El MERCOSUR está en crisis, la CAN amenaza fragmentarse, el ALBA aún no es una alternativa y la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN) no levanta vuelo. El TLC entre Ecuador y Estados Unidos entró en un impasse luego del levantamiento indígena de marzo y el Gasoducto del Sur parece encaminarse hacia su concreción. Vivimos un momento de inflexión en la relación de fuerzas continental, pero no resultan claras las fuerzas motrices de una integración alternativa.
La derecha continental está de fiesta. Ante la grave situación que atraviesan las relaciones de Argentina y Brasil con sus socios Paraguay y Uruguay, un editorial de La Nación de Buenos Aires (27 de abril) se pregunta: “¿Se trata de la extinción lenta del MERCOSUR? Es, en todo caso, una imagen que se parece demasiado a la muerte?”, concluye Joaquín Morales Solá.
En el arco opuesto del espectro político, el presidente venezolano Hugo Chávez se felicita por la crisis. “La CAN no está en crisis. Está muerta”, dijo durante la reunión de presidentes de Sao Paulo. Chávez decidió que su país abandone la CAN porque considera incompatible la pertenencia a la alianza con la firma de TLCs con Estados Unidos, como lo hicieron Colombia y Perú. Añadió que el MERCOSUR camina hacia su extinción, y se mostró satisfecho por ambos tropiezos. En opinión de una parte considerable de la izquierda continental, entre los que se incluye el propio Chávez, la crisis de los acuerdos ya existentes como la CAN y el MERCOSUR es positiva ya que permitirá un rediseño más amplio y abarcativo de la integración regional. En su lugar, consideran que el Gasoducto del Sur (que unirá a Venezuela, Brasil y Argentina y luego a los demás países del subcontinente) será la “locomotora” de una integración regional que puede tener como punto de referencia la Alternativa Bolivariana (ALBA).
Crisis diferentes
Sin embargo, conviene matizar algunas cuestiones. La crisis de la CAN y la del MERCOSUR obedecen a razones muy diferentes. La primera es víctima de la tenaza estadounidense que consiguió someter a los gobiernos de Alvaro Uribe y Alejandro Toledo, y casi consigue hacerlo con el titubeante Alfredo Palacio, si no se hubiera interpuesto el vigoroso levantamiento indígena de marzo liderado por la CONAIE. Venezuela tiene razón en apuntar que no es compatible la pertenencia a la CAN y la firma de TLCs con Estados Unidos. Evo Morales parece marchar en la misma dirección al reclamarle a Colombia y Perú la suspensión de los tratados. Para agregar confusión al cuadro, Bolivia, Venezuela y Cuba se aprestan a firmar el Tratado Comercial de los Pueblos (TCP) con arancel cero para los productos de sus países. Con ello se concreta un nuevo eje que gira en torno al dinamismo de Caracas y La Habana al que se suma ahora Bolivia.
La crisis del MERCOSUR, en cambio, es bastante más compleja. Por un lado aparecen las graves asimetrías entre los socios mayores (Brasil y Argentina) fruto de 20 años de neoliberalismo, que no podrán zurcirse en el corto plazo. A ellas se suman los problemas con los socios menores (Paraguay y Uruguay), que sienten que sus intereses son dejados de lado por los grandes países. Esta situación de creciente tensión llegó al clímax con la minicumbre de Asunción, en la que los presidentes de Bolivia, Paraguay, Uruguay y Venezuela acordaron -la tercera semana de abril- la construcción de un gasoducto que no pasaría por Argentina ni Brasil. ¿Un delirio? Probablemente, pero un delirio que refleja el profundo malestar existente y el fondo de una crisis a la que no se le encuentra salida.
Lula, Kirchner y Chávez decidieron el 26 de abril darle un empujón al Gasoducto del Sur y, como forma de resolver los conflictos, invitarán a todos los países sudamericanos a integrarse al proyecto. El presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, en los mismos días realiza esfuerzos por firmar un TLC con Estados Unidos, mostrando su paulatino pero firme alejamiento del MERCOSUR pese a la sintonía política con los presidentes vecinos. La crisis con Argentina motivada por la instalación de dos grandes fábricas de celulosa en Uruguay -que profundizan el modelo neoliberal bajo un gobierno de izquierda- son apenas la gota que desborda el vaso, pero no son en absoluto la causa de fondo de la crisis de la alianza comercial.
¿Es posible la integración?
En las declaraciones efectuadas al finalizar la reunión de Sao Paulo con Kirchner y Lula, Chávez aseguró que el Gasoducto del Sur “debe ser la locomotora de una proceso nuevo de integración, cuyo objetivo sea derrotar la pobreza y la exclusión”. El gasoducto unirá Puerto Ordaz en Venezuela con Buenos Aires, tendrá unos 10 mil kilómetros de extensión, un costo que oscila entre 20 y 25 mil millones de dólares y se comenzará a construir entre 2007 y 2009 para estar finalizado una década después. El proyecto despierta críticas variadas, desde los que consideran que se trata de una inversión exagerada hasta quienes sostienen que el transporte de gas es más conveniente hacerlo en barcos metaneros.
Lula intentó convencer a Chávez de no abandonar la CAN, pero fracasó. En este momento de inflexión en el que, ciertamente, la integración regional se encuentra en un cruce de caminos, la ruptura de los acuerdos ya existentes puede servirle en bandeja a Washington la posibilidad de continuar avanzando en su estrategia de acuerdos bilaterales de libre comercio. Más aún cuando las alternativas para una integración más abarcativa que la actual chocan con intereses nacionales diferentes y hasta opuestos. Brasil ha hecho su opción por la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), que cuenta con proyectos de envergadura y financiamiento abundante en base a la Iniciativa de Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA). Este proyecto es incompatible con el ALBA que defienden Venezuela y Cuba.
El gasoducto es, en efecto, una alternativa plausible pero de dudosa concreción. Se suele argumentar que el acero fue la locomotora de la integración europea, y que el gas bien podría jugar un papel similar en el caso sudamericano. Pero la concreción de la unidad europea fue un asunto de Estado para los principales países como Alemania y Francia, de modo que ese proyecto fue capaz de seguir adelante pese a la alternancia de gobiernos de diferentes colores políticos. Nadie puede hoy en América del Sur asegurar que el ALBA sobrevivirá a Chávez o la CSN a Lula, ni que el gasoducto -fuertemente cuestionado en Brasil- seguirá adelante pese a los eventuales cambios presidenciales que se registrarán en la próxima década.
No es lo mismo oponerse al ALCA o a los TLC que establecer bases duraderas para una integración regional diferente a la que propugnan los mercados globales o las elites de la región. Más allá de las declaraciones y los discursos, no está claro aún de qué tipo de integración hablamos. Una buena forma de avanzar sería poner sobre la mesa las asimetrías y los problemas que enfrenta cada país, para buscar a partir de ellos formas de compatibilizar realidades que el dominio imperial ha tornado incompatibles y hasta antagónicas. La descolonización, que de eso se trata, es más un largo camino plagado de conflictos para ir más allá de las miserias cotidianas que heredamos, que un recorrido triunfal con las banderas desplegadas al viento.
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