El fortalecimiento argentino de las relaciones económicas y políticas con el gobierno venezolano, acelerado luego del previsible fiasco de la Cumbre de Presidentes de Mar del Plata, ha provocado la santa indignación de la Casa Blanca y sus numerosos voceros esparcidos. Como era de esperarse estos no tardaron en poner el grito en el cielo reproduciendo, con tonos aún más severos y amenazantes, la voz de orden del imperio.
El fortalecimiento argentino de las relaciones económicas y políticas con el gobierno venezolano, acelerado luego del previsible fiasco de la Cumbre de Presidentes de Mar del Plata, ha provocado la santa indignación de la Casa Blanca y sus numerosos voceros esparcidos. Como era de esperarse estos no tardaron en poner el grito en el cielo reproduciendo, con tonos aún más severos y amenazantes, la voz de orden del imperio.
Quienes durante más de una década celebraron como una prueba de madurez de estadista la política menemista de las relaciones carnales con Washington –causante principal de la fenomenal crisis que se abatió sobre la Argentina entre 1998 y 2002- ahora se rasgan las vestiduras ante el acercamiento de la Casa Rosada al gobierno del Presidente Hugo Chávez. Si aquel disparate era una prueba de realismo y sensatez, se comprende que los publicistas del imperio caractericen al diálogo entre Buenos Aires y Caracas como una acabada muestra de resentimiento, ideologismo o nostalgia setentista. La derecha latinoamericana es de un repugnante servilismo pero hay que reconocerle su coherencia: refleja siempre con milimétrica precisión y en tiempo real las políticas del imperio, que nunca se equivoca al identificar a sus enemigos.
Como es sabido, los cruzados de la democracia y la libertad que sientan sus reales en el eje Washington-Nueva York y que enseñan magistralmente lo que significan esos conceptos en Irak y Afganistán, o con sus aviones cargados de prisioneros políticos despachados a distintos países en donde gobiernos considerados “democráticos” se encargan de torturarlos “legalmente”, han decidido que el gobierno de la revolución bolivariana pone en peligro la democracia en Venezuela y que cualquier aproximación al mismo, o a la Cuba de Fidel, convierte al recién llegado en cómplice de todos los males imaginables. Se ignoran premeditadamente los resultados de diversos sondeos de opinión pública realizados en toda América Latina: pese a los dichos de Washington Venezuela es, de lejos, el país en donde la población muestra los más altos índices de satisfacción con la gestión del gobierno y, a causa de eso, el lugar en el cual la idea misma de la democracia es más valorada por la ciudadanía.
¿Por qué debería la Argentina plegarse a una campaña de satanización del gobierno de Chávez? ¿No es acaso evidente que aquélla forma parte de una estrategia de construcción de “mentiras que parezcan verdades” -para usar la (in)feliz expresión de Mario Vargas Llosa-, falsedades como las que aseguraban que existían armas de destrucción masiva en Irak y animada por el propósito de crear un clima de opinión internacional que consienta la agresión a Venezuela ya planificada por la Casa Blanca? ¿O es que ignoran la existencia de los documentos oficiales diseñando el “cambio de régimen”, hacia la “democracia y el libre mercado”, en Cuba y Venezuela?
Si los ideólogos de la Casa Blanca dicen que los Estados Unidos son un imperio -¡admitiendo lo que la izquierda venía diciendo desde hacía más de medio siglo!-, ¿por qué plegarse a las políticas imperiales –como el ALCA, por ejemplo- suponiendo que ellas se inspiran en el afán de garantizar el bienestar y la felicidad de nuestros pueblos? ¿Hemos de creer en las palabras del presidente del Diálogo Inter-Americano, Peter Hakim, cuando acusa al gobierno de Venezuela de “no estar comprometido con los principios del libre mercado”? Hakim, que por un extravío de su juventud supo apoyar al gobierno de Allende (algo de lo cual seguramente prefiere no acordarse ahora) parece desconocer que esta actitud de Chávez no hace sino reflejar el generalizado repudio que tales principios suscitan en la región. Una reciente encuesta de Latinobarómetro en 18 países comprueba que sólo el 19 % de los entrevistados manifestó su satisfacción con la economía de mercado. No obstante ello Hakim se cree autorizado para sermonear a Chávez diciento que éste “no es alguien que tome muy en serio” la cláusula democrática del Mercosur. El Diálogo Inter-Americano sí, y nos ofrece una lección práctica de democracia al repudiar descaradamente la opinión del 81 % de la ciudadanía que no cree en el mito malsano del libre mercado. Democracia “American style”, que le dicen.
Chávez, la gran innovación de la política latinoamericana en las últimas décadas, propone un nuevo y esperanzador comienzo. Y a diferencia de la Casa Blanca sus palabras son respaldadas con hechos. Aquélla se llena la boca hablando del libre comercio y la democracia, pero se aferra ferozmente al proteccionismo y los subsidios, y socava con su accionar las precariaes democracias de la región. Chávez, por el contrario, respalda sus propuestas de unidad latinoamericana con políticas concretas, que muestran que el egoísmo desenfrenado de los mercados no es la única manera de organizar la economía internacional. Petróleo barato para los pequeños países de Centroamérica y el Caribe; acuerdos de genuina complementación industrial con Argentina y Brasil, beneficioso para los países y no para un puñado de monopolios; solidaridad efectiva con la Argentina al comprar nuestros bonos de la deuda; intercambio de energéticos por asistencia médica y medicinas con Cuba, y así sucesivamente. Chávez está abriendo un camino, que significa revitalizar el desfalleciente MERCOSUR y construir un orden económico regional más justo y equitativo, mientras que Bush, como el Shylock en el Mercader de Venecia, se empecina en obtener su libra de carne mientras sermonea a sus víctimas sobre las virtudes de la libertad. Sólo gobiernos insanablemente ineptos, cobardes y antipatrióticos podrían darle la espalda a las generosas iniciativas del líder bolivariano.
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