Aquella noche, Orianna Fallaci, al recibir el premio Ann Taylor, no vaciló en repetir la verdad con voz clara y fuerte: «Creemos que vivimos en democracia, pero de hecho vivimos en regímenes débiles movidos por el despotismo y el temor.» Los líderes occidentales están paralizados por el temor, tienen miedo a denunciar el aspecto nefasto de la charia islámica que los yihadistas quieren imponer al resto del mundo. En sus mentes, el temor a disgustarse con los musulmanes es mayor que el temor al suicidio nacional o civilizacional. Desde el 11 de septiembre, toda Europa sufre la oleada de un nuevo macartismo y los grandes inquisidores de la izquierda persiguen y mantienen callados a todos los demás. Y esos intelectuales hacen un daño fatal a la unidad, a la voluntad y a la identidad cultural de Occidente.
El terrorismo islámico no es el arma principal utilizada por los hijos de Alá en su guerra contra nosotros. No es más que un aspecto sangriento de esa guerra, pero no es el más pernicioso ni el más catastrófico. A largo plazo, para Occidente es mucho más peligrosa la inmigración descontrolada de musulmanes, que ya ha rebasado la cifra de 25 millones que han invadido a Europa (sin contar a los ilegales). Esta cifra se duplicará a partir de ahora y hasta 2016 y, como predijo tan acertadamente Bernard Lewis, dicho flujo masivo terminará por crear sin duda una Europa musulmana entre el presente y el año 2100.
Porque toda esta inmigración no ha ido acompañada de una integración o de una asimilación derivada de la opción voluntaria de los musulmanes. Todos los demás grupos de inmigrantes se han fundido en la civilización europea, excepto los musulmanes. Ellos ni siquiera se toman el trabajo de aprender a hablar nuestra lengua, sólo responden a las costumbres y reglas de la charia. No quieren aprender los valores europeos sino, por el contrario, imponernos sus propias costumbres y modos de vida. No quieren integrarse, quieren que nosotros nos integremos a ellos. El ejército del profeta ya no necesita guerreros, cuenta ya con los inmigrantes, acogidos con los brazos abiertos por tropas de multiculturalistas desviados. Los europeos son los futuros comanches, cherokees y sioux: «Se nos pondrá en reservas» explica Fallaci. De hecho algunos dirigentes musulmanes en Europa, confiados en su supremacía, consideran ya a los europeos no musulmanes como «pueblos indígenas» o «aborígenes».
¿Cómo reaccionar ante esta situación? ¿Entablar un diálogo con los líderes musulmanes? ¿Tratar de fortalecer el Islam moderado? Fallaci rechaza estas dos opciones. Los musulmanes no tienen intención alguna de ceder absolutamente nada a nadie ajeno a ellos y el Islam moderado no existe, es un invento de nuestras élites multiculturalistas, políticamente comedidas y flojas. Un musulmán moderado es alguien que no nos corta el pescuezo. Se viste como un occidental, pero no hace suyos los valores occidentales.
No hay Islam bueno o malo. Sólo hay Islam. Y el Islam es el Corán. Y el Corán es el Mein Kampf de dicho movimiento. El Corán exige el aniquilamiento o la sumisión del otro, exige la instauración de una dictadura en lugar de la democracia. Basta leerlo para constatar que todos los delitos que los hijos de Alá cometen contra ellos mismos y contra nosotros están referidos ahí. El futuro de nuestra civilización depende de que comprendamos esto y le opongamos resistencia.
«Fallaci: Warrior in the Cause of Human Freedom», por Robert Spencer, FrontPage Magazine, 30 de noviembre de 2005.
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