Sin ninguna duda, América Latina está experimentando las tensiones derivadas de profundas demandas de cambio. El triunfo en las elecciones bolivianas del candidato que más encarnaba esas demandas de cambio, Evo Morales, constituye el ejemplo más reciente de ello. Eso ha planteado interrogantes. No es la primera ni la última vez que la región sufre ese tipo de tensiones, y para comprender el movimiento actual es útil mirar hacia atrás, especialmente cuando se aproxima la cumbre de jefes de Estado latinoamericanos y europeos.
Hace un poco más de 20 años, hubo en la región tres grandes corrientes de cambio: la democratización, iniciada en Ecuador en 1978; las reformas económicas iniciadas después de la crisis financiera mexicana de 1982 y los conflictos revolucionarios, especialmente en la América Central, que fueron uno de los puntos culminantes de la Guerra Fría. Los países suramericanos desempeñaron un papel decisivo en la solución de esos conflictos, aunque no puede pasarse por alto el papel desempeñado por Europa. François Mitterrand y su canciller Claude Cheysson, además de Felipe González desarrollaron en América Latina una política diferente a la de los Estados Unidos. El final del gobierno de Helmut Schmidt no cambió las cosas.
Ese movimiento y las negociaciones de paz organizadas en conjunto por los países latinoamericanos demostraron a los Estados que participaban en dicho proceso que tenían un importante margen de maniobra. Actualmente, ante las desigualdades sociales causadas por las reformas económicas, esa capacidad de movilización debe aumentar más aún. Sobre eso deberá reflexionarse en la próxima Cumbre con la Unión Europea.
«¿Es todo nuevo en América Latina?», por Enrique V. Iglesias, El País, 14 de enero de 2006.
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