ANTONIO MARTORELL, exposición Quijotextos, República Dominicana, 2005

La cooperación Sur-Sur ha sido en gran parte desatendida
y ocupa una esfera marginal en la cooperación
internacional. Aunque fueron aprobados muchos proyectos
y otras tantas recomendaciones en varios foros de las
Naciones Unidas, por ejemplo en el Plan de Acción de
Caracas, suscripto por los estados miembros del Grupo de
los 77 y China en mayo de 1981, muchos de los objetivos
no fueron alcanzados.
Una serie de razones contribuyeron a este estado de
cosas, incluyendo la falta de interés por el potencial de la
cooperación Sur-Sur en los países en desarrollo, pero también
las condiciones objetivas, como la ausencia de lazos
tradicionales, la existencia de tensiones políticas, la carencia
de infraestructuras, la poca complementación entre economías
aún subdesarrolladas, el proteccionismo, la falta
de instituciones de apoyo y el hecho de que sencillamente
se mira hacia el Norte y se mantienen fuertes vínculos con
las ex metrópolis coloniales y con los socios tradicionales
en el mundo desarrollado.

Algunos importantes países del Norte a menudo ven
la cooperación Sur-Sur a través de la óptica de la Guerra
Fría y la consideran como una amenaza del Sur que podría
conspirar conjuntamente contra ellos en la arena
multilateral, así como tratar de debilitar los lazos coloniales
de dependencia con ellos por medio de estrategias de
"auto-confianza colectiva". Asimismo, esos países consideran
que la cooperación Sur-Sur puede engendrar un potencial
competidor en los mercados nacionales, regionales
y globales y en cuanto a las oportunidades de inversión.
Como resultado de esas prevenciones, ha habido poca o
nula ayuda del Norte para la cooperación Sur-Sur.

De hecho,
tal cooperación a menudo es desalentada o incluso
socavada, por ejemplo en los casos de las tentativas de integración
regional o en las iniciativas de países en desarrollo
para negociar metas compartidas en la arena mundial.
El momento es propicio no sólo políticamente sino
también porque las posibilidades para la cooperación Sur-
Sur se están multiplicando y diversificando y esto debería
ser visto como beneficioso no sólo para el desarrollo sino
incluso para las relaciones internacionales en general y
para la paz mundial.

Cerca de 5.000 millones de personas viven actualmente
en los países en desarrollo. Ellas tienen el derecho a
una existencia decente y provechosa. Ellos producen y
consumen. Constituyen, además, la abrumadora mayoría
de la fuerza intelectual del mundo, que representa el recurso
clave en la sociedad del conocimiento y de la información
del siglo XXI. Los niveles de vida y los patrones de
producción y consumo que esas personas adopten constituyen
la clave para las perspectivas de desarrollo sustentable
en el planeta Tierra. Ellas no estarán más en la periferia
de la comunidad internacional y se convertirán progresivamente
en una parte central de la misma. El camino a
recorrer para que ello se concrete requiere que se logren
tanto una mayor cooperación mutua como lazos más estrechos
entre los países en desarrollo. A tales efectos será necesario
lo siguiente:

 promover objetivos compartidos, incluyendo los
vinculados con la democratización de las estructuras y de
los procesos multilaterales y con la nivelación de los
asimétricos campos de acción que actualmente colocan a
esos países en desventaja y estorban sus procesos de desarrollo;
 enfrentar conjuntamente a desafíos compartidos, incluyendo
la administración y el uso del espacio y de los
recursos ambientales;
 abrir nuevas oportunidades para el desarrollo;
 ejercer su poder e influencia colectivos para orientar
los asuntos mundiales y para ser liberados de su tradicional
dependencia y marginalidad frente a los centros de
poder.

La cooperación Sur-Sur significa mayor autoconfianza
y una ampliación de las opciones. Ello está comenzando
a ocurrir en una serie de campos, demostrándose así
que con los recursos y las capacidades necesarias en las
manos, con un ambiente que lo permita y fundamentalmente
con resultados beneficiosos, la cooperación Sur-Sur
puede florecer. Esfuerzos para la apertura de caminos tales
como ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina)
para expandir la cooperación entre América Latina,
China e India en una serie de campos de vanguardia, o los
muchos esquemas cooperativos en África, incluyendo aquellos
que se ocupan de la seguridad regional, son indicativos
de la nueva y promisoria frontera a alcanzar en las
próximas décadas.

Tal cooperación será el instrumento para superar los
obstáculos que se oponen al desarrollo y las fracturas Norte-Sur que continúan alimentando las relaciones desiguales
y los disensos entre los países desarrollados y en desarrollo
en el escenario mundial, además de amenazar la paz
y la estabilidad.