El año pasado describí en detalle cómo los neoconservadores (en equipo con sus amigos y aliados del Likud israelí) habían participado directamente en la labor de preparar la mentalidad de la gente para la invasión a Irak. Si analizamos la hipótesis según la cual los neoconservadores siguen esa misma pauta para atacar a Irán, ¿en qué hechos podemos basarnos? Este problema se inserta en tres realidades políticas que definen el medio institucional e ideológico del neoconservadurismo estadounidense contemporáneo y su repercusión en las relaciones con Irán.
En primer lugar, la «guerra global contra el terrorismo» y la doctrina de acción preventiva del gobierno de Bush han llegado a constituir los dos pilares principales de la política exterior estadounidense, que defiende el empleo de la fuerza militar contra adversarios potenciales incluso cuando estos no amenazan de manera directa o inmediata a los Estados Unidos. Para Norman Podhoretz, redactor jefe de la influyente revista neoconservadora Commentary entre 1960 y 1995, la «guerra global contra el terrorismo» es simplemente una manera de definir «un nuevo tipo de misión imperial para los Estados Unidos, cuyo objetivo es favorecer el surgimiento en el Medio Oriente de gobiernos que se caracterizarían por brindar más apoyo a los valores occidentales que el brindado por los regímenes despóticos existentes allí en la actualidad». Tras la caída de Bagdad, explica Podhoretz, «la lógica política y militar será que nos veamos obligados, poco a poco, a derrocar cinco, seis o siete regímenes tiránicos más en el mundo musulmán». La doctrina de acción estratégica preventiva anunciada en 2002 por Bush es la justificación política de ese plan. El país debe «enfrentar, mediante la fuerza militar si fuese necesario, a los regímenes malvados que no respetan las leyes internacionales». En Washington todo indica que Irán figura en la lista del próximo ataque, tal como lo muestra la directiva presidencial secreta hecha pública por el Washington Post.
El segundo hecho de importancia es la característica constante de toda estrategia neoconservadora que consiste en desacreditar todo proceso democrático, por muy débil que sea, en el país que está en la mirilla de ataque con el objetivo de socavar el poder diplomático del Estado en cuestión. En Irán las elecciones son calificadas por Michael Ledeen del American Entreprise Institute como «teatro de sombras chinescas, una representación cómica llevada a escena para engañarnos e impedir que apoyemos a las fuerzas que buscan un cambio verdadero en Irán». Para Kenneth Timmerman, en un artículo ampliamente difundido por la prensa internacional, la participación del electorado iraní es insignificante y los candidatos no cuentan dado que fueron «evaluados y seleccionados por los mulahs». Nir Boms, vicepresidente del Center for Freedom in the Middle East y ex oficial de enlace en la Embajada de Israel en Washington, Elliot Chodoff, general del Ejército israelí y Abbas Milani o Michael McFaul, que dirigen el Project on Iranian Democracy de la Hoover Institution publican regularmente artículos tergiversadores en ese sentido.
El tercer pilar es la organización American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) que desde hace año y medio ha hecho de la cuestión nuclear iraní su principal caballo de batalla entre los políticos estadounidenses. En mayo de 2005, en la mayor conferencia de su historia, la AIPAC presentó un espectáculo de multimedia, montado por los ingenieros de Walt Disney, con el objetivo de mostrar los avances y los peligros del programa nuclear iraní. La AIPAC financia un ejército de think tank y grupos de presión que buscan un cambio de régimen en Irán, por ejemplo, la Coalition for Democracy in Iran (CDI) o el Committee for the Present Danger. Mientras que unos apoyan a los monárquicos en torno a Reza Pahlavi, el Iran Policy Committee (IPC) cabildea a favor de la Mujahedin e-Khalq (MEK) una organización que, sin embargo, es considerada como terrorista por Estados Unidos y Europa. Obtuvieron una asignación de tres millones de dólares en el presupuesto de 2005 aprobado por el Congreso norteamericano.
Los activistas neoconservadores plantean la explicación del conflicto que preparan en una presentación personal de las relaciones internacionales. La enmarcan en instituciones (por ejemplo, el Project for a New American Century); en el lenguaje que será enseguida utilizado y difundido por los medios masivos de comunicación hasta el punto de convertirse en un lugar común (por ej. «El Eje del Mal»); en frases acuñadas que tergiversan el problema (por ej., «¿Por qué ellos nos odian?»); y, por último, la enmarcan en doctrinas por lo general legitimadoras (por ej., la acción preventiva). Esta estrategia transforma a los demás países en simples variables reemplazables. La acción preventiva y la «guerra contra el terrorismo» se vuelven conceptos versátiles y útiles para todo que permiten legitimar cualquier acción militar en un plano global. Todos los conflictos locales no son más que episodios del mismo proyecto neoconservador, la «Cuarta Guerra Mundial» inventada por Eliot Cohen y difundida por James Woolsey. Incluso cuando logremos impedir una crisis, los neoconservadores estadounidenses estarán ya planificando la siguiente. El neoconservadurismo estadounidense se define por la guerra, una guerra llevada a cabo por numerosos medios. De las fuerzas de paz depende lograr detener una doctrina tan corrupta.
«After Babylon, Persia», por Arshin Adib-Moghaddam, AntiWar.com, 4 de enero de 2006.
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