus zapatos en el vuelo París-Miami, con Zacharias Moussaoui, el francés mantenido en secreto por los Estados Unidos por haber gritado alto y fuerte que quería aprender a lanzar aviones contra edificios, pero también con Ahmed Ressam, quien fue arrestado en diciembre de 1999 en la frontera de Canadá con 50 kilos de explosivos.
Yacine Akhnouche va todavía más allá: afirma que conoce a Abu Doha, un islamista detenido en Londres y presunto jefe del grupo de Francfort, y haber estado en contacto con «varias personas implicadas en el asesinato en Afganistán del comandante Massoud, en septiembre de 2001» [15].
El relato de ese mitómano es una buena oportunidad para los investigadores franceses. Uno de ellos, rayando en la ingenuidad declara: «Ese tipo de acta es extraordinaria». Los magistrados antiterroristas se basan en el hecho de que poseía una máquina para «codificar» las tarjetas bancarias, es decir una sencilla codificadora de tarjeta magnética disponible en el comercio [16], para hacer de él «un punto obligado para la logística financiera de las redes».
Según el juez Bruguière, «cada aparato puede proporcionar hasta 200,000 francs (30,000 euros) semanales a sus poseedores, con lo que se puede asegurar una parte sustancial del financiamiento» [17].
Al final, hay que constatar que los «arrepentidos» de Al Qaeda no son una legión. Además, los escogidos por los responsables de la «guerra contra el terrorismo» para entronizarlos como tal estallan por su poca confiabilidad, lo que nos lleva a cuestionar la procedencia de las informaciones relativas a la « organización de Osama Bin Laden» retomada por los medios mundiales. ¿Acaso provienen, como los jihadistas que actuaban en Afganistán contra la Unión Soviética, directamente de Washington?
[1] «Las 11 organizaciones en la lista norteamericana de lucha antiterrorista norteamericana», agencia de noticias AFP, 25 de septiembre de 2001.
[2] Ver: «La justicia no encontró agentes de Al-Qaeda en Europa», por Paul Labarique, Voltaire, 04 marzo del 2005.
[3] «La guerra de civilizaciones», por Thierry Meyssan, Voltaire, 7 de diciembre del 2004.
[4] «El hombre que traicionó a Bin Laden se confieza ante un tribunal de Manhattan», por Alain Campiotti, diario suizo Le Temps, 15 de febrero de 2001.
[5] «La piste Bin Laden: pourquoi et comment», por Alain Lallemand, Le Soir, 13 de septiembre de 2001.
[6] Au nom d’Oussama Bin Laden, por Roland Jacquard, Editorial Jean Picollec, 2001.
[7] «La piste Bin Laden: pourquoi et comment», op.cit.
[8] «Devant les jurés de New York, une esquisse du réseau Bin Laden», por Michel Moutot, agencia AFP, 2 de octubre de 2001.
[9] D’après «The Masking of a Militant», por Binjamin Weiser y James Risen, diario New York Times, 1 de diciembre de 1998, citado en el libro: L’Effroyable Imposture, de Thierry Meyssan, editorial Carnot, 2002.
[10] Au nom d’Oussama Bin Laden, op.cit.
[11] Address to a Joint Session of Congress and the American People, Servicios de la Casa Blanca, 20 de septiembre de 2001.
[12] «Fin de l’enquête sur Djamel Beghal, chef présumé d’une cellule islamiste», AFP, 27 de agosto de 2004.
[13] «La confesión de Djamel Behgal», por Patricia Tourancheau, diario francés Libération, 3 de octubre de 2001.
[14] Ver: «La justicia no encontró agentes de Al-Qaeda en Europa», por Paul Labarique, Voltaire, 04 de marzo del 2005.
[15] «La extraordinaria confesión de un islamista del movimiento de Bin Laden», por Christophe Parayre, agencia de noticias AFP, 9 de febrero de 2002.
[16] Esos objetos que tienen un uso relativaente sencillo y fácilmente disponibles (http://www.hitechtools.com/news/), permiten fabricar diferentes tipos de tarjetas magnéticas, tarjetas de acceso a la televisión por cable, tarjetas telefónicas, incluso tarjetas bancarias. Se utilizan para fabricar las verdaderas, pero también las falsas.
[17] «Le "comptable" supposé des réseaux en Europe», por Jean-Marie Leclerc, diario Le Figaro, 11 de febrero de 2002
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter