Por estos días varios órganos de prensa y entidades estadounidenses se han pronunciado contra la costumbre oficial de imponer a Cuba, año tras año, desde 1982, el calificativo de “estado patrocinador del terrorismo”.
No se trata de un simple rótulo ligado a un empeño propagandístico, sino que implica para aquellos “condenados” por el Imperio, sanciones específicas como la no venta de armas a los acusados, o de toda suerte de equipos y tecnologías que, según los estándares norteamericanos, puedan tener un “doble uso”, como los destinados a la medicina, la computación o a las investigaciones científicas, entre otros rubros.
Y en el caso concreto de Cuba, la sanción pretende además erigirse en eterno pretexto para mantener y acrecentar el bloqueo económico y comercial que desde hace más de cinco décadas ejercen los Estados Unidos contra la mayor de las Antillas, y que implica que más de 70 por ciento de los actuales ciudadanos de la Isla no conozcan otra forma de vivir que la signada, entre otros factores, por las carencias, presiones, golpes y sinsabores derivados de semejante cerco.
En ese contexto, periódicos como The Boston Globe y Los Ángeles Times, junto a entidades y figuras norteamericanas, han insistido que para este 2013, con el liderazgo en el Departamento de Estado de John Kerry, debería primar la cordura con respecto a Cuba y sacarle definitivamente de una arbitraria lista de promotores del terrorismo en la cual se insiste absurdamente en mantener a La Habana.
En efecto, el nuevo jefe de la diplomacia estadounidense deberá pronunciarse al respeto en las próximas semanas, y es ante ese acontecimiento que quienes promueven una nueva política hacia la Isla movilizan sus argumentos.
No obstante, cualquiera que fuese el resultado del actual debate interno norteamericano sobre el tema, lo cierto es que su desarrollo coloca a al luz pública lo mendaz del mecanismo adoptado por la Casa Blanca en contra de aquellas naciones que le resultan indeseables e incómodas.
En el caso de Cuba, vale repetirlo, endilgarle ropajes siniestros apunta a pretender presentar como válidas las permanentes acciones agresivas de Washington contra la Isla, y en especial un bloqueo que desde hace más de dos décadas recibe año tras año, en el seno de la Asamblea General de la ONU, el rechazo contundente de la inmensa mayoría de los pueblos del orbe.
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