Tras la muerte de Milosevic, los medios de los grandes grupos de prensa han silenciado hechos que también ignoraron en vida de éste, como su profundo conocimiento de los crímenes de guerra cometidos por los Estados Unidos en Yugoslavia. Si bien Milosevic era sin lugar a dudas un criminal de guerra que mereció ser juzgado por sus crímenes, era igualmente el único hombre capaz de exponer con lujo de detalles y en toda su magnitud el papel desempeñado por los Estados Unidos en la sangrienta desintegración de Yugoslavia durante los años 90. Esto fue su principal motivación de combate en el TPI hasta su muerte.
El TPI, un mal sustituto de corte internacional, más próximo a un tribunal de vencedores que de justicia, habría podido permitir, a través del caso Milosevic, que salieran a la luz los detalles del bombardeo ilegal a Yugoslavia por parte de la OTAN y los Estados Unidos, durante 78 días, en 1999. Regularmente amordazado por aspectos de procedimiento planteados por la corte, Milosevic trató varias veces de hacer debatir estas cuestiones. Con su muerte desaparece la última esperanza de las víctimas de dichos crímenes en Yugoslavia de obtener algún día, si no reparación, al menos reconocimiento ante la justicia internacional.
La muerte de Milosevic significa que los que bombardearon Yugoslavia durante 78 días hace siete años, matando a miles de personas, serán de una vez y por todas protegidos frente cualquier investigación pública. Nadie tendrá que responder nunca por el bombardeo estadounidense a la radiotelevisión serbia, que mató a 16 periodistas y técnicos. Idem para los bombardeos con bombas de fragmentación del mercado de Nis, que masacró a civiles inocentes. Lo mismo para la utilización de armas de uranio empobrecido o para los bombardeos a las plantas petroquímicas y que provocaron el vertimiento de productos tóxicos al Danubio. No habrá condena por el bombardeo a los albaneses realizado por los Estados Unidos o por el ataque deliberado a un tren civil de pasajeros, o por el bombardeo de la embajada china en Belgrado.
Milosevic habría expuesto igualmente cómo los Estados Unidos apoyan en Kosovo a un régimen que expulsó sistemáticamente a los serbios, roms y otras minorías étnicas de sus casas y quemó una buena cantidad de iglesias. Habría probado que los Estados Unidos equiparon y formaron al Ejército de Liberación de Kosovo, cuyo comportamiento fue el de un escuadrón de la muerte; o cómo el nuevo primer ministro de Kosovo, Agim Ceku, es un criminal de guerra formado por Estados Unidos y que ganó sus infames galones en Bosnia y Kosovo.
Es una ironía que la última batalla legal de Milosevic haya sido el intento de que su viejo amigo y adversario, Bill Clinton, testificara en su proceso. No hay dudas de que habría hecho preguntas incómodas a quien dirigiera los Estados Unidos durante esta guerra. Las autoridades jurídicas de La Haya hicieron todo lo posible para que tal confrontación no tuviera nunca lugar y el gobierno de los Estados Unidos llegó a amenazar con sanciones militares a cualquier país que obligara a un funcionario estadounidense a testificar ante este tribunal. Con o sin Clinton, la defensa hubiera puesto en evidencia y documentado detalladamente los crímenes de guerra cometidos por los Estados Unidos.
«[Rest Easy, Bill Clinton: Milosevic Can’t Talk Anymore->http://www.antiwar.com/orig/jscahill.php?articleid=869», por Jeremy Scahill, Antiwar.com, 14 de marzo de 2006.
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