El presidente Hugo Chávez se ha atrevido a poner sobre el tapete un tema espinoso y crucial: el del socialismo en el siglo XXI. Tema que desde hace muchos años, a partir de las derrotas de la izquierda en los 60 y 70 y la posterior caída de la Unión Soviética -pero sobre todo después de la imposición a nivel global de la "revolución neoliberal" de Margaret Theacher y Ronald Reagan- ha sido tabú (o ha sido invisible) tanto para las derechas -que han presentado "el fin de las ideologías" como un hecho consumado- como para las propias corrientes progresistas, disminuidas, frustradas, desorientadas y fuera del ámbito público en este período.
Pero los tiempos están cambiando, soplan nuevos vientos en el mundo y sobre todo en nuestra América Latina. La imposición de la globalización neoliberal (acelerada por el ascenso al poder de los neoconservadores en los Estados Unidos y sus políticas de agresión directa e imposición por la fuerza de la hegemonía unipolar) encuentra como respuesta la sorpresiva aparición en escena de protagonistas que hasta ahora habían sido ignorados: los movimientos sociales.
A través del planeta y en particular en Latinoamérica, los pueblos están empleando tanto el poder del voto –que fuera diseñado dentro del sistema de democracia representativa como un mecanismo operativo para la perpetración de las elites en el poder- como la presión popular directa (en los casos de Bolivia y Ecuador) para hacer sentir en acción concreta su anhelo de cambios profundos en su forma de vida.
Aparece entonces como necesaria la discusión sobre una nueva alternativa que sea respuesta al planteo de la visión hegemónica propuesto por el etnocentrismo del "mundo desarrollado".
Un nuevo socialismo para este milenio tendrá que plantear alternativas emergentes, con propuestas, acciones y parámetros diferentes y que vayan más allá, tanto de la propuesta neoliberal, como de las experiencias alternativas al capitalismo desarrolladas en el siglo XX.
Las propuestas socialistas (sobre todo los "socialismos científicos") se basaron en la ciencia positivista de fines del siglo XIX, materialista, cartesiana, causal y lineal, que les permitió por ejemplo –partiendo de una óptica productivista- plantear la sociedad como estructurada en función de la variable económica (infraestructura) y el resto de las variables sociales como una superestructura dependiente. Desde principios del siglo XX, a partir de la teoría de la relatividad y de la teoría cuántica, el conocimiento estableció una nueva relación con el universo, un universo complejo y no mecanicista. Esa nueva visión se ha afianzando en terrenos que van mucho más allá de la ciencia tradicional. En las ciencias sociales los modelos sistémicos y holísticos han ido convirtiéndose en los modelos operativos para comprender los acontecimientos, que contemplan e incluyen nuevas facetas de los procesos sociales.
Las propias categorías usadas para definir la lucha de clases -con un proletariado productor como motor de la sociedad y destinado a la toma y administración del poder- no tienen mucho asidero en un mundo corporativo globalizado, dónde la importancia de la producción por la mano de obra ha sido desplazada por la hegemonía del conocimiento (sociedad de la información) y el desarrollo de la tecnología, con una industria cada vez más robotizada. En este panorama, estrategias productivas como el desplazamiento alrededor del mundo de las plantas fabriles, la maquila, la desconcentración y las fusiones de las transnacionales (con su tendal de desempleo masivo) no tienen espacio en las teorías socialistas clásicas. El creciente sector de los excluidos (ya no de los explotados), como centro de la injusticia social, plantea el centro del problema en cómo lograr que los están fuera sean nuevamente protagonistas de la sociedad.
Por ello, para poder plantear un nuevo socialismo que trascienda estos modelos, las nuevas visones deberán tener características de no linealidad, serán holísticas, abiertas y se manejarán como modelos de interacción de sistemas, incluyendo en los mismos al propio observador. No serán ya ideologías racionalistas explicatorias de verdades absolutas sobre el mundo y su funcionamiento -surgidas de las mentes preclaras de vanguardias- sino que deberán nutrirse de las nuevas realidades emergentes -esos movimientos "espontáneos" que están surgiendo en el mundo y en nuestro continente- y buscar en ellas las múltiples verdades existentes. Constituirán así la forma de poder plantearnos un acercamiento (un diálogo) con los procesos sociales, que nos permita arribar a una cierta comprensión de ellos.
Otra consideración fundamental para el ensayo de una sociedad nueva, es que para alcanzarla será necesario ir más allá de las urgencias de la coyuntura política. Los cambios a realizar están ubicados no sólo en lo político, sino fundamentalmente en lo cultural. Todo parece indicar que nos enfrentamos no sólo a la crisis de un sistema social y político que ha llegado a los límites de sus posibilidades, sino que estamos en un estadio aún más profundo: una crisis de civilización. Si acudimos al modelo histórico de Toynbee [1] -extensa, sólida y coherente investigación sobre los procesos civilizatorios intentados por la humanidad- nos encontramos con que la situación socio-política-cultural actual del sistema-mundo llena con creces los siete parámetros definidos en ese modelo, que caracterizan el estadio de desintegración en las 26 civilizaciones que fueron el objeto del estudio. El surgimiento de una nueva civilización (filial) en el seno de la que se desintegra, estará estructurado a partir de cambios en el sistema de valores (una nueva propuesta espiritual, al decir de Toynbee) que determinan en sus integrantes una nueva actitud frente al mundo.
Cambiar el mundo sin tomar el poder
Un punto de vista que hoy aparece en la escena (FSM, movimientos indígenas, zapatistas, ONGs)y que será esencial en la construcción de este Socialismo del siglo XXI es el de cambiar el mundo sin tener como objetivo "la toma del poder", que fuera una razón primaria para las alternativas anteriormente planteadas al sistema capitalista occidental.
No es éste un planteo nuevo, en nuestra propia cultura occidental los socialismos "utópicos" -definidos así por quienes establecieron los socialismos "científicos"- ya habían partido de la necesidad de desarrollar sistemas sociales horizontales, dónde el poder no estuviera centralizado en el pico de una pirámide (Fourier, Owen, Saint Simón, los anarquistas), sino que fuera administrado y ejercido por los propios individuos y los grupos horizontales inmediatos que estos formaran.
Esta óptica, que produce remezón en la mayor parte de la militancia política tradicional de las izquierdas -siempre presionadas por las necesidades políticas imperiosas de lo cotidiano- va a constituir un pívot fundamental para la construcción de una nueva (o nuevas) sociedad y cultura. Para contribuir a fundamentarla veamos algunas consideraciones sobre el poder.
El origen del poder
La definición que da el DRAE [2] en su primera acepción de la palabra poder es "Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo". Efectivamente, el poder es la capacidad que tiene el ser humano para actuar en el mundo. Esta capacidad es una condición inherente a la especie humana y siendo la nuestra una especie gregaria, esta capacidad que está en principio en cada individuo se multiplica en la asociación. Los grupos humanos (de la misma manera que otras especies animales) utilizan el poder sumado de sus individuos, que al actuar colectivamente proporciona una capacidad de acción mayor que la suma de los poderes individuales.
Las últimas investigaciones antropológicas sobre la prehistoria, realizadas a partir de la década del noventa muestran algunas características de la manera que los grupos humanos primitivos "organizaron" el poder. Aparentemente las sociedades tribales anteriores a la aparición de las civilizaciones distribuían el poder en forma horizontal. Estas organizaciones están asociadas al nomadismo y curiosamente a las sociedades matriarcales.
Con la llegada de la agricultura, parecen haberse producido cambios profundos, asociados a la aparición de las castas de guerreros y el progresivo predominio de la estructura patriarcal (indicado a través del cambio de género de sus dioses, de las diosas de la tierra y la fertilidad, a los dioses masculinos heroicos). Por supuesto que la escasez de registros hace muy difícil definir exactamente estos procesos sociales, pero lo cierto es que en la aparición de la primera civilización conocida (Súmer) ya se encuentra una nueva distribución del poder, en una sociedad que tiene un tamaño mucho mayor (número de integrantes) que el de las organizaciones humanas precedentes. Existe allí una minoría dominante que se hace cargo del poder de todos los integrantes de la sociedad, que lo ejerce y administra. En todas las civilizaciones subsiguientes volveremos a encontrar este tipo de estructura.
Las estructuras verticales y el terror
Si analizamos el ejercicio del poder en esas civilizaciones para establecer a partir de que mecanismos se maneja y controla, descubrimos que su administración por parte de un grupo (o grupos) selecto se realiza a través de dos elementos fundamentales: el terror y la ideología. Ambas variables aparecen en todas las estructuras sociales verticales, con diferentes características e intensidad.
En aquellas dónde el elemento ideológico es más débil (Roma, Asiria, etc.) el terror se encuentra al descubierto, presente en la vida cotidiana de cada integrante de la comunidad. En las que el elemento ideológico -que puede ser un sistema de creencias y/o una institución social, religiosa o secular- está más arraigado en la población (Egipto, la Edad Media, etc.) el terror se encuentra subyacente (aunque en ningún caso deja de ser el elemento que asegura en último término el dominio de los grupos dirigentes) y el poder se ejerce sobre todo a partir del "derecho" que proporciona la ideología. Las estructuras sociales verticales derivadas de esta situación se encuentran relacionadas con los sistemas sociales más masivos y complejos (las civilizaciones), aunque no son exclusivos de éstas, existen grupos tribales dónde la estructura vertical autoritaria funciona con tanta naturalidad como en aquellas.
El mecanismo de apropiación del poder colectivo (el de todos y cada uno de los integrantes de la sociedad) por parte de un grupo (o grupos) está siempre afianzado en estos dos factores de sometimiento. Es necesario mantener a los individuos en la situación de ceder su poder a aquellos que lo ejercerán, tanto por la imposición por la fuerza como por su educación en la creencia que es ejercido por una minoría "por el orden divino de las cosas" u otra causa similar.
Del terror a la persuasión
En nuestra civilización occidental, el equilibrio dinámico entre las dos variables (el terror y la ideología) ha ido sufriendo cambios dependientes de las situaciones sociales y culturales. Durante la mayor parte de la Edad Media, la distribución del poder estuvo apoyada en la autoridad moral de la religión católica, a través de la institución social de la Iglesia. Los profundos cambios sociales y culturales ocurridos en el Renacimiento provocaron la secularización de la sociedad occidental y nuevamente la fuerza y el terror fueron ostensibles (la Santa Inquisición, la Conquista de América, las guerras entre los nacientes Estados Nacionales, el Absolutismo, etc.).
Es a partir de la segunda mitad del siglo XX, después de las dos Guerras Mundiales, cuando comienza a pesar otra vez el elemento ideológico. La institución de las democracias representativas occidentales junto al "american way of life", aparecen como paradigma e intentan imponerse a nivel global. Surgen además elementos sociales nuevos, característicos de este período. El fenómeno de la sociedad de masas [3] potencia un factor importante: "el miedo a la libertad".
En una sociedad terriblemente compleja, en la que el individuo es ajeno a la gestación, administración y conocimiento de la infraestructura física y cultural que constituye su entorno, aparece este fenómeno que Erich Fromm [4] supo describir con gran precisión. Los individuos, que se sienten totalmente desbordados por una realidad que los sobrepasa, buscan ansiosamente delegar su capacidad de ejercicio del poder (su libertad) en líderes o grupos que sean capaces de tomar las decisiones por ellos y les proporcionen una seguridad que no se ven capaces de lograr por sí mismos ante un mundo que no pueden asumir.
Igualmente, el desarrollo de los medios masivos de comunicación, permite a los grupos dominantes la "educación constante" en los paradigmas que justifican la dominación. La persuasión (manipulación) se constituyó en un sistema alterno al uso de la fuerza y fue puesto en evidencia por Vance Packard [5], que en la década de los cincuenta del siglo pasado descubrió con asombro como funcionaba este mecanismo.
Sin embargo, en este panorama que pudiera verse como monolítico existe una condición histórica importante. Las ideologías seculares tienen en los pueblos un poder de convencimiento mucho menor que las concepciones religiosas. El Estado de Bienestar es un objetivo de mucho menor peso que la Salvación Eterna en la vida cotidiana de los hombres que se sienten y se ven excluidos de la sociedad que cotidianamente intentan venderles los medios masivos.
El poder de las gentes
Pero el proceso histórico es siempre pendular y dinámico, las estructuras verticales institucionalizadas que acaparan el poder, se ven periódicamente enfrentadas a movimientos de resistencia que surgen desde el seno de los pueblos. Una faceta de este fenómeno son las revoluciones. Generalmente en forma explosiva, los individuos aúnan su poder colectivo y a través de acciones violentas provocan profundas remezones en el cuerpo social. El sociólogo canadiense Crane Brinton [6] realizó una investigación en profundidad sobre estos procesos y logró determinar algunas de sus características. Cuando las revoluciones surgen, por una explosión espontánea de las bases sociales que se alzan frente a las estructuras de poder, las desconocen y las enfrentan; toda la estructura política institucional se derrumba, o se ve obligada a ejercer el terror desnudo para mantenerse (ejemplos históricos múltiples que van desde la Revolución Francesa al Caracazo).
Pero en las revoluciones, el ejercicio del poder directo ejercido por la gente ha sido de corto alcance. En el propio proceso se va formando un nuevo esquema de acaparamiento del poder. Grupos sociales que estaban enfrentados al poder establecido promueven una institucionalización alternativa y a la larga van a sustituir al anterior grupo gobernante.
La revolución rusa es un ejemplo claro. En su libro El Estado y la Revolución, Vladimir Ilich Lenin explicó detalladamente cuales iban a ser las estrategias y las tácticas para que los bolcheviques se hicieran del poder institucionalizado. Esto se reflejó transparentemente con el cambio de consigna realizado entre 1917 y 1921 de "Todo el poder a los Soviets" a "Todo el poder al Soviet Supremo".
Pero no sólo las revoluciones son ejemplos históricos de como emerge el poder colectivo de los pueblos. Momentos históricos puntuales como la Comuna de París en 1848, dónde durante tres meses la ciudad se autogobernó sin estructuras institucionalizadas de poder (tanto así que cuando Thiers toma la ciudad, al no encontrar líderes ni grupos de gobierno, fusila a 150.000 personas), han aparecido sistemáticamente en la historia. Y procesos más extensos: La resistencia al imperio británico promovida por Ghandi en la India logró -sin ejercer la violencia y a través de las acciones mancomunadas del pueblo- la retirada del imperio y la independencia. El Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos consiguió el cambio de las leyes de segregación y el reconocimiento de la ciudadanía de los afroamericanos.
Existen otro tipo de ejemplos, tales como múltiples experiencias de educación alternativa capaces de formar individuos autoadministradores de su poder, tanto en Europa como en nuestra Latinoamérica. Como ejemplo recordamos las Escuelas Activas del Uruguay y la mesopotamia argentina en la década de los 30. Estas experiencias generalmente han sido combatidas y aplastadas por el poder institucionalizado apenas comenzaron a tomar relevancia social, por ser demasiado peligrosas para la estructura instituida.
El ejercicio directo del poder
Cuando los integrantes de una sociedad toman en sus propias manos el ejercicio de su poder individual y lo asocian horizontalmente al de los demás, aparecen como aglutinantes de la acción colectiva factores como la solidaridad, la fraternidad, el sentido del otro, que surgen de cada individuo y operan como valores colectivos. Piotr Kropotkin [7] mostró a principios del Siglo XX, como funciona esta asociación en las especies animales y en los hombres. Esta forma de asociar el poder convierte a los seres humanos en protagonistas a través de su participación directa (y no delegada) en el quehacer social. Tan avasallador es el poder asociado de esta manera, que no hay estructura represiva que pueda contenerlo.
El mejor ejemplo que podemos nombrar -dentro de la epopeya por la independencia de la India- es el episodio de la sal. El imperio inglés no permitía a los hindúes recoger sal de sus costas, debían comprar la sal que los británicos importaban. Entonces el movimiento de resistencia encabezado por Ghandi eligió un día determinado para que todos los hindúes fueran al mar a recoger sal. El ejército británico se vio desbordado por la desobediencia colectiva de millones de personas, sin capacidad para reprimir ni castigar a un número tan grande. El poder ejercido por el terror no pudo con el poder ejercido directamente por la gente.
Más aún, las dictaduras militares del Cono Sur en Chile, Argentina y Uruguay entregaron el poder a los civiles por el "desgaste" de sus regímenes. Este desgaste partió del hecho que los ciudadanos ya no creían en el poder de los militares. Los cañones y uniformes no pudieron enfrentar la convicción de los hombres comunes.
Participación y protagonismo
A partir de este análisis, vemos que ya nos es tan "utopica" la posibilidad de desarrollar sistemas de ejercicio directo del poder basados en la cooperación de los ciudadanos. Como hemos oído decir, otro mundo no es posible, es imprescindible.
La búsqueda de la toma del poder en la cima de la pirámide para realizar cambios sociales ha demostrado históricamente que sólo produce cambios relativos, al sustituir un grupo dominante por otro. Cambios de grado, pero no cambios profundos en la sociedad, que son los que la crisis general está reclamando. Es a partir de la promoción, el desarrollo y la diversificación de estos sistemas en los que la gente se organice, tome decisiones y resuelva sobre los asuntos que le conciernen (haciendo ejercicio de su poder) como comenzaremos a producir los cambios necesarios para una sociedad más solidaria y más humana.
El nudo del problema a considerar no es ya la toma del poder, sino la redistribución del poder en la sociedad. Los modos y formas necesarios para que los hombres y mujeres comunes sean quienes con sus acciones mancomunadas decidan el destino común.
Tendremos que demostrar con los hechos, que no sólo es posible que la gente se estructure en grupos horizontales autogestionarios, sino también que a partir de ellos es posible construir una nueva estructura social. Que será más equilibrada y más justa, ya que no existirán grupos administradores del poder que acaparen los logros sociales para su propio beneficio y dejen fuera a sectores importantes.
Y estos cambios vendrán dentro de la diversidad de visiones propia de los distintos grupos humanos. A lo largo de la historia se percibe como las estructuras verticales tienden a imponer su visión unidimensional y hegemónica. Quienes administran el poder admiten solamente su forma de ver del mundo y aún en aquellos regímenes que pudieran parecer más liberales y progresistas, se combaten y persiguen las perspectivas diferentes. Si algo estamos descubriendo -y ya era hora de hacerlo- es que se pueden realizar acciones sociales conjuntas junto a quienes tienen ópticas diferentes a la nuestra. Es que ya no existen verdades absolutas, cosmovisiones totalizadoras, sólo existen las diferentes visiones de distintos seres humanos y los elementos que tienen en común. Habremos entonces de cuidarnos muy bien no sólo de permitir, sino de alentar la existencia de enfoques múltiples entre aquellos que compartan la labor de intentar ir más allá de la realidad actual.
En el caso de nuestro país, la "democracia participativa y protagónica" tiene contenido a partir de estas consideraciones. Cuando el presidente Chávez habla de "empoderar al pueblo", está promoviendo (así lo creemos y esperamos) no sólo el mejoramiento de las condiciones de vida, sino la educación y promoción en autogestión, para que aquellos que han sido hasta ahora excluidos de la toma de decisiones se conviertan en protagonistas, forjadores de su propio destino.
[1] Arnold Toynbee, Estudio de la Historia (Compendio), Tomo II, Alianza Editorial, Madrid, 1970.
[2] Diccionario de la Real Academia Española, página Web http://buscon.rae.es/diccionario/drae.htm, Vigésima Segunda Edición, 2001
[3] Para referencias de este proceso, ver Industria Cultural y Sociedad De Masas, Daniel Bell y otros, Monte Ávila Editores, Caracas, 1969.
[4] El Miedo a la Libertad, Erich Fromm, Editorial Paidós, Madrid, 2000.
[5] Vance Packard, Las Formas Ocultas de la Propaganda, Hermes, México, 1998
[6] Anatomía de la Revolución, Clarence Crane Brinton, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
[7] Ayuda Mutua, Piotr Kropotkin, (1902) Editorial Americalee, Bs.As.,1959.
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