En tres años de ocupación de Irak, las mentiras, las semiverdades y el ocultamiento de los hechos se han convertido en asuntos cotidianos para los observadores occidentales. Para los iraquíes, la preocupación primordial es la supervivencia o desaparición de su país, dividido en tres partes.
Hoy, los poemas de Mohammed Mahdi Al-Jawahiri, hijo de un clérigo chiíta, en los que se exalta la nación iraquí, parecen antiguos. De hecho, la ocupación estadounidense depende del apoyo de los partidos políticos chiítas y sobre todo del Consejo Supremo de la Revolución en Irak, de Alí Sistani, el instrumento de Irán en Irak. Fue Sistani quien disuadió a los chiítas y a Moqtada Sadr de participar en la insurrección contra las fuerzas de ocupación. Thomas Friedman del New York Times propuso que Ali Sistani recibiera el premio Nobel de la Paz.
Si los chiítas hubieran resistido a la ocupación, ésta se hubiera terminado desde hace tiempo. Los iraníes no se opusieron a la caída de los talibanes ni a la de Sadam Husein, pero llevan a cabo un juego peligroso. Si los nacionalistas y partidarios del Baas no se hubieran opuesto a la invasión, el plan de cambio de régimen en Teherán estaría mucho más avanzado de lo que está ahora. Los iraquíes que más se beneficiaron con el ataque estadounidense fueron los kurdos, minoría oprimida que ha pasado a ser opresora y que aceptaría perfectamente ser un protectorado occidental luego de haberse anexado los campos petroleros de Kirkurk.
Sin embargo, si la unidad chiíta garantizada por el clero se fragmentara, o si Irán considerara que un Irak independiente es mucho más de su interés, todo podría cambiar. Por el momento, el petróleo iraquí es explotado por intereses privados, pero esta explotación no puede continuar sin la presencia de tropas extranjeras.
«Iraq’s destiny still rests between God, blood and oil», por Tariq Ali, The Guardian, 16 de enero de 2006.
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