Las turbias aguas en Nueva Orleáns y Texas podrán bajar su nivel, pero es evidente que luego del azote de los huracanes Katrina y Rita, quien va a seguir con el lodo hasta el gaznate es el presidente George W. Bush.
El paso de Rita por territorio texano no lo sorprendió en sus sempiternas vacaciones, como sucedió con la irrupción de Katrina y el desastre humano que ese meteoro provocó en una región descuidada oficialmente en materia de prevención y atención a desastres.
Esta vez el mandatario fue más cuidadoso. No estuvo en Texas ante la llegada de Rita porque, dijo, no quería molestar (?), y optó por ubicarse en una base del comando aéreo norteamericano a mil 600 kilómetros de los embates del viento y las lluvias.
Para tranquilidad del pueblo estadounidense, el nuevo fenómeno perdió fuerza aceleradamente y no provocó una tragedia humanitaria similar a su antecesor, aunque el caos en la evacuación de Houston y otras ciudades puso en evidencia otra vez que la gran potencia deja mucho que desear en materia de enfrentamiento a cataclismos naturales.
También se destacó la gran cantidad de pobres que viven en Estados Unidos y resultan, por sus propias condiciones de vida, las víctimas preferentes en tales sucesos.
De manera que, a pesar de sus presuntos esfuerzos por salvar la desecha imagen propiciada por su errática conducta frente a Katrina, el presidente de los norteamericanos no pudo restaurar mucho de su dudosa honrilla.
Paralelamente otro asunto golpea la figura de Bush: la desastrosa guerra en Irak.
Su movilización a un puesto bien equidistante de los vientos de Rita, le marginaron de presenciar frente a la Casa Blanca, el sábado último, tal vez la mayor manifestación antibélica realizada en suelo de la Unión desde hace muchos años.
Si bien el titular de la Oficina Oval puede cerrar los ojos y dárselas de bravucón a cuenta de los militares estadounidenses y los civiles iraquíes que mueren todos los días, lo cierto es que su presencia bélica en la vieja Mesopotamia ha generado un movimiento contra el conflicto, que ya se hace sentir con especial fuerza, y parece destinado a crecer hasta el infinito.
De acuerdo con la prensa norteña, no menos de 100 mil personas se dieron cita frente a las verjas de la Casa Blanca, entre ellas Cindy Sheehan, madre de un soldado muerto en Irak y quien se ha convertido en todo un símbolo de resistencia a la guerra y por el retorno a los militares a sus hogares.
La cuenta, después de estos entuertos, deja al presidente en una total orfandad de apoyo público. Sesenta por ciento e los ciudadanos le critican y ven con malos ojos su gestión. Las aguas pútridas merodean su nariz sin remedio.
AIN
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