Los problemas internos en la Rusia no soviética le impiden desempeñar un papel más eficaz en la escena internacional, lo que le ha permitido además a Estados Unidos materializar su dominio unipolar. Así, Bachar El Assad, el presidente sirio, tenía razón cuando instó a Vladimir Putin a que concediera más interés a los problemas en el Medio Oriente, sobre todo porque en el pasado las relaciones árabe-soviéticas se encontraban en su más alto nivel. Por otra parte, la ecuación estratégica se presentaba de la forma siguiente: el Mundo Árabe y la Unión Soviética contra Israel y los Estados Unidos.
La debilidad del «polo» árabe-soviético se debe no a la fuerza de Israel, sino al desequilibrio que caracteriza el papel desempeñado por cada uno de los dos rivales, el soviético y el estadounidense, en dicha ecuación. Es decir que el factor estadounidense está más presente en la ecuación estratégica que el factor soviético. De esa forma, y a través de la historia, los Estados Unidos han puesto a disposición del Estado hebreo todos los elementos que puedan servir en su conflicto con el mundo árabe.
Es evidente que dicho desequilibrio en la confrontación árabe-israelí, que comenzó durante los años sesenta hasta la caída de la Unión Soviética, es fruto de varias situaciones. En primer lugar, ello podría deberse a la capacidad de Israel de influir en las decisiones políticas estadounidenses a través de un lobby eficaz y bien organizado, mientras que, al mismo tiempo, los árabes se encontraban ante el régimen cerrado de Moscú. De igual manera, los cálculos estratégicos de Washington y de Moscú pudieron establecer la diferencia.
Pero, ¿cuál es el cambio que se produjo en Rusia y que alentó a Siria, por ejemplo, a solicitar los cohetes rusos más adelantados? El hecho es que, dada la situación en Chechenia y en la arena internacional, el establecimiento de relaciones árabe-rusas ya no es una opción, sino una obligación.
«روسيا والعرب...والأمل المفقود», por Walid Abou Morshed, Asharqalawsat, 27 de enero de 2005.
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