En las últimas décadas, la península de la Guajira ha sufrido cambios sociales drásticos, en parte debidos a la presencia paramilitar. Un testimonio de la situación en una región atrapada.
En Bogotá hay gente que se echa la madrugada para asistir a gimnasia curativa de males y secuelas de enfermedades. Comienza a las mismísimas 6 a.m., con la pata pelada sobre el césped húmedo y frío y quien no llega a tiempo se pierde la secuencia completa del ejercicio, que dura una hora y es dirigido por un médico afamado. Allí conocí a una joven guajira que me hizo el siguiente relato:
“En La Guajira el culto de la familia es una tradición muy profunda y los enemigos de las familias son siempre enemigos de sangre. Por lo general, sus problemas vienen de atrás, de antes, y las familias comprometidas en esos conflictos se cuidan de mantener cualquier clase de relación entre ellas. Todo el mundo sabe que eso pasa, eso se conoce y se nota. Pero hoy todo eso está cambiando. Hoy uno no sabe de qué cuidarse, porque ahora hay invasión de paramilitares, más que todo en Maicao, pero en toda La Guajira.
Estudié en Maicao hasta el 98 y nada de eso pasaba. Es a partir del 98 que uno ve que las cosas cambiaron. De cuatro años para acá los paras han estado asesinando a los líderes indígenas para ocupar ellos los puestos de liderazgo y hacerse dueños del territorio. En el año 2004 hubo muchos asesinatos de indígenas wayúu en el norte, para adueñarse de sus tierras. Se anunciaron matanzas por internet y el gobernador apenas musitó palabras y organizó festivales para alejar los malos recuerdos.
El comercio está muy afectado, porque el puerto está siendo manejado por paras que exigen cuotas a dueños de barcos, dueños de mercancías, transportadores, a todo el mundo. Les interesa administrar el puerto para sacar droga del país, y eso está aunado a empresas textiles, tabaco, que ya no se pueden entrar libremente por La Guajira como antes. Desde el gobierno de Pastrana sucedió eso. Antes todo el mundo sabía quiénes eran los contrabandistas del tabaco y los textiles. ‘Esa familia es de los que importan cigarrillos’, decía la gente.
Ahora hay más falta de seguridad que antes, aunque el gobierna diga otra cosa. Los árabes se han ido de Maicao porque los secuestran y boletean. La inseguridad es grave. El comercio está casi cerrado. En una cuadra llegaba a haber veinte negocios y hoy, si mucho, hay cuatro o cinco. Los paras ponen letreros de que hay que acostarse temprano, pero todos los días amanecen mujeres violadas, cercenadas.
Hay mucha población paisa y ha empezado invadir la plaza de mercado. Contratan a los mismos paisas y no dan chance a los guajiros, cosa que sí pasaba con los árabes. La mayoría de antioqueños son paras. Son como la cortina de humo. Comenzaron con controlar el mercado de provisiones y ahora todo el mundo allí es paisa.
En Maicao se vivía del contrabando: carros de Venezuela (‘carros volteados’, les dicen), narcotráfico y comercio. Eso era lo que más había. Hasta que llegaron los paras y todo cambió. Una amiga de mi familia, por ejemplo, nos contó que el esposo trabajaba con el narcotráfico y la semana pasada venían por la carretera de Santa Marta a La Guajira y los emboscaron. Mataron a los dos. No pertenecían a los paras y ellos, los paras, querían compartir con ellos el negocio. Como no les aceptaron las condiciones, los bajaron.
Había un arquitecto prestante y joven todavía, que le iba bien. Era contratista de la Gobernación y del Municipio. Vivía en Monguí.
– ¿Monguí, Cundinamarca?
– No, Guajira. Un día estaba en casa en el estudio y la mamá estaba también y le preguntaron su nombre. La iban a matar. El muchacho salió en defensa y también lo mataron. El Ejército estaba hacía varias semanas ahí y se fueron. El comandante del Ejército dijo que en fuego cruzado habían dado de baja a guerrilleros, en operativo contra la guerrilla. Amílkar Acosta es familiar de ellos.
– ¿Y no ha dicho nada?.
– Que yo sepa, nada.
– ¿Y la gente no protesta?
– La gente hace protesta por eso. Fueron a hablar con el comandante de la Policía y hasta ahí quedaron las cosas. La gente está atemorizada. Mucha se ha ido a Aruba, a Panamá, a Curazao. Los árabes se van a Brasil, a Cúcuta, a Cali, donde tienen familiares. El comercio con Venezuela sigue, con gasolina, provisiones, alimentos (leche, harina, pan, arroz). Antes llevaban ropa pero ahora no pueden llevar casi nada. En los almacenes hay uno o dos empleados donde antes había cinco.
– ¿Y los políticos qué dicen?
– No funcionan. No hay partido liberal ni conservador que proteste. Solo para elecciones. El Gobernador nunca dice nada, porque en cierta forma fue apoyado por los paras.
– ¿Y la explotación del carbón?
– Se lleva a cabo en cinco municipios. Las regalías le entran a la Gobernación y los municipios donde hay explotación. Pero no se invierten en La Guajira misma. No hay avance en los pueblos. Las regalías las ferian, nada más. La empresa minera va a su explotación y a sacar sus utilidades, y al gobierno tampoco le interesa. Han tenido que desplazar varias poblaciones y los reubican: le compran a cada uno sus derechos a bajas tasas y la gente se va a poblaciones mayores a crear tugurios. Las familias no tienen seguridad social porque perdieron su trabajo y sus propiedades. Ellos no saben de comercio, solo de agricultura. El carbón solo beneficia a los que lo explotan. La gente no cobra daños ecológicos y nadie los paga. Cumplen las normas pero en derechos constitucionales atropellan a la gente.
El carbón se terminará en el año 2030. La economía quedará en el piso porque no habrá agricultura, ganadería ni fuentes de trabajo para los guajiros campesinos o comerciantes. La parte fértil de La Guajira es donde está Cerrejón. La Guajira tiene tres regiones. Al sur está la explotación del carbón; al norte está el desierto y allí está Manaure y la explotación de sal, y Uribia, que es puerto de mercancías y maneja el turismo con Riohacha; y está el centro: Riohacha y Maicao. Riohacha vive de la burocracia y Maicao del comercio”.
Me quedo reflexionando sobre una conversación intrascendente con una joven que se prepara para regresar a una tierra que ya no es la suya. En los años 90 La Guajira era la sección del país de mayor desarrollo comparativo, con índices que estaban por encima de los de Arauca y Casanare. Los tres eran los nuevos invitados a la mesa del almuerzo nacional. Pero en todos ellos, como en el conjunto de la zona norteña del país, se posesionaron los nuevos dueños ominosos de la economía y el pensamiento. Media Colombia puede estar agonizando sin que parezcamos darnos cuenta.
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