Centenas de miles de manifestantes desfilaron en las grandes ciudades de los Estados Unidos a finales de marzo y principios de abril para oponerse al proyecto de ley Sensenbrenner-King. Sin embargo, la ley fue aprobada por la Cámara de Representantes el 14 de abril. Se trata del más amplio movimiento de protesta en el territorio norteamericano desde hace varias décadas.
Los congresistas quieren incriminar a los 12 millones de indocumentados, principalmente mexicanos, y, finalmente, expulsarlos. Quieren igualmente erigir un muro infranqueable de 1 400 km a lo largo de la frontera mexicana para detener la inmigración clandestina.
Estas manifestaciones están organizadas tras bambalinas por la Iglesia Católica y principalmente por el cardenal arzobispo de Los Angeles, Roger Mahony (en la foto). En su sitio web, el prelado llama a sus fieles a militar para obtener «leyes de inmigración más justas y humanas». Únicamente en su diócesis, más de 500 000 personas han respondido a su llamado.
Su Eminencia Roger Mahony es una de las más importantes autoridades romanas. Forma parte del puñado de cardenales que disponen de la firma bancaria de la Santa Sede, de ahí que su iniciativa suponga la aprobación del Papa y marque una ruptura en la estrategia de la Iglesia Católica: aliada indefectible de Estados Unidos durante la Guerra Fría, la Santa Sede no ha dejado de enfrentase a Washington acerca de su Ostpolitk. El Pentágono estaba dispuesto a transformar Europa Central en campo de batalla para vencer a la URSS, mientras que Juan Pablo II quería liberar a Europa Central del yugo soviético sin preocuparse por el porvenir de la Rusia ortodoxa. Tras la disolución del Pacto de Varsovia, la Santa Sede se preocupó por las consecuencias de las guerras del Golfo para los cristianos de Oriente y por el apoyo del Pentágono a la confiscación de los lugares santos por parte de Israel. Un paso en ese sentido fue la pretensión de George W. Bush de erigirse en defensor de la cristiandad y en cruzado de Occidente.
Como lo habíamos pronosticado en estas columnas al ser electo, Benedicto XVI ha roto con la estrategia de puja moral frente a los evangélicos y de alianza con el Pentágono. Ahora lleva a cabo una política dual con respecto al Islam: expulsar esta religión de Europa al afirmar el carácter cristiano de la Unión Europea, mientras se alía al mundo musulmán contra el expansionismo estadounidense. En Estados Unidos, impone a la Iglesia Católica como actor político interno y se apoya en los inmigrantes latinoamericanos católicos para derrotar a la mayoría blanca evangélica. Se trata de un giro que Samuel Huntington, el teórico de la guerra de civilizaciones, anticipaba con temor en su última obra, Who Are We: The Challenges to America’s National Identity, y que precisamente da lugar a la ley Sensenbrenner-King.
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