¿A quién le creemos? A Mercedes González, de la Comisión de Libertad de Prensa e Información de la SIP, que tuvo su reunión anual en Quito, y dice que en los dos últimos semestres no se presentó ningún asesinato de periodistas por razones del ejercicio profesional en Colombia, o al Comité Ejecutivo dela Federación Latinoamericana de Trabajadores de la Comunicación Social (FELATRACS), que documenta tres casos de comunicadores colombianos muertos en el último año a raíz de su trabajo. O a la Fundación para libertad de Prensa que reseña dos asesinatos, uno en Cúcuta y otro en Tulúa, aunque no se atreve a asegurar ni a descartar que hayan sido motivados por prácticas periodísticas.
Es decir, ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. Así andamos. Y todo ello sin tener en cuenta a Gustavo Rojas Gabalo, que murió este martes luego del atentado que sufrió el 4 de febrero en Montería. Con razón no hay nadie judicializado por estas razones, ni por las 16 violaciones a la libertad de expresión que han ocurrido en lo que va corrido de 2006, ni por las treinta amenazas en el último año, ni por los cinco comunicadores que debieron salir de sus regiones en el mismo lapso, ni por los tres periódicos regionales signados por las amenazas.
En lo que sí parecen estar de acuerdo todos, es que el principal enemigo de la libertad de prensa es el crimen organizado en todas su modalidades y con todas su fachadas; aunque también hay acoso judicial, es decir, multiplicación de demandas penales y civiles contra medios y comunicadores. Con razón los colombianos aparecen inscritos en el mapa de riesgo en América Latina. Los responsables, según la Sociedad Interamericana de prensa son el paramilitarismo y los corruptos en relación con el proceso electoral, lo que en algunos casos es lo mismo. Su informe también habla de gobernantes intolerantes o legisladores represivos, que sueñan con callar a la prensa, y de sistemas judiciales utilizados para reprimir y perseguir a los periodistas.
Claro, las consecuencias directas son: periodistas en el exilio, periodistas amordazados, periodistas autocensurados (es decir, que no dicen lo que saben); y una nueva versión de comunicadores: reporteros que no preguntan, porque según ellos, para acallar la conciencia a veces es mejor no saber. En esas estamos. Debe ser por eso que nadie conoce con exactitud las cifras.
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