Si recurrimos a la jerga de los ajedrecistas, el secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld ha conseguido realizar un contraataque, si no brillante, al menos nada malo en la partida centroasiática de Washington, cuya apuesta ha sido la preservación de las bases militares en el Asia Central.
Si recurrimos a la jerga de los ajedrecistas, el secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld ha conseguido realizar un contraataque, si no brillante, al menos nada malo en la partida centroasiática de Washington, cuya apuesta ha sido la preservación de las bases militares en el Asia Central.
En el transcurso de una visita inesperada a Kirguizistán, el jefe del Pentágono ha recabado de Bishkek el respaldo para mantener la base norteamericana en este país por un tiempo indefinido. Con todo, podemos interpretar de varias maneras lo que dijo en rueda de prensa conjunta su homólogo kirguiz Ismail Isakov: «La base de Manas va a permanecer mientras lo requiera la situación configurada en Afganistán».
Es una fórmula bien conocida. La visita de Rumsfeld a Bishkek ha sido, en realidad, una reacción de Washington al reciente llamamiento de los países miembros del Grupo de Shanghai, en particular, Rusia y China, que pidieron a EE.UU. y a otras naciones de la coalición antiterrorista en Afganistán definir el plazo de la permanencia de sus bases militares en Kirguizistán y Uzbekistán.
La presencia del contingente norteamericano en el Asia Central ya «no es obligatoria», en opinión del Grupo de Shanghai, habida cuenta del «avance obvio» en la lucha antiterrorista proclamado por Washington. El Gobierno de Uzbekistán y las nuevas autoridades de Kirguizistán, es decir, ambos naciones que acogen en su territorio las bases estadounidenses, han apoyado este planteamiento.
Washington, a juzgar por todo, lo ha interpretado como una invitación para la retirada.
Huelga decir que el eventual repliegue norteamericano desde Uzbekistán y Kirguizistán supondría un golpe fuerte a la estrategia «Lily Pad», mediante la cual Donald Rumsfeld pensaba extender las bases militares de EE.UU. a toda la región centroasiática, como nenúfares en un estanque.
Al iniciar su visita al Asia Central, el secretario de Defensa declaró que la pérdida de las principales bases aéreas en el territorio uzbeco y kirguiz «no incidirá en las operaciones militares de Estados Unidos en Afganistán». De lo cual se desprendía que el Pentágono tiene opciones suficientes para compensar la desaparición de cualquier base militar en esta zona. «Siempre pensamos a largo plazo, así que nos sentimos seguros» - dijo Rumsfeld a los reporteros que le acompañaban en el viaje.
A los miembros del Grupo de Shanghai, entretanto, no les preocupa que EE.UU. pueda encontrar o no algunas bases alternativas en otra región. Lo que quieren saber es para qué y por cuánto tiempo hace falta estacionar tales bases en el Asia Central.
Veamos cómo funcionan estas bases, asumiendo desde luego que son un elemento de la operación realizada en Afganistán, y no otra cosa. Supongamos que Tayikistán, que ha sido el destino siguiente en la gira centroasiática de Rumsfeld, no autorizara el tránsito de los aviones norteamericanos basados en el aeropuerto internacional de Manas, en Kirguizistán, hacia el territorio afgano. El valor de esta base en el contexto de la operación antiterrorista sería bastante cuestionable en tal caso.
Claro que otros países, por ejemplo, Uzbekistán o China, también podrían abrir su espacio aéreo para el tránsito. Ahora bien, el corredor aéreo hacia Manas pertenece a Rusia y Kazajstán. Todos los países citados son miembros del Grupo de Shanghai.
Por mucho que Rumsfeld se empeñe en alegar el carácter bilateral del acuerdo sobre la base, es precisamente el Grupo de Shanghai, integrado por las seis naciones arriba mencionadas, el que puede preguntar con todo derecho a Washington con qué objetivo se mantiene la base en Kirguizistán.
Puede que este objetivo responda a los intereses de los países situados en la zona. Pero puede que no. Recordemos que el Gobierno kirguiz denegó el pasado 4 de marzo, tras una serie de consultas con otros países miembros del Grupo de Shanghai, el uso de la base aérea de Manas para los vuelos de reconocimiento efectuados por aviones tipo AWACS y encaminados contra China y otras naciones de la zona.
Volvamos a la declaración final adoptada en la reciente cumbre del Grupo de Shanghai, aquella que recomienda a los miembros de la coalición antiterrorista «definir la fecha tope en lo que respecta al uso provisional de las infraestructuras citadas y la presencia de contingentes militares en el territorio de los países integrados en el Grupo de Cooperación de Shanghai».
Si tomamos en consideración que esta frase no hace sino sugerirle a EE.UU., en términos todavía suaves, la necesidad de definir claramente las razones, fechas y reglas estrictas en lo relativo a la permanencia de las tropas norteamericanas en los países del Grupo de Shanghai, el contraataque de Rumsfeld difícilmente podría considerarse un éxito tan obvio.
Ria Novosti 27 julio 2005
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