Con gran recurrencia, durante y después de la recién clausurada XIX Feria del Libro de Bogotá, se escucharon voces desanimadas por la pobreza que reinó durante el evento. Como no había sucedido hasta ahora, este tradicional certámen que se realiza cada año en la capital del país, desde mediados y hasta finales de abril en Bogotá, vió sus pasillos luciendo por la soledad; a su par, los salones para el debate, resplandecieron por la ausencia de actividades académicas de peso.
Es de lamentar que la más importante feria del libro en Colombia, de un año para otro, haya sido convertido en una gigantesca estantería para presentar las novedades que el gran mercado transnacional del libro promociona. Si bien en ediciones anteriores la dinámica era que la Feria ofrecía multitud y pluralidad de actividades culturales, aparte de la variedad de ofertas en conferencias, talleres de literatura, lecturas y encuentros con los escritores, en su edición XIX esta lúdica cultural en gran medida brilló por su ausencia, y sumado a esta política de austeridad, habría que agregar la actitud de indiferencia y en ocasiones de mezquindad con los escritores y las organizaciones participantes, en lo que a invitaciones se refiere.
Es justo reconocer que durante los años en que el escritor colombiano Guido Tamayo estuvo al frente de la dirección cultural de la feria, ésta no sólo mantenía una programación diaria de música, teatro y otras actividades, además de los talleres de literatura, las conferencias, mesas redondas, lecturas poéticas y encuentros, donde los escritores y la actividad literaria eran los protagonistas, lo cual hacía de la feria del libro un lugar de encuentro, siendo uno de los eventos más esperados por los capitalinos, donde concurrían escritores de otros departamentos, y de otros países latinoamericanos. Hasta el 2005, la Feria Internacional del Libro, estaba pensada como un acontecimiento cultural para la ciudad y, los asiduos lectores se encontraban en Corferias, no sólo con los autores que lanzaban sus nuevas obras, sino que tenían una variada oferta cultural, lo cual terminaba por motivar a los miles de asistentes a pagar el precio de la entrada al recinto ferial.
Una vez realizada esta edición, y desnuda su esquelética oferta cultural, los cuestionamientos a la ausencia de política cultural estatal y distrital, son inocultables. Surgen, así mismo, diversos interrogantes: ¿Por qué hay que pagar la entrada? ¿Por qué no hay estímulo para los pequeños editores? ¿Por qué unas empresas pueden monopolizar la oferta dentro de la Feria con sus inmensos stand? ¿Por qué no hay ofertas especiales dentro del evento? ¿En qué se diferencia la Feria de una gran librería?
De tal Estado tal Feria
¿Qué pasó con edición que recientemente terminó? Sencillamente que la convirtieron en un evento desangelizado y sin contenido, donde se programaron presentaciones de libros, homenajes, y un encuentro internacional de escritores en el que la participación internacional fue bastante pobre. En cuanto los autores nacionales, invitaron a los de siempre, es decir, aquellos permitidos por el establecimiento y con los que el mercado transnacional del libro, de unos años para acá, intenta imponerlos como el nuevo boom de la literatura.
Actividad que de otra parte no se pudo ampliar ni variar, pues desde varias semanas antes de comenzar la Feria, según los organizadores de la misma, la programación ya estaba cerrada, de tal manera que se impidió la presentación de libros cuyo contenido fuera divergente a los cánones establecidos, según dicen, por la Casa de Nariño.
Cultura y política van de la mano. A tal Estado tal alma del país. Con esta Feria se confirmó la regla –mercantilización– desprendida de la política neoliberal en el mundo entero.
Bogotá, mayo de 2006
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