Es muy difícil establecer pronósticos sobre las reales intenciones de los protagonistas políticos en cuanto a la cuestión iraní a partir de sus encendidos discursos. La indecisión perceptible en los editoriales y la ausencia de una preparación masiva de la opinión pública para un conflicto sólo pueden incitar a la prudencia. En la actualidad existen dos escuelas entre los analistas: para unos, ha comenzado la preparación militar y psicológica que conduce a un conflicto. Para otros, no habrá ataque a Irán. Por el contrario, los antiguos agentes del Irangate, hoy en el poder en Washington, habrían reanudado relaciones con sus amigos de Teherán.
Ya hemos estudiado en anteriores ediciones la forma en que la prensa dominante occidental presenta la «crisis iraní» (designación que induce a pensar en una culpabilidad de Irán en las tensiones relacionadas con dicho país). Mediante una mezcla de acusaciones acerca de violaciones de los derechos humanos en la República Islámica, ambición nuclear y de provocaciones verbales del presidente Ahmadineyad, los medios masivos de comunicación fabrican para sus lectores la imagen amenazadora de un Estado enemigo. Esta estrategia de satanización ofrece un grupo de justificaciones para aprobar sanciones contra Teherán; constituye una argumentación poco convincente, pues el hecho de no ser una democracia liberal no significa ser peligroso, y porque los avances en materia de derechos humanos en Irán, aunque insuficientes, felizmente son más rápidos que en Bagram o Guantánamo.
Cuando estudiamos la satanización mediática de Irán, vimos que se trataba de un proceso muy similar al que había precedido al desencadenamiento de la invasión a Irak. Irán está acusado de los mismos crímenes: relación con «el» terrorismo, amenaza para Israel y para «Occidente», fanatismo de los dirigentes imposible de razonar, voluntad de desarrollar un arsenal de los más peligrosos, graves violaciones de los derechos humanos, etc. Sin embargo, también habíamos señalado una diferencia fundamental: las repetidoras tradicionales de la administración Bush y de los círculos norteamericanistas, es decir, los partidarios de la Pax Americana, en su mayoría evitaban llegar al llamado explícito a una intervención militar. Entonces nos interrogábamos sobre la posibilidad de un desarrollo futuro de este discurso, necesario para el consentimiento de la opinión pública en lo tocante a una operación militar, o acerca de si esta ausencia de llamado a la guerra indicaba una indecisión de las élites norteamericanistas sobre la finalidad de la crisis.
Es necesario señalar hoy que la preparación psicológica de la población occidental para la guerra contra Irán no ha alcanzado aún el nivel de los meses anteriores a la guerra contra Irak.
Durante estos últimos días, las encuestas del New-Yorker y del Washington Post sobre la eventualidad de un golpe nuclear estadounidense contra Irán han llevado a los editorialistas a volver a la carga sobre la pertinencia de una intervención. Hemos leído tribunas más dirigidas hacia un ataque aéreo, pero la propaganda en este sentido permanece limitada. Irán, por su parte, no ha interpretado estas informaciones como una amenaza contraria al derecho internacional, sino como una operación de intoxicación con el objetivo de intimidarlo.
Los expertos mediáticos norteamericanistas se muestran sutilmente amenazadores.
La directora de Asuntos Estratégicos del Comisariado para la Energía Atómica y miembro del Consejo de Vigilancia de la célula europea de la Rand Corporation, Thérèse Delpech, siembra la alarma en Le Figaro: Irán está más próximo de lo que se cree de la adquisición del arma atómica. Lamenta la incapacidad de las autoridades de la ONU para frenar el desarrollo del armamento nuclear iraní, del que no duda. En estas condiciones, se justificaría un ataque israelí a Irán y los diplomáticos podrían ser reconocidos como los únicos responsables debido a su incapacidad para solucionar la crisis.
El estratega del Pentágono, Edward N. Luttwak, afirma que es posible, contrariamente a lo que pretenden algunos «escépticos» (corriente de pensamiento cuyos miembros no identifica) destruir en una noche el programa nuclear iraní. En efecto, un ataque aéreo no debería arrasar todas las instalaciones nucleares, sino únicamente aquellas cuya reconstrucción tomaría años o que sería imposible reconstruir teniendo en cuenta la vigilancia internacional. Esta sugerencia, publicada en el diario Ha’aretz, es presentada como un simple aporte al debate político y no como un apoyo explícito a un golpe aéreo contra Irán. Esto significa olvidar que Luttwak tiene doble nacionalidad –israelí y estadounidense–, que es un renombrado historiador del Tsahal y que parece haber desempeñado un papel en la Operación Ópera: el 7 de junio de 1981, los F-16 israelíes bombardeaban el reactor nuclear Osirak, construido por los franceses en Irak. Así, el lector podrá interpretar esto como una invitación a lo mismo.
Para fortalecer su argumento, Luttwak subraya que Irán no tendría mayor capacidad para reconstruir sus instalaciones nucleares de la que tiene para desarrollar sus refinerías, al punto que es importador de gasolina mientras es gran exportador de petróleo. Observemos que si se prolonga este razonamiento, podemos preguntarnos cómo Irán estaría apto para construir una bomba atómica sin que siquiera pueda desarrollar una infraestructura tan vital como refinerías.
Como quiera que sea, no hay cómo disertar sobre la posibilidad evidente de causar graves daños a las instalaciones nucleares iraníes. La verdadera cuestión para los estrategas reside en evaluar la capacidad de respuesta iraní, la que no permitieron ver con claridad los ejercicios navales «Gran Profeta» que acaba de realizar Irán. Teherán pretendió haber probado tantas armas extravagantes que los observadores sospechan de ese alarde: el misil balístico fantasma Fajr-3, el misil antiaéreo termodirigido Misagh-1, el misil tierra-mar Kowsar para búsqueda de objetivos, el navío-hidroavión de gran velocidad, el torpedo Hout superpropulsado.
Por su parte, el director ejecutivo de la organización atlantista German Marshall Fund, Ronald Asmus, no cree en la eficacia de un ataque aéreo. En el Washington Post, propone que «Occidente» organice la contención de Irán. Para que esto sea eficaz, es necesario que su brazo armado, la OTAN, se reorganice en dirección del Medio Oriente e integre a Israel en su seno. Teniendo en cuenta las conclusiones del autor, no sabemos si Asmus se preocupa realmente por Irán o ve en este «adversario» un cómodo pretexto para apoyar una ampliación de la OTAN, reclamada por los círculos atlantistas desde hace tiempo.
La prensa árabe no parece dudar en cuanto a la ocurrencia de la guerra. El periodista y poeta jordano, Mohamed Nadji Amaira, expresa su convicción en Alwatan y le preocupan sobre todo la posición de lo países árabes en el conflicto y las repercusiones regionales. Fiel a la línea de numerosos editorialistas árabes, su artículo está marcado por la hostilidad hacia Estados Unidos, visto como el aliado del enemigo sionista, pero también por una hostilidad hacia los iraníes, estigmatizados por sus provocaciones.
Por la parte iraní, se denuncia una voluntad occidental de impedir el desarrollo económico y energético del país al privarlo de un recurso nuclear legítimo desde el punto de vista del derecho internacional.
En el New York Times, el embajador iraní en la ONU, Javad Zarif, recuerda las grandes líneas de la justificación internacional sobre la política nuclear iraní. La elección del periódico no es anodina ya que el diario neoyorquino es la referencia de los diplomáticos de la ONU. Zarif recuerda que el programa iraní es pacífico, que no existen pruebas de un desarrollo militar, que las instancias religiosas del país se oponen a la fabricación del arma atómica y que Irán no ha invadido o atacado a ningún país en 250 años. Este texto es publicado también por el diario árabe Asharqalawsat.
Es muy difícil establecer pronósticos sobre las reales intenciones de los protagonistas políticos en cuanto a la cuestión iraní a partir de sus encendidos discursos. La indecisión perceptible en los editoriales y la ausencia de una preparación masiva de la opinión pública para un conflicto sólo pueden incitar a la prudencia. En la actualidad existen dos escuelas entre los analistas.
Para unos, ha comenzado la preparación militar y psicológica que conduce a un conflicto, y las tribunas de analistas como Luttwak constituyen una señal precursora. En este caso, gradual y quizás rápidamente, se iría subiendo el tono. Ya en Estados Unidos, los círculos fundamentalistas cristianos, que apoyan el sionismo por razones teológicas, y sus muy influyentes redes radiotelevisivas, afirman que Ahmadineyad es el Anticristo que quiere destruir Jerusalén e impedir el retorno de Cristo. Es el tema de una obra que ocupa actualmente el segundo lugar de ventas en librería: Jerusalem Countdown. Es también el enfoque defendido por la organización Christian United for Israel (CUFI), una red de iglesias evangélicas que el diario israelí Ha’aretz ve como un lobby pro israelí más poderoso que el AIPAC.
Sin embargo, otros analistas consideran que no habrá ataque a Irán. Por el contrario, los ex agentes del Irangate, hoy de vuelta al poder en Washington, habrían reanudado los contactos con sus amigos iraníes. Retomando los viejos hábitos, armarían secretamente a Irán para presionar a Rusia por su flanco sur, hipótesis apoyada por la prisa rusa para encontrar una salida a la crisis favorable a los iraníes, y sobre todo por la evidente influencia moderadora de Teherán junto a la Resistencia iraquí.
El responsable de la estrategia económica para la compañía de gestión de valores Lord Abbett, Milton Ezrati, no cree en el éxito de la bolsa petrolera en euros cuya próxima apertura es anunciada por Teherán (ver nuestro Enfoque de hoy). En el Christian Science Monitor, considera que esta herramienta, concebida para debilitar el dólar, no tiene muchas posibilidades de lograr su objetivo. Se interroga sobre la voluntad de los inversionistas para emprender este camino (es decir, desafiar la Reserva Federal norteamericana). Sobre todo, ignorando el éxito de la zona franca de la isla Kish, duda de la capacidad iraní para crear una plaza financiera atractiva.
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