La semana pasada se pudo ver a Vladimir Putin en todas las pantallas de televisión en Rusia. A tal punto esa omnipresencia mediática lo hacía aparecer claramente como un hombre interesado por la reelección, que cada vez más comentaristas se preguntan si no se quedará en el poder después de 2008, una vez que haya terminado su segundo y último mandato como presidente.
Algunos dirigentes políticos han sugerido medios que permitan suprimir los obstáculos constitucionales para un tercer mandato. No obstante, dos años y medio antes de la próxima elección en Rusia, el Kremlin sigue indeciso sobre los medios para preservar el estatus quo político. Sin embargo, el control del Kremlin sobre el Parlamento y los medios masivos ofrece a Putin un buen margen de maniobra. El índice de su apoyo en Rusia es también una buena garantía. Es cierto que el Kremlin se preocupa por los movimientos de jóvenes que se oponen al Kremlin, pero éstos disponen de un respaldo mínimo. Si a ello se añade el constante auge de los precios del petróleo, el Kremlin tiene las cartas en la mano. Sin embargo, desconfía del activismo cívico.
Para contrarrestar lo que parecía una amenaza, el Kremlin decidió crear la «Cámara Pública». Esta institución se describe como «el medio de influencia de la sociedad civil y los ciudadanos de la Federación de Rusia sobre las decisiones del poder». Las personas que la integrarán serán nombradas por el Kremlin. Una de ellas es signataria de la petición de acusación a Mijaíl Kodorkovski. Putin sólo acepta las opiniones cuando coinciden con las suyas.
«Putin’s Chosen ’Public’», por Masha Lipman, Washington Post, 16 de septiembre de 2005.
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