Las encuestas se han convertido en la guía suprema de los colombianos. ¿Alguien se ha preguntado qué hay detrás?
Es un cambio sutil pero cambio al fin y al cabo. La vieja discusión entre ser o parecer está superada. Hoy la clave para desentrañar los fenómenos massmediáticos está centrada en determinar cómo perciben las audiencias a un personaje, a un hecho o a una coyuntura.
Esa percepción, entendida textualmente, está expuesta como todo problema que se respete en las ciencias sociales a una serie de ecuaciones (a veces simultáneas) que definen, por la fuerza del uso y de la costumbre, los procesos comunicacionales, especialmente el de la producción de noticias.
Así, la ecuación de la información instantánea (eso que en nuestro medio se califica como inmediatez) ha conformado un axioma dramático, difícil de rebatir: Ver es igual a comprender. No importa qué haya detrás o qué se pueda inferir, es la imagen y lo que ello suscita linealmente lo que importa. Así, la masacre no aparece, no se ve, pero sí sus victimarios reclamando con el arma en la mano juego político. Sin que medie argumentación se han trasladado al terreno de víctimas del conflicto armado. Y reclaman como tales.
Hoy se ha impuesto la ecuación de la verdad mediática. Repetir es demostrar. No hay espacio para la razón. El eco es el amo.
Hoy todo lo consume la ecuación de la presencialidad. Estar basta para saber. Los peones y los alfiles se creen los estrategas y los analistas. Desde afuera del tablero alguien ríe a carcajadas.
Hoy nos envuelve el mimetismo mediático. Un medio afirma citando a otro. Los demás esgrimen por toda sustentación lo que dicen los demás. La teoría del rumor corre rampante. Desprecio por la prueba.
Hoy asistimos al divorcio entre los medios y la opinión pública. Una cosa perciben los productores de contenidos y otra muy distinta sus audiencias. Paradójicamente, ambos se citan para reafirmarse en sus posiciones inexorablemente distintas.
Hoy estamos delineados por la ecuación de las emociones extremas. Es suficiente el momento, el impacto, la adrenalina, el orgasmo sensitivo que adormece hasta una nueva excitación.
Hoy el común denominador es la ecuación de la sobre-exposición que deforma la valoración y el buen juicio. Si algo aparece mucho, es bueno; si no se ve, no existe. Lo que no es, porque no registra, es malo. La moda sacraliza.
Y claro, a todo lo anterior lo atraviesa la ecuación de las encuestas, sumum de la percepción mediática que ha engendrado un nuevo hijo para el siglo que crece. Sí, las encuestas mamotréticas, de muestra amplia y abigarrada, le están cediendo el paso a los índices de percepción.
Lo prueba la satisfacción que embarga al país luego de conocer que el índice de percepción de corrupción mejoró en un dos por ciento en los últimos tres años, según el sondeo que hace periódicamente la ONG Transparencia Internacional. El resultado ha conmovido los corazones de aquellos que piensan que antes que capital, ideas y trabajo, hay que inyectarle optimismo a la economía. Pero, ¿cómo se logra tan notable éxito?
Mediante la aplicación de la fabulosa suma de nueve encuestas, sí, nueve encuestas a empresarios, analistas de riesgo y ejecutivos de alta y media gerencia. Es como preguntarle a los ratones por el buen olor del queso gruyere.
Asido de tan novedosa metodología, hoy el gobierno argentino le apuesta al índice de percepción mediática para establecer con un número ínfimo de encuestas cómo los ven (cuando se dejan) en el exterior, para jalonar eventuales inversionistas que caigan en la trampa de ratón sin desperdiciar mucho queso…
Con la misma técnica trabajan empresas e industrias para atraer aseguradoras de riesgos, prestamistas y socios capitalistas.
Por la misma senda, aunque sin delatarse, caminan las encuestas relámpago con las que hoy bombardean a sus públicos los noticieros de tv, emisoras de radio, periódicos y portales de internet y que direccionan (o pretenden hacerlo) las sensaciones (antes que las ideas) que construyen esa masa amorfa que algunos llaman opinión pública pero que no pasa del sí, no, no sabe o no responde (simplemente no interesa) dependiendo del queso prometido.
Por eso no es exagerado decir que a la plaza pública la ha reemplazado la plaza de mercado (en el sentido literal), que los indicadores de sensaciones arrollaron el debate y que la encuestitis, en medio de la gripe aviar, amenaza con convertir al queso en artículo de primera necesidad. Bueno, por lo menos eso es lo que se percibe…
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