Ya sea a la derecha o a la izquierda del tablero político, estamos en presencia del surgimiento de un discurso de geometría variable según los países donde ciertos intelectuales franceses se expresan, pero cuya invariante sigue siendo propagar el temor al Islam y a los musulmanes. La estrategia consiste en ese caso en sacar provecho de cada buena ocasión que se presente para alimentar la sospecha contra los musulmanes. ¿Que la revuelta de los barrios no tenga mucho que ver con el Islam en Francia? ¡Poco importa! Siempre se puede sacar provecho de ello en el extranjero: eso es lo que hicieron Finkielkraut, Fourest, Lévy y la cadena Fox News en los Estados Unidos, titulando al pie de todas las imágenes provenientes de Francia «Revueltas musulmanas» (Muslim Riots).
El procedimiento es deshonesto y peligroso, pero lo menos que se puede decir es que funciona con éxito a nivel mundial. Más allá de las antiguas divisiones políticas, cada país cuenta con un número de analistas y comentaristas, de derecha y de izquierda, dispuestos siempre a establecer un vínculo entre las políticas de seguridad, la inmigración, las crisis sociales y el peligro del islamismo y de la radicalización. Los conceptos son vagos, las observaciones muy aproximativas pero el impacto es real. En Occidente se difunden los ingredientes que son la base de la teoría del «conflicto de civilizaciones». El mantenimiento del debate obsesivo sobre el Islam y las «comunidades musulmanas» que se presentan como «inintegrables», de un islamismo con contornos difusos e indefinidos pero fuente de todos los peligros, de una inmigración concebida como fundamentalmente invasora asociada a un discurso simplista y exclusivo sobre «nuestra-civilización-que hay que-proteger» ofrecen una legitimidad a los discursos más alarmistas.
Si miramos de cerca, se hace evidente que los propagadores de esas teorías provienen de horizontes políticos a veces totalmente opuestos y tienen agendas muy diferentes, pero intereses comunes en cuanto al hecho de hipertrofiar a ese «nuevo enemigo» que es la figura del «musulmán-en-quien-no-se-puede-confiar». Algunos, a escala global, se aprovechan de ese conflicto de civilizaciones para justificar las locuras de los gastos en armamento y de los conflictos; otros, temen la voz de esos nuevos musulmanes occidentales que podrían ser demasiado escuchados en sus denuncias de dictaduras, su apoyo a la causa palestina y su crítica a la política israelí; otros, todavía creen en un Islam monolítico que conciben como un peligro para Occidente y su cultura, la laicidad, los derechos humanos y de la mujer; otros también proyectan en las estadísticas relativas a las poblaciones y a las migraciones el temor a una colonización silenciosa; y, finalmente, algunos que predicen la muerte de Dios, ven poblarse sus ciudades de mujeres y hombres que se arrodillan...
El discurso de rechazo del otro, que era el patrimonio de los partidos de extrema derecha, se ha normalizado en Occidente. Estamos ante un nuevo racismo que habrá que destruir tanto en su argumento como en sus legitimaciones; habrá que enfrentarlo con las armas de la racionalidad y del derecho; será imperativo resistírsele en nombre de los valores universales comunes y de la ciudadanía compartida. Tanto unos como otros tendrán que admitir la autocrítica (y los musulmanes al igual que los demás); habrá que osar denunciar los poderes y privilegios; revelar el doble rasero que, en nombre de una mentirosa defensa de los grandes ideales europeos, minan los fundamentos de la Europa del respeto de los derechos, la dignidad y el pluralismo.

Fuente
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«Des vérités qui peu à peu se révèlent», por Tariq Ramadan, Oumma.com, 30 de noviembre de 2005.